viernes, 25 de septiembre de 2015

CroniCucas por Entre Ríos

Entre el orgullo por su pasado y el resguardo de su futuro

Partimos en auto desde Buenos Aires con destino a la estancia Laguna Blanca, cercana a la localidad de Villa Elisa en Entre Ríos. Lejos de ser un tedioso viaje de más de 300 km, el trayecto me pareció en sí mismo un programa genial debido a que, siendo bonaerense y habiendo vivido mucho tiempo en plena llanura, el paisaje de Entre Ríos me sorprendió como algo distinto y atractivo. 
El Río Paraná se ve espléndido desde lo alto de los puentes que unen las dos provincias, mientras se transita por ese fantástico sube y baja que nos posa en tierra firme al pasar por la isla Talavera, y se eleva nuevamente sobre el Paraná Guazú hasta llegar a una ruta entrerriana bordeada de campos verdes con cuchillas que ondulan el paisaje y elegantísimas palmeras.
Desde allí rumbeamos hacia Concepción del Uruguay, ya que nuestro plan de viaje contemplaba una visita al Palacio San José, al que arribamos a mediodía y donde nos instalamos bajo una frondosa arboleda en la que una vieja mesa redonda de cemento parecía invitarnos a descargar nuestra canasta de picnic, rebosante de delicias caseras.
Terminado el almuerzo, y luego de una agradable caminata por el parque del lago y por un jardín estilo francés, nos dirigimos al punto de encuentro de la primera visita programada de la tarde.
Recorrimos el casco principal con la asistencia de una excelente guía que, con justificado orgullo, nos fue relatando la historia de esta espléndida mansión construida por el General Justo José de Urquiza, en la que vivió junto a su familia y desde donde dirigió los destinos de Entre Ríos y de la Confederación Argentina.
Satisfechos con este baño de historia patria, partimos para cubrir los escasos kilómetros que nos separaban de Laguna Blanca.


La visita tenía un significado muy especial por tratarse de un establecimiento con un fuerte compromiso con el desarrollo sustentable que, definido como aquel que garantiza la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades, capturó mi total adhesión a partir de la lectura del  informe de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo, titulado “Nuestro Futuro Común".
Llegamos al campo de tardecita y una sencilla tranquera de madera natural pareció advertirnos que en ese lugar la naturaleza era la única responsable de la ornamentación. 
El paisaje lucía espléndido: los penachos de las cortaderas se balanceaban suavemente a los costados del camino y los espejos de agua brillaban bajo los últimos rayos de sol. Anochecía cuando nuestro GPS  anunció la llegada al destino final con una bandera a cuadros que nos hizo sentir protagonistas de una carrera de Fórmula 1.
Cómodamente instalados en el cuarto de huéspedes, pudimos apreciar esa combinación perfecta de simpleza y refinamiento, que hacía que el lugar resultara encantador. No podríamos haber imaginado nada más apropiado para cobijar un agradable descanso que nos permitió saltar de la cama mientras el sol se desperezaba, con la intención de aprovechar cada minuto de nuestra estadía.



La luz del día nos facilitó una visión más amplia del conjunto de edificaciones que conforman el casco de la estancia, en el que se conjuntan armoniosamente estructuras perfectamente restauradas y construcciones nuevas en las que se honran los materiales locales y se respetan los estilos tradicionales.
Reunidos en la cocina, entre café y tostadas, planificamos el recorrido que nos permitiría conocer este campo de aproximadamente 3.000 hectáreas bordeado por los ríos Paraná y Feliciano y por la Laguna Blanca, que le presta su nombre.
Iniciada la marcha, éramos todo oídos para escuchar el interesante relato de los trabajos que se realizan para recuperar la salud de los ecosistemas dañados y las actividades destinadas a impulsar el proceso de restauración de especies nativas; y todo ojos para apreciar los resultados que permiten a la flora y la fauna autóctonas recobrar su protagonismo.



No queríamos perdernos nada, razón por la cual bajamos del auto en las cercanías del Río Feliciano y caminamos por un atractivo bosque de Nogales Pecan y por un huerto orgánico con amplia variedad de frutales, que más de una vez debieron resistir la embestida de algún chancho salvaje, especie que libre de amenazas comienza a moverse a sus anchas por el lugar.
Me sentía sumamente afortunada al ver materializados los principios del desarrollo sustentable en todas las actividades productivas, desde los cuidados casi imperceptibles, hasta los más sorprendentes, tal como ocurre con los trabajos realizados para recuperar los suelos erosionados.
Esta tarea, que otorga al campo una fisonomía muy especial, se realiza a partir de un exhaustivo estudio del lugar, que permite seguir las curvas de nivel del terreno para construir terrazas, en las que se cultivan granos de avena, linaza, sorgo, cebada y trigo, que en su floración compiten entre sí con magníficos colores y transforman las superficies onduladas del suelo en una bellísima paleta cromática. 


Tuvimos la oportunidad de observar numerosas actividades destinadas a desarrollar un modelo de agricultura orgánica y diversa, y de completar el recorrido con un tranquilo paseo por la costa del Río Paraná.
Fue un momento de relax después de un ajetreado trayecto, en el que nos detuvimos a disfrutar de un entorno de notable belleza, rodeados de praderas nativas frente a un río que luce radiante cuando los rayos de sol se escurren a través del limo que arrastra en su larga carrera sudamericana.
Conocer la estancia Laguna Blanca fue todo un privilegio que concluyó con una despedida memorable, compartiendo un menú impregnado de sabor regional: un enorme dorado a la parrilla, que hizo las delicias de locales y visitantes.

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