sábado, 27 de enero de 2018

Explorando Marruecos II

Desde las montañas del Rif hasta la medina de Fez  


Dejamos atrás las montañas del Rif y de camino a la costa mediterránea nos detuvimos en Tetuán porque, después de ver El tiempo entre costuras, teníamos curiosidad por conocer personalmente aquellos escenarios entrañables.


Ingresar a la medina en pleno jaleo del mercado y caminar sin tropiezos no nos resultó tarea fácil, porque los productos se exhiben a ambos lados de la calle y dejan poco espacio para repartir entre comerciantes, clientes, y curiosos como nosotros, que terminamos buscando refugio entre los muros silenciosos de los pasillos interiores. 


Callejones curvos con las puertas de las viviendas separadas unas de otras para proteger la intimidad, una característica de la arquitectura árabe, que contrasta con los balcones y ventanales de los edificios cercanos en el denominado Ensanche Español.  

Precisamente allí, entre las blancas construcciones del protectorado español, la plaza Hassan II, y el Palacio Real, encontramos el escenario ideal para evocar la historia que motivó la visita y lo celebramos con un té de menta en uno típico café marroquí.


Continuamos nuestro recorrido hacia la costa atlántica y entusiasmados con el rescate de antiguos esplendores decidimos almorzar en el Hotel Continental de la Medina de Tánger, próximo al puerto de arribo de sus ilustres huéspedes, otro escenario de El tiempo entre costuras y de las andanzas de Falcó el personaje creado por Pérez Reverte. Lamentablemente llegamos en un horario tan inoportuno que el comedor estaba desierto y solo pudimos disfrutar de una excelente vista desde la terraza y un refresco en el antiguo bar.

Afortunadamente, con ayuda de TripAdvisor, conseguimos el demorado almuerzo en el restaurante Rif Kebdani donde comimos Pastillas, un plato tradicional de paloma o pollo con almendras, envuelto en una deliciosa masa de hojaldre con canela.



Nuestra visita a Tánger fue breve porque la meta de ese día era Asilah, una pintoresca ciudad balnearia sobre el Océano Atlántico, que cuenta con una larga historia de ocupaciones y tiene una blanquísima Medina andalusí protegida por una sólida muralla que recuerda más de cien años de dominio portugués. En su interior hay unos pocos negocios de artesanías y muchas puertas azules que esconden viviendas con jardines interiores de los que escapan frondosas buganvillas en flor.

En las apacibles callecitas de esta medina residencial, vimos algunos niños que dibujaban y armaban una improvisada galería de arte con sus obras, pero no tuvimos la suerte de encontrar ninguna puerta abierta para poder curiosear su intimidad. 


Volvimos al hotel por una costanera casi desierta y después de un buen descanso y un rico desayuno, en el que nunca faltan las olivas, cargamos los bártulos en el Land Rover y seguimos viaje por una ruta que bordea campos serranos, en los que con mucho esfuerzo se removían las piedras,  con el propósito de ampliar las parcelas para la siembra. 


En Fez nos encontramos con nuestros amigos Fernán y Beatriz en el Riad Yamanda, una auténtica residencia de estilo árabe andalusí, cuyos muros exteriores resguardan amplios ambientes con ornamentos característicos del arte islámico: paredes con mosaicos decorados en azul Fez, ventanales con rejas muy elaboradas, enormes arcos de herradura con puertas talladas, y una doble altura que parecía interminable y que solo pude abarcar recostada sobre los almohadones. 


Todo parecía preparado para que pudiéramos disfrutar de las placenteras costumbres marroquíes, un convite tan tentador que nos motivó a tomar una clase de cocina con Fátima.



Fue una experiencia muy interesante que comenzó haciendo las compras en el mercado y finalizó en un delicioso almuerzo con un menú para recordar: Ensalada marroquí, Tajine de cordero y Cous cous de pollo, con el que casualmente celebramos el Muharram, primer día del año 1.439 del calendario islámico.     
  




La Medina de esta ciudad es la más grande y antigua de Marruecos, algo que suele amedrentar a un recién llegado. Afortunadamente mi amiga ya conocía los recovecos cercanos al Riad y resultó una guía inmejorable para un recorrido en el que quedé prendada de los manteles bordados a mano con el tradicional punto Fez.


Estábamos en una de las cuatro ciudades Imperiales y la visita con un guía local nos pareció un programa inmejorable, fue Yousef quien nos contó  las historias del Palacio Real y el Mausoleo, nos acompañó en un paseo por la judería y nos reveló  secretos de las viejas casonas que las cigüeñas vigilan desde lo alto de sus nidos.   

Con él recorrimos varios zocos para observar el trabajo de los artesanos que preservan las técnicas tradicionales: textiles, alfareros, zapateros y curtidores, a quienes observamos desde lejos con una rama de menta pegada a la nariz, mientras sumergían el cuero dentro de coloridos y olorosos piletones.
Al llegar al corazón de la Medina nos encontramos frente a la Gran Mezquita Al Karaouine a la que solo acceden quienes practican la religión musulmana, y en el mismo complejo arquitectónico se visita la gran Madraza, un importante centro de aprendizaje islámico que se considera la universidad más antigua del mundo y en la que estudió Maimónides. 



Después de muchas idas y vueltas y tomando fotos del nombre de las calles en los cruces estratégicos, pude deambular confiada por el mercado y por las tiendas de la medina, algo que no lográbamos en los barrios residenciales donde hay bifurcaciones sin salida. En esas circunstancias nuestra cara de primera vez nos hacía presa fácil del acoso de guías ocasionales, que ofrecían sacarnos sanos y salvos de laberínticas calles, en las que el único riesgo era dar algunas vueltas de más. 

Por otra parte. acostumbrados a socorrer turistas desorientado, los residentes suelen proporcionar buenas referencias para salir del apuro: actividad a la que se pliegan los mas jóvenes, deseosos de mostrar su habilidad para expresarse en diversos idiomas. 



Nuestra ultima noche en Fez, sintiéndonos casi 
locales, caminamos hasta el restaurante Ruined Garden para disfrutar de una opípara cena con Pastillas de cordero (una original versión de mi plato favorito), Brochette de pavo, y otras delicias marroquíes, en medio de un pintoresco jardín.
Una despedida digna de una ciudad declarada por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad.