Entre el
orgullo por su pasado y el resguardo de su futuro
Partimos en
auto desde Buenos Aires con destino a la estancia Laguna Blanca,
cercana a la localidad de Villa Elisa en Entre Ríos. Lejos de ser un tedioso
viaje de más de 300 km ,
el trayecto me pareció en sí mismo un programa genial debido a que,
siendo bonaerense y habiendo vivido mucho tiempo en plena llanura, el
paisaje de Entre Ríos me sorprendió como algo distinto y atractivo.
El Río Paraná
se ve espléndido desde lo alto de los puentes que unen las dos provincias,
mientras se transita por ese fantástico sube y baja que nos posa en tierra
firme al pasar por la isla Talavera, y se eleva nuevamente sobre el Paraná Guazú
hasta llegar a una ruta entrerriana bordeada de campos verdes
con cuchillas que ondulan el paisaje y elegantísimas palmeras.
Desde allí
rumbeamos hacia Concepción del Uruguay, ya que nuestro plan de viaje
contemplaba una visita al Palacio San José, al que arribamos a
mediodía y donde nos instalamos bajo una frondosa arboleda en la que una vieja
mesa redonda de cemento parecía invitarnos a descargar nuestra canasta de
picnic, rebosante de delicias caseras.
Terminado
el almuerzo, y luego de una agradable caminata por el parque del lago y por un
jardín estilo francés, nos dirigimos al punto de encuentro de la primera visita
programada de la tarde.
Recorrimos
el casco principal con la asistencia de una excelente guía que, con justificado
orgullo, nos fue relatando la historia de esta espléndida mansión
construida por el General Justo José de Urquiza, en la que vivió
junto a su familia y desde donde dirigió los destinos de Entre Ríos y de la Confederación Argentina.
Satisfechos
con este baño de historia patria, partimos para cubrir los escasos kilómetros
que nos separaban de Laguna Blanca.
La visita
tenía un significado muy especial por tratarse de un establecimiento con un
fuerte compromiso con el desarrollo sustentable que, definido
como aquel que garantiza la satisfacción de las necesidades del
presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para
satisfacer sus propias necesidades, capturó mi total adhesión a partir de
la lectura del informe de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente
y Desarrollo, titulado “Nuestro Futuro Común".
Llegamos al
campo de tardecita y una sencilla tranquera de madera natural pareció
advertirnos que en ese lugar la naturaleza era la única responsable de la
ornamentación.
El paisaje
lucía espléndido: los penachos de las cortaderas se balanceaban suavemente a
los costados del camino y los espejos de agua brillaban bajo los últimos rayos
de sol. Anochecía cuando nuestro GPS anunció la llegada al destino
final con una bandera a cuadros que nos hizo sentir protagonistas de una
carrera de Fórmula 1.
Cómodamente
instalados en el cuarto de huéspedes, pudimos apreciar esa combinación perfecta
de simpleza y refinamiento, que hacía que el lugar resultara
encantador. No podríamos haber imaginado nada más apropiado para cobijar
un agradable descanso que nos permitió saltar de la cama mientras el sol se
desperezaba, con la intención de aprovechar cada minuto de nuestra estadía.
La luz del
día nos facilitó una visión más amplia del conjunto de edificaciones que
conforman el casco de la estancia, en el que se conjuntan armoniosamente
estructuras perfectamente restauradas y construcciones nuevas en las que se
honran los materiales locales y se respetan los estilos tradicionales.
Reunidos en
la cocina, entre café y tostadas, planificamos el recorrido que nos permitiría
conocer este campo de aproximadamente 3.000 hectáreas
bordeado por los ríos Paraná y Feliciano y por la Laguna Blanca , que
le presta su nombre.
Iniciada la
marcha, éramos todo oídos para escuchar el interesante relato de los trabajos
que se realizan para recuperar la salud de los ecosistemas dañados y las
actividades destinadas a impulsar el proceso de restauración de especies
nativas; y todo ojos para apreciar los resultados que permiten a la flora
y la fauna autóctonas recobrar su protagonismo.
No
queríamos perdernos nada, razón por la cual bajamos del auto en las
cercanías del Río Feliciano y caminamos por un atractivo bosque de Nogales
Pecan y por un huerto orgánico con amplia variedad de frutales, que más de
una vez debieron resistir la embestida de algún chancho salvaje, especie que
libre de amenazas comienza a moverse a sus anchas por el lugar.
Me sentía
sumamente afortunada al ver materializados los principios del desarrollo
sustentable en todas las actividades productivas, desde los cuidados casi
imperceptibles, hasta los más sorprendentes, tal como ocurre con los
trabajos realizados para recuperar los suelos erosionados.
Esta tarea,
que otorga al campo una fisonomía muy especial, se realiza a partir de un exhaustivo
estudio del lugar, que permite seguir las curvas de nivel del terreno para
construir terrazas, en las que se cultivan granos de
avena, linaza, sorgo, cebada y trigo, que en su floración compiten entre sí con
magníficos colores y transforman las superficies onduladas del suelo en una
bellísima paleta cromática.
Tuvimos la
oportunidad de observar numerosas actividades destinadas a desarrollar un
modelo de agricultura orgánica y diversa, y de completar el recorrido con un
tranquilo paseo por la costa del Río Paraná.
Fue un
momento de relax después de un ajetreado trayecto, en el que nos detuvimos a
disfrutar de un entorno de notable belleza, rodeados de praderas nativas frente
a un río que luce radiante cuando los rayos de sol se escurren a través del limo
que arrastra en su larga carrera sudamericana.
Conocer la
estancia Laguna Blanca fue todo un privilegio que concluyó con una despedida
memorable, compartiendo un menú impregnado de sabor regional: un enorme dorado
a la parrilla, que hizo las delicias de locales y visitantes.
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