jueves, 29 de diciembre de 2016

Con un pie en Alemania y otro en Francia.



Nuestro viaje bilingüe comenzó en Dusseldorf donde en compañía de una amiga local visitamos las calles de la moda, recorrimos la ciudad vieja y celebramos el encuentro con una comida en el restaurante Zum Schiffche, en el que Napoleón, su más recordado comensal, dejó una frase muy festejada por sus clientes: “Todas las revoluciones comienzan en el estómago“.
Entendí perfectamente a que se refería cuando vi llegar a nuestra mesa una pierna de cerdo cruzada por un cuchillo, que ordenara mi marido en homenaje al famoso general.   






También conocimos Kaiserwerth, el encantador pueblito donde vivió Barba Roja y en el que, en una muestra de fidelidad a las viejas cartas de ruta, compramos el mapa sobre el que proyectamos el recorrido. 
En el aeropuerto de Dusseldorf alquilamos un auto, demasiado veloz para mi gusto, con el que llegamos en tiempo record hasta la ciudad de Metz (Francia), y en menos que canta un gallo salimos a caminar por la ciudad vieja para visitar la catedral de Saint Etienne. Una imponente iglesia gótica emplazada sobre el antiguo santuario de San Esteban, milagrosamente salvada del paso arrasador de los Hunos de Atila. 





Impactada por la belleza y las dimensiones de los vitrales me detuve para apreciar el rosetón y los ventanales laterales, y descubrí con sorpresa algunos diseños de Marc Chagall, cómodamente instalados entre los originales del Siglo XVI.
Después de un día de viaje merecíamos una buena comida y, habituados a este tipo de recompensas, buscamos en Tripadvisor los restaurantes cercanos al hotel.  Elegimos El Theatriz, ubicado en la Place du Comedie, del que sólo nos separaba un viejo puente sobre el río Mosell.
Las exhibición de distinciones obtenidas por la Cuisine du Marché del lugar lo hacía muy interesante y, deseosos de conocer los platos estrella, optamos por un menú degustación compuesto por deliciosas Tartines de hortalizas de estación y la clásica Quiche Lorraine, sin olvidar el plateau de fromages y el  vino de Alsacia. 






Metz no es una ciudad que se duerme en los laureles, es la cuna de la ecología urbana y, como sede de la Universidad de Lorraine tiene una movida joven y un espíritu innovador.
También alberga un magnífico Centro Pompidou, que recibe al público con el sonido de cuencos que se desplazan sobre una fuente y crean una atmosfera que predispone a disfrutar de la visita. Allí vimos la exposición Leiris & Co con documentos y obras de artistas de su tiempo: Joan Miró, Alberto Giacometti, Wifredo Lam, Francis Bacon, y deliciosos dibujos y oleos de Picasso sobre una de las pasiones que compartían: las corridas de toros.




El día de nuestra partida acudimos al mercado para seleccionar el contenido de nuestra canasta de picnic. Allí observamos la esmerada selección que hacen los clientes en su compra, y siguiendo sus pasos preparamos un apetitoso almuerzo de campaña, que se vio coronado por una porción de cheesecake, obsequio de unos simpáticos queseros.
El siguiente destino fue Estrasburgo donde instalados en la Petite France, un barrio encantador, nos sumamos al raudal de peatones que animan la cosmopolita Grand Rue. Caminamos sobre los pequeños puentes que cruzan los canales sobre el rio Ill, nos perdimos entre las típicas casas alsacianas y visitamos la Catedral de Notre Dame, orgullo de la región.



Durante la visita a esta monumental catedral gótica nos sorprendió ver un rosetón ornamentado con espigas de trigo, símbolo del fruto del trabajo del hombre, y cientos de imágenes que parecen salir de los muros. Pero sin duda lo más extraordinario fue contemplar, encumbrado sobre edificios que no logran opacar su majestuosidad, el campanario al que Victor Hugo calificó como “Un prodigio de grandeza y delicadeza“.
En Estrasburgo la gastronomía es un componente esencial de la identidad,  es la cuna del Foie Gras, especialidad a la que hicimos todos los honores: lo comimos en ensaladas y con tostadas en almuerzos ligeros, y salteado en vino tinto o grillado en comidas más suculentas.
Por su parte, el vino blanco de la región es un ingrediente destacado en las recetas tradicionales, aunque yo lo prefería servido en las típicas copas alsacianas, en las que también se aprecian el aroma y el color. 





No podíamos partir de Estrsdburgo sin comprar algunas latas de Foie d'Oie y un tradicional delantal de cocina, para que actúe como amuleto inspirador.
Desde allí emprendimos la ruta del vino de Alsacia. Recorrimos bellas aldeas cuyos nombres tienen tantas letras que me resultaban impronunciables, y vimos muchos viñedos en los que el verde de las vides alterna con el color de los lirios que florecen en los cabezales.
También hicimos una visita especial a Eguisheim, una localidad que adquirió popularidad tras ser distinguida como una de las más lindas de Francia. Es realmente primorosa! Tiene espléndidas vistas e impecables viviendas alsacianas, en las que abundan las flores con las que cada propietario parece dar rienda suelta a su creatividad.




Al comienzo del recorrido tuve la sensación de estar en un lugar conformado para el turismo, sin embargo a poco de andar encontré a  varios lugareños ocupados en sus actividades cotidianas, a buen resguardo de la oleada de curiosos visitantes.
Un camino acaracolado nos condujo hasta la iglesia consagrada a León IX, el Papa Alsaciano. El templo lucía como el sitio ideal para tomar un descanso, hasta que el clima de recogimiento se vio interrumpido por la estruendosa llegada de varios motoqueros equipados como si fueran a las cruzadas. Todo volvió a la normalidad cuando, despojados de sus corazas, se acercaron al altar con el candor de un niño en su primera comunión.
Finalizada la visita retomamos las magníficas autopistas alemanas, esta vez rumbo a Friburgo, punto de partida del recorrido por la Selva Negra.



Allí visitamos la famosa Catedral, cuyas agujas góticas resultaron más eficientes que el GPS para guiarnos hasta nuestro destino. No podíamos dejar de admirar la grandiosa torre de la fachada y los vitrales que, financiados en la Edad Media por el Gremio de Artes y Minería, lucen inalterables.
Llegamos precisamente en un día de feria y la plaza estaba abarrotada de productos de las huertas cercanas, un lujo muy apreciado por los amantes del buen comer, entre los que nos incluimos.
La ciudad de Friburgo está considerada la puerta de entrada a la Selva Negra y desde allí salimos con rumbo a Baden Baden, aunque entre ambos puntos seleccionamos algunos lugares de interés: el primero fue Titisee, una aldea rodeada de bosques, que lucía como salida de un cuento, donde nos detuvimos para tomar un descanso frente al lago y probar la afamada charcutería regional.




Otra de las elegidas fue Triberg, una ciudad conocida por los Relojes Cu Cu, algunos de dimensiones tan generosas que hubiéramos podido salir personalmente a anunciar la hora.
Estacionamos muy cerca del Ayuntamiento y tuvimos la suerte de presenciar una boda. Vimos llegar a los amigos de los novios vestidos con atractivos trajes tradicionales, que contrastaban con sus teléfonos y demás complementos muy siglo XXI, sin eclipsar su orgullo regional. 
Continuamos por caminos de gran belleza en los que vimos bosques, senderos cubiertos de flores silvestres y mansiones en lo alto de las montañas con laderas pobladas de viñedos.




En el trayecto cruzamos numerosos viajeros. Sin embargo, el encuentro más sorprendente fue una incontable caravana de camiones Scania, en la que vimos rodar desde el primer vehículo fabricado por la empresa sueca, hasta el último y más sofisticado de los modelos. Todos inmortalizados por fotógrafos apostados detrás de los guarda rail, estratégicamente ubicados en las curvas que ofrecían las mejores perspectivas.

Afortunadamente circulábamos el en sentido opuesto y tuvimos el privilegio de ver desfilar ante nuestros ojos un valioso testimonio de la historia automotriz.
De paso por Ebersteinburg, destino elegido para practicar senderismo, cruzamos un control vial muy original: un semáforo que mostraba una cara triste cuando algún vehículo excedía la velocidad permitida, y una cara sonriente cuando circulaban a la velocidad autorizada. 






Finalmente llegamos a Baden Baden, una ciudad lujosa desde sus mansiones y jardines hasta el empedrado de las calles. Allí pasamos un fin de semana inolvidable, con buena música,  excelentes restaurantes y hasta  un simpático paseo por el Hipódromo, para presenciar la famosa Carrera Internacional Baden