lunes, 20 de noviembre de 2017

Explorando Marruecos: Llegada

Desde los ajetreados aeropuertos hasta las montañas del Rif



Aterrizamos en Madrid pasadas las 7am con la sensación atemporal que provocan los vuelos trasatlánticos y, mientras buscábamos la puerta de embarque a Melilla, la jamoneria de Enrique Tomas nos salió al paso como una provocación difícil de resistir. Un sudoroso ibérico cortado a cuchillo y unas cañitas de cerveza nos animaron a abordar el vuelo al continente africano con una sonrisa de oreja a oreja. 


Melilla es una ciudad española en el norte de África y, de camino a la frontera marroquí, un didáctico taxista nos paseó por barrios de arquitectura modernista perfectamente conservados, donde vimos dos estatuas de Franco que siguen en pie.  

Nos despedimos de España y, rodando las valijas por un a pavimento averiado, pasamos el control migratorio de ingreso a Nador donde nos esperaba el chofer con su Land Cruiser, para dar inicio a la travesía marroquí que habíamos planeado. 

El viaje comenzó por una agradable ruta costera hasta Alhucemas y, después de hacer pie en tres continentes, nuestra máxima pretensión era una rica cena y un buen descanso. 



Estábamos a orillas del 
Mediterráneo y las sardinas a la brasa eran un plato imperdible, lo saboreamos gracias a Yousef, un joven marroquí que conocimos en la pileta y que partió como un disparo en su Mercedes para comprarlas en la parrilla más renombrada.



Teníamos mucho Marruecos por delante y marchamos en dirección a Chefchaouen por el camino que atraviesa las montañas del Rif, en medio de un paisaje con tupidos bosques de cedros y de pinos, laderas aterrazadas preparadas para la siembra, pastores que cuidaban sus rebaños, y sencillas casas rurales que se destacaban por la originalidad de sus ventanas. 


Con Chefchaouen tuve un amor a primera vista, el panorama de
una ciudad de color azul intenso me flechó desde lejos, y el entusiasmo fue en aumento a medida que nos acercábamos a nuestro destino. 

Una vez en el Darech Chaouen, maisón d' hotes, cómodamente instalados en la pintoresca y confortable Suite Royal, sentí que me había zambullido sin ningún reparo en el ambiente amable de la ciudad.




Estábamos a unos pocos pasos de una de las puertas de la medina y, siempre listos cuando se trata de conocer nuevos lugares, comenzamos un divertido recorrido por callecitas serpenteantes que nos acercaron a la plaza Uta el Hamman, para tomar el primer te de menta con vista a la Kasba. Fue precisamente allí donde logré el recreo que necesitaba para visitar las tiendas sin apuro (aunque al regresar encontré  a mi marido rodeado de tres jóvenes maltesas sorprendidas porque conocía La Valletta). 

El mercado de alimentos está fuera de la medina de Chaouen, de modo que las callecitas angostas y escalonadas de su interior lucen pulcras y bien dispuestas para exhibir una atractiva variedad de manufacturas locales. Las carteras y las babuchas de cuero tapizan las paredes de los comercios con una amplia paleta de colores, algunos logrados en las curtiembres, y otros producto de largas horas de sol sobre los frentes. La cestería y los textiles también forman parte de la oferta de artesanías tradicionales y, con un poco de paciencia, se pueden encontrar diseñadores que sorprenden por la originalidad de sus creaciones.   



Además de los bazares, la Gran Mezquita, los jardines de la Kasba y la frescura que emana de la fuente de Ras el Maa, los olores de la cocina bereber y el perfume de las especias son una invitación muy tentadora a incursionar por los pequeños restaurantes de la medina.  






Después de consultar TripAdvisor, 
nuestra biblia gastronómica elegimos Beldi Bab Ssour, un simpático restó con precios populares y buena comida, donde nos deleitamos con una degustación de especialidades marroquíes y nos defraudó el tajine de verdura que sólo tenía zanahorias. Tomamos la falta de provisiones con humor y nos recompensaron con un delicioso queso de cabra acompañado de mermelada de moras. Una combinación que nos pareció magistral.  



El regreso al hotel nos deparó una 
sorpresa inesperada, porque a medida que nos alejábamos del restaurante, las calles nos resultaban irreconocibles. Con los bazares cerrados había perdidos mis puntos de referencia infalibles y caminaba a ciegas frente a muchas puertas anónimas.  

Sin embargo nada palo podía suceder en este lugar encantador y, como en un acertijo, tratamos de rescatar la información necesaria para poder regresar: paredes con macetas de colores, alguna puerta decorada, la orientación de las escaleras, un tono azul más intenso, y finalmente el sonido del agua que 
anunciaba la proximidad del puente que cruzamos para llegar al hotel.


Antes de entrar a nuestro cuarto nos detuvimos para contemplar nuevamente la ciudad azul que parecía deslizarse sobre la ladera. 
Era una noche luminosa, y en ese entorno, recordé  el villancico navideño mientras disfrutaba de una noche de paz.   








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sábado, 11 de noviembre de 2017

Buzios con sol en Libra, una semana de festejos.








Como todos los años la encantadora casa de Ferradura, que balconea sobre la bahía, se prepara para el gran festejo de primavera: el cumpleaños del dueño de casa. 


Las invitaciones corren en paralelo a la captura de langostas que,
por tratarse del tradicional plato cumpleañero, invariablemente cotizan en alza. Aunque en esta ocasión las astutas langostas previeron la proximidad del ágape y buscaron refugio seguro, de modo que ni la suma de los pescadores, fue capaz de conseguir la provisión requerida. 



Sin embargo no hubo traspié capaz de deslucir el convite, porque pescaron un número respetable de langostinos BG (el equivalente a la Ferrari de los mencionados crustáceos), que se sirvieron acompañados de una delicada salsa de romero y otra más atrevida de curry y, para deleite de los invitados, se maridaron con el infaltable champagne francés.


El día de la fiesta, quienes tenemos el privilegio de conformar el elenco estable de la casa, abandonamos la playa temprano para producirnos y actuar como anfitriones ad hoc entre los invitados locales. Son reencuentros divertidos en los que solemos retomar conversaciones que saltean sin mesura los doce meses transcurridos, un dislate producto del  efecto caipiroshka, o simplemente del ánimo festivo.


La terraza fue el lugar perfecto para el aperitivo, desde allí, la visión de la bahía bajo un sol que centelleaba sobre la orilla opuesta era deslumbrante. Un regalo de Ferradura para quien plantó sus reales cuando, la impronta rústica de su origen, estaba lejos de presentir el Buzios que hoy se codea con los balnearios más codiciados del mundo. 



La mesa del comedor, primorosamente tendida, esperaba con paciencia a  
los comensales que parecían prendados del  atardecer y de los brindis de bienvenida. Mientras en la cocina Tania se multiplicaba entre las ollas, secundada por Rita y Jo, para que los langostinos salieran emplatados como para una recepción principesca.
La presentación del segundo plato también tuvo su protagonismo, cuando los galetos crocantes con ensalada Waldorf, hicieron una entrada estelar recostados sobre las bandejas. 




Finalmente, siguiendo la tradición cumpleañera, el banquete culminó con una deliciosa mesa de postres, el soplado de las velas acompañado del Happy Birthday en varios idiomas, y un silencio expectante mientras el festejado nos conmovía con la poesía que escribió su madre en la dulce espera. 



Los versos se prolongaron en canciones musicalizadas por una orquesta local, hasta que el ambiente se fue caldeando, y el contagioso ritmo brasileño puso en movimiento a toda la concurrencia. El resultado fue un divertido conjunto de bailarines, algunos brillaban por su maestría, y otros por su entrañable buena voluntad. 


Después de esta magnífica celebración la casa recuperó el movimiento habitual: los desayunos prolongados para que nadie se prive de remolonear en la cama; las reposeras bien dispuestas en la playa para para recibir a los bañistas mañaneros; la mesa bajo las sombrillas a la espera del aperitivo, uno de los momentos del día con ocupación plena; los almuerzos tardíos, costumbre buziana a la que adhiero con vehemencia; y los programas en el Home Theatre, con una oferta de cine y series digna del festival de Cannes.



Sin embargo Libra viene recargado y pocos días después llegó mi cumpleaños, con un festejo más íntimo, pero no menos memorable.
El día de fiesta comenzó con deliciosas croissant en el desayuno y una jornada de sol que invitaba a zambullirse en el mar, un escenario ideal para disfrutar de uno de nuestros programas favoritos, el copetín en la playa. 




Casi un ritual que comienza con el descenso de las bandejas sobre las que tintinean las caipiroshkas y se hamacan los jugos de fruta, acompañados de una generosa provisión de bocados brasileños, a los que en esta ocasión se sumó un foie gras fresco, traído del viejo mundo, muy bien recibido por nuestros amigos.  

El almuerzo también tuvo un plato inesperado porque las langostas, que días atrás se habían puesto a buen resguardo, salieron desprevenidas y fueron víctimas de un experto en caza submarina. Fue un presente muy apreciado con el que inauguramos un banquete que continuó con una sabrosa paella, maridada con tempranillo español.







Una torta de maracuyá y mango estuvo a cargo del cierre del banquete y un entonado Happy Birthday, colmado de buenos deseos, repiqueteó como el Allegro de un cumpleaños feliz.  




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