martes, 7 de abril de 2015

En Mendoza

CroniCucas de paseo por Mendoza
Después de un largo pero agradable viaje en auto, animado con picnic y estratégicas escalas arribamos a Mendoza, más precisamente al departamento de San Martín, con el propósito de pasar algunos días en la finca de nuestros amigos VDH (Monderei para los parroquianos), tan arraigados en el lugar como sus propios viñedos y con un orgullo contagioso por esta tierra en la que el General San Martín organizó su gloriosa campaña libertadora.
Nuestro anfitrión, al que en razón de su imponente presencia e inconfundible vozarrón de mando acordamos en llamar Capitán General, asumió el mote con tal entusiasmo que no perdía oportunidad de informarnos sobre hechos históricos y anécdotas de la epopeya sanmartiniana ocurridas en el lugar. 

Por tratarse de un miembro de la Academia de Historia era, para nosotros, todo un privilegio. Sin embargo, algunas veces nuestro ánimo vacacional nos tornaba poco juiciosos y, como en lejanas épocas escolares, los chistes al profesor terminaban en alboroto generalizado.


Alojados a buen resguardo en la solariega casona colonial, bajo la protección de numerosos ángeles y santos, coleccionados con paciencia y dedicación por la encantadora dueña de casa (entre nosotros Ana de la India), pasamos unos días sumamente agradables disfrutando de un jardín perfumado y musicalizado por el canto de las aves; de la excelente cocina de Nibialai, simpática descendiente de araucanos siempre dispuesta a dar charla; de interesantes amigos locales invitados a comer las famosas empanadas mendocinas (un cumplido a mis preferencias gastronómicas); y de una nutrida biblioteca rebosante de historia patria, en la que también descubrimos la atractiva  historia familiar en adorables relatos escritos por la abuela de nuestro anfitrión, que a sus 80 años consiguió reflejar con la gracia y la ternura de una niña arropada entre mayores la apacible vida de una Buenos Aires Colonial, recordando con infantil familiaridad a algunos personajes relevantes de la historia argentina y los divertidos veranos en Tigre, hasta donde se llegaba en carreta, con picnic y servicio de té incluidos, en un viaje de 12 horas (exactamente el tiempo en que hoy llegamos a Europa).


Debo confesar que, aunque yo había ubicado en el top ten del programa de viaje la preparación de mis propios tomates secos, el buen propósito quedó descartado en el preciso momento en que probé los deliciosos tomates frescos y jugosos, cosechados en su punto justo de maduración que, servidos en una gran fuente, se regodeaban tentadores sobre la mesa. Fue entonces cuando elegí disfrutar cada día del lujo de los tomates frescos y dejar los secos para después.
La fiesta de sabores siguió durante una  visita al Molino La Tebaida, donde pudimos conocer los secretos de la producción artesanal de un excelente aceite de oliva, y de algunas variedades de grapa muy festejadas por los expertos. Sus jóvenes dueños, quienes restauraron la antigua casa de campo para convertirla en un glamoroso hotel rural, nos recibieron con una mesa repleta de delicias locales en una clara muestra de la hospitalidad mendocina.
Un recibimiento igualmente halagador tuvimos en el establecimiento Cuatro Familias, en el que probamos sin disimulo todos y cada uno de los deliciosos productos agroindustriales que allí se procesan.
No hace falta decir que de ambos lugares partimos con un voluminoso cargamento de delicias regionales, que custodiamos  como un tesoro hasta su arribo a casa porque constituyen una especie de trofeos de viaje que compartimos con amigos, deseosos de mantener el prestigio ganado en nuestra mesa (nadie se puede dormir en los laureles después de obtener alguna estrella Michelin casera).


Teniendo en cuenta que la vitivinicultura es una de las actividades más importantes de la región, nuestro arribo en los días de inicio de la vendimia fue como un upgrade del viaje, porque pudimos entrometernos en el ajetreo de hombres y mujeres que con mucha destreza cortan los racimos de la vid y llenan grandes canastos de metal para descargar en los camiones que transportan las uvas hasta las bodegas.
Quedamos en medio de un incesante ir y venir de gente con el rostro casi oculto por coloridos pañuelos y gorras, entre otras prendas, que trabajan sin pausa hasta que el reloj marca el mediodía, hora en que los viñadores se alejan en animadas charlas para tomar su almuerzo. 
Fue entonces cuando nos llamo la atención un jocoso grupo de chicas que, con la gracia de las tabacaleras de la opera Carmen, se nos acercó entre risas para pedir que no subiéramos sus fotos a Facebook. Toda una coquetería!
Cuando el viñedo quedó desierto y silencioso, y el polvo que levanta tanto movimiento se fue asentando, caminamos entre las vides deteniéndonos para rescatar algunos racimos caídos durante la carrera de los recolectores más ágiles, y probar las uvas dulces que estallaban jugosas entre los dientes con un sabor que ni la tierra que las acompañaba podía opacar.
Partimos del lugar con cierto pesar por no poder participar de otras actividades tradicionales y sobre todo de la fiesta que corona la vendimia. Nuestros gentiles anfitriones, con muchas vendimias en su haber, nos llevaron al Parque Agnesi donde se celebra el gran festejo local, y allí, como únicos protagonistas, fuimos probando diversas ubicaciones del enorme anfiteatro que, construido con terrazas cubiertas de pasto y contenidas con maderas de cabeceros de parral, me pareció todo un homenaje a esta tierra y al espíritu laborioso de su gente.


Afortunadamente, hay programas para los que siempre es buen momento y, siendo Mendoza casi sinónimo de bodegas, en esta ocasión decidimos ir al Valle de Uco para visitar las bodegas del Clos de los siete, programa que merece un capítulo aparte.
En el camino disfrutamos del veraniego paisaje de Tunuyán pero, aunque teníamos los ojos bien abiertos, la cordillera jugó con nosotros a las escondidas y permaneció siempre oculta detrás de una espesa bruma que nos privó de de la visión majestuosa de sus altas cumbres; buena excusa para volver.