martes, 30 de septiembre de 2014

CroniCucas En el circo

Cronicuca del circo: contenta como unas pascuas


Después de largos años volví a entrar en la carpa de un circo, nada menos que del Cirque Du Soleil, para ver Corteo. Disfruté del programa desde el día en que sacamos las entradas porque tuve el tiempo suficiente para evocar cuánto celebrábamos, en nuestra infancia, la llegada de un circo.

Recordé el desfile de carromatos por las calles del pueblo: un acontecimiento del que participábamos escoltándolos a toda carrera hasta el lugar en el que establecían su campamento generalmente ubicado cerca de casa, lo que nos permitía hacer tantas visitas como fuera necesario para adivinar la proximidad del estreno. Ir a las primeras funciones y sentarnos cerca de la pista era todo un privilegio, porque nos permitía ayudar al payaso a buscar a su compañero escondido (siempre a los gritos porque eran bastante sordos) y recibir el baldazo final que, afortunadamente, no tenia agua sino papel picado.

Una vez finalizado el espectáculo, toda nuestra vida se teñía de circo; éramos domadores, malabaristas, acróbatas y trapecistas hasta el día sombrío en que volvíamos a ver un terreno vacío con las marcas de los postes, de las estacas y con las huellas profundas de los carromatos que habían partido.

Esta vez también llego el gran día. La carpa del Cirque du Soleil se alzaba majestuosa y, a medida que nos adentrábamos, crecía nuestro entusiasmo.


La escenografía y el decorado eran un buen anticipo de lo que unos minutos más tarde disfrutaríamos. El telón lucía como una obra de arte en la que el juego de las luces iba develando imágenes del cortejo. Me sentía extasiada y no podía dejar de mirar una y otra vez esa procesión, y cada repetición me permitía descubrir personajes diferentes.

De pronto irrumpieron payasos y acróbatas con espléndido vestuario, y entre ellos un viejo conocido al que solíamos llamar “caballo de trapo”, esta vez en versión fashion, pero con las mañas de siempre: morder el pelo de los espectadores como si fuera pasto tierno.

¡El espectáculo nos deslumbró! Había ángeles balanceándose sobre la pista, enormes candelabros con caireles que hacían de trapecio, camas con colchones elásticos que daban lugar a las acrobacias mas audaces, malabaristas que nos dejaban boquiabiertos, trapecistas que volaban en lo mas alto de la carpa, simpáticos payasos, y cuadros de acrobacia que sumaban, a la notable destreza de los artistas, el refinamiento estético de sus composiciones.

Toda una celebración que, acompañada de una música magnífica, contribuía a crear un ambiente especial para cada escena y comprometía todos nuestros sentidos en el goce de un programa que parecía creado por arte de magia.


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