CroniCucas de paseo
por Mendoza
Después de un largo pero agradable viaje en auto,
animado con picnic y estratégicas escalas arribamos a
Mendoza, más precisamente al departamento de San Martín, con el propósito de
pasar algunos días en la finca de nuestros
amigos VDH (Monderei para los parroquianos), tan arraigados en
el lugar como sus propios viñedos y con un orgullo contagioso por esta tierra
en la que el General San Martín organizó su gloriosa campaña libertadora.
Nuestro anfitrión, al que en razón de su imponente presencia e
inconfundible vozarrón de mando acordamos en llamar Capitán General,
asumió el mote con tal entusiasmo que no perdía oportunidad de informarnos
sobre hechos históricos y anécdotas de la epopeya sanmartiniana ocurridas
en el lugar.
Por tratarse de un miembro de la Academia de Historia era, para
nosotros, todo un privilegio. Sin embargo, algunas veces nuestro ánimo
vacacional nos tornaba poco juiciosos y, como en
lejanas épocas escolares, los chistes al
profesor terminaban en alboroto generalizado.
Alojados a buen resguardo en la solariega casona
colonial, bajo la protección de numerosos ángeles y
santos, coleccionados con paciencia y dedicación por la
encantadora dueña de casa (entre nosotros Ana de la India ), pasamos unos
días sumamente agradables disfrutando de un jardín perfumado y
musicalizado por el canto de las aves; de la excelente cocina de Nibialai,
simpática descendiente de araucanos siempre dispuesta a dar charla; de
interesantes amigos locales invitados a comer las famosas empanadas
mendocinas (un cumplido a mis
preferencias gastronómicas); y de una nutrida biblioteca rebosante de
historia patria, en la que también descubrimos la
atractiva historia familiar en adorables relatos escritos
por la abuela de nuestro anfitrión, que a sus 80 años
consiguió reflejar con la gracia y la ternura de una
niña arropada entre mayores la apacible vida de una Buenos Aires
Colonial, recordando con infantil familiaridad a algunos personajes
relevantes de la historia argentina y los divertidos veranos
en Tigre, hasta donde se llegaba en carreta, con picnic y
servicio de té incluidos, en un viaje de 12 horas (exactamente el
tiempo en que hoy llegamos a Europa).
Debo confesar que, aunque yo había ubicado en el top ten
del programa de viaje la preparación de mis propios tomates secos, el
buen propósito quedó descartado en el preciso momento en que probé los
deliciosos tomates frescos y jugosos, cosechados en su punto justo de maduración que,
servidos en una gran fuente, se regodeaban tentadores sobre la mesa. Fue
entonces cuando elegí disfrutar cada día del lujo de los tomates frescos
y dejar los secos para después.
La fiesta de sabores siguió durante una visita al Molino
La Tebaida , donde
pudimos conocer los secretos de la producción artesanal de un excelente
aceite de oliva, y de algunas variedades de grapa muy festejadas por
los expertos. Sus jóvenes dueños, quienes restauraron la antigua casa
de campo para convertirla en un glamoroso hotel rural, nos recibieron
con una mesa repleta de delicias locales en una clara muestra de la
hospitalidad mendocina.
Un recibimiento igualmente halagador tuvimos en
el establecimiento Cuatro Familias, en el que probamos sin
disimulo todos y cada uno de los deliciosos productos
agroindustriales que allí se procesan.
No hace falta decir que de ambos lugares partimos con un
voluminoso cargamento de delicias regionales, que custodiamos
como un tesoro hasta su arribo a casa porque constituyen una especie
de trofeos de viaje que compartimos con amigos, deseosos de mantener
el prestigio ganado en nuestra mesa (nadie se puede dormir en los
laureles después de obtener alguna estrella Michelin casera).
Teniendo en cuenta que la vitivinicultura es una de las actividades
más importantes de la región, nuestro arribo en los días de inicio de
la vendimia fue como un upgrade del
viaje, porque pudimos entrometernos en el ajetreo de
hombres y mujeres que con mucha destreza cortan los racimos
de la vid y llenan grandes canastos de
metal para descargar en los camiones que transportan las
uvas hasta las bodegas.
Quedamos en medio de un incesante ir y venir de gente con el
rostro casi oculto por coloridos pañuelos y gorras,
entre otras prendas, que trabajan sin pausa hasta que el reloj marca
el mediodía, hora en que los viñadores se alejan en animadas
charlas para tomar su almuerzo.
Fue entonces cuando nos llamo la atención un jocoso grupo de
chicas que, con la gracia de las tabacaleras de la opera
Carmen, se nos acercó entre risas para pedir que
no subiéramos sus fotos a Facebook. Toda una coquetería!
Cuando el viñedo quedó desierto y
silencioso, y el polvo que levanta tanto movimiento se fue
asentando, caminamos entre las vides deteniéndonos para
rescatar algunos racimos caídos durante la carrera de los
recolectores más ágiles, y probar las uvas dulces que estallaban
jugosas entre los dientes con un sabor que ni la tierra que las acompañaba
podía opacar.
Partimos del lugar con cierto pesar por
no poder participar de otras actividades tradicionales y sobre
todo de la fiesta que corona la vendimia. Nuestros gentiles
anfitriones, con muchas vendimias en su haber, nos llevaron al Parque
Agnesi donde se celebra el gran festejo local, y allí,
como únicos protagonistas, fuimos probando diversas
ubicaciones del enorme anfiteatro que, construido con
terrazas cubiertas
de pasto y contenidas con maderas de cabeceros
de parral, me pareció todo un homenaje a esta tierra y al espíritu
laborioso de su gente.
Afortunadamente, hay programas para los que siempre es buen momento y,
siendo Mendoza casi sinónimo de bodegas, en esta ocasión decidimos ir al
Valle de Uco para visitar las bodegas del Clos de los siete, programa que
merece un capítulo aparte.
En el camino disfrutamos del veraniego paisaje de
Tunuyán pero, aunque teníamos los ojos bien abiertos, la
cordillera jugó con nosotros a las escondidas y permaneció siempre
oculta detrás de una espesa bruma que nos privó de de la visión
majestuosa de sus altas cumbres; buena excusa para volver.