lunes, 26 de enero de 2015

En las Tumbas Reales

CroniCuca en el Norte de Perú 



Perú tiene lugares increíbles para conocer y, en otros viajes, hicimos varias visitas a Lima, donde la gastronomía se vuelve casi una obsesión; sobrevolamos las asombrosas líneas de Nazca; recorrimos la blanquísima Arequipa; llegamos a Puno y navegamos el lago Titicaca; deambulamos por las encantadoras calles de Cusco y pernoctamos en Machu Pichu, arrullados por un caudaloso río Urubamba. Por eso esta vez decidimos poner rumbo al norte para ver las Tumbas Reales.
De paso por Lima y con la aspiración de aprovechar el poco tiempo disponible, hicimos una escapada hasta Miraflores para saborear un almuerzo tardío en Tanta, uno de los atractivos restaurantes “pret a porter” de  Gastón Arcurio.
Con varias horas de viaje a cuestas y ante la perspectiva de tener que levantarnos a las 4 de la mañana para volar a nuestro próximo destino, el programa fue breve: un Pisco y a la cama.
Arribamos casi al alba al aeropuerto de Piura, donde nos esperaba el auto que alquilamos para que nos acompañara en nuestro periplo norteño y, mientras la ciudad despertaba, partimos en busca del camino que nos llevaría a Chiclayo.
De pura curiosidad nos detuvimos en uno de los pueblos del camino para observar el ir y venir de productores que llegaban cargando mercancías para vender en el mercado. En pocos minutos la calma mañanera se transformó en bullicio, y la calle, abarrotada de personajes variopintos, fue un escenario digno de un cuadro de Brueghel.
A pesar de no ser una copiloto eficiente, ya que suelo estar más atenta a los mercados y los vendedores apostados a los lados del camino que a los carteles indicadores, llegamos a nuestro destino sin dificultades y disfrutamos mucho del trayecto. 
Arribamos a Chiclayo casi al mediodía, entusiasmados con la proximidad de la visita al Señor de Sipan, del que tuvimos referencia en un lejano viaje a Perú con destino a Machu Pichu, cuando una amiga con la que nos encontramos en Cusco nos relató su increíble experiencia frente al descubrimiento de los primeros restos arqueológicos desenterrados con la minuciosidad de un orfebre.



Lambayeque, el pueblo donde se encuentra el famoso museo de sitio, es puro alboroto. Ensordecedoras mototaxis (una especie de toc toc), decoradas de acuerdo con la ideología o el gusto musical de sus dueños, logran que el Che, Fidel Castro, Bob Marley, Freddie Mercury, y otros personajes pop se crucen con bastante imprudencia por izquierda y por derecha, en un tránsito caótico en el que ni en sueños me animaría a manejar.
El Museo Tumbas Reales es extraordinario: el edificio es una gran pirámide trunca similar a la un santuario Mochica, y el rojo de los muros reproduce el color de las antiguas fachadas. Todo ha sido pensado para recrear el espíritu de los templos Mochicas, y bien que lo logran!
La visita comienza en el tercer piso con un video que nos introdujo a la historia de esta importante cultura precolombina (200-700 d.c.), y permite apreciar mejor los testimonios arqueológicos que incluyen cerámicas, instrumentos de uso cotidiano, estandartes, pectorales, adornos y exquisitas joyas con las que se ornamentaban personajes de alto rango, entre las que me deslumbraron unas espléndidas orejeras de oro y turquesas, símbolo del poderío de este antiguo gobernante y varios juegos de collares de plata y oro con cuentas preciosamente trabajadas.
Todos los objetos fueron encontrados antes de llegar a la tumba, que allí se expone tal como fue hallada por los arqueólogos: con un soldado que lo custodia desde arriba, al que se le cortaron los pies para que permanezca en el lugar y, más abajo, el Señor de Sipán ataviado con los ornamentos y posesiones acordes a su máxima jerarquía, enterrado con su mujer principal, con una mujer joven, y con algunos animales, entre ellos un perrito encargado de guiarlo en su tránsito hacia otro mundo.
A lo largo del recorrido contamos con la asistencia del personal del museo, bien preparados para satisfacer nuestra curiosidad sobre algunos testimonios de esta antigua cultura de América latina.
Finalizada la visita y exhaustos por un largo día pleno de experiencias realmente impactantes, regresamos a Chiclayo, donde el único momento de relax posible fue un reconfortante baño que nos puso en condiciones de continuar con un paseo que, en esta oportunidad, fue toda una fiesta. Porque Fiesta es el nombre del magnífico restaurante en el que nos recibieron con deliciosos "abrebocas" de pato y de pescado, un increíble Ceviche a la brasa, servido sobre chalas calientes y un plato típico de la región: pato con arroz, cocido en una pequeña olla de hierro que, ubicada en el centro de la mesa, nos invitaba a raspar el fondo para desprender un delicioso arroz crocante, para terminar con una espuma de algarrobina, muy dulce, que coronó el final de la fiesta.
Así como Lambayeque nos impactó con un fantástico museo, Chiclayo nos sorprendió con Fiesta, un restaurante que seguramente está entre los mejores de Perú.
Continuamos el viaje por un tranquilo paisaje desértico, solamente interrumpido por coloridas mototaxis en la cercanía de los poblados, y llegamos a Máncora con el tiempo suficiente para darnos el primer chapuzón en el Pacifico, un mar cálido que nos desafiaba con olas bastante bravuconas.
Por la tarde salimos a explorar la movida nocturna comimos en Hotelier, Arte y Cocina, un lugar sobre la playa en el que por lo avanzado de la hora éramos los únicos comensales. Fue una excelente oportunidad para intimar con su simpático dueño, hijo de Teresa Ocampo,
la Doña Petrona de Perú. 



Fue él quien nos preparó la primera langosta que probamos en Máncora; un producto que en este lugar esta al alcance de la mano, siempre y cuando uno baje a la playa muy temprano, puedan encontrar entre las rocas los piletones en los que las pobres langostas quedan atrapadas cuando baja la marea, y tenga el coraje de sacarlas con la mano, sin dejarse amedrentar por las pinzas de. 
Sin embargo, hay opciones más sencillas, como comprarlas a quienes las recogen a diario y las cargan en bolsas sumergidas en agua de mar o, preparadas por un buen cocinero.
En esta región las playas parecen interminables y resultan todo un desafío para hacer largas caminatas, alternadas con algunos chapuzones en medio de grandes olas, que suelelen devolvernos a la costa un poco maltrechos. 
La ciudad no es muy atractiva, aunque tiene algún que otro bar simpático, para tomar una cerveza helada; comer el sabroso atún rojo, típico de las costas cercanas a Ecuador; o darse una vuelta por el mercado de artesanías, perfumada de Palo Santo.
También hicimos varios paseos en auto por los alrededores, donde vimos grandes casas con jardines y 
terrazas que se asoman al mar, ente las que encontramos un curioso cartel publicitario, idéntico al de las inmobiliarias, que anunciaba "Este terreno no se vende".





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