lunes, 20 de noviembre de 2017

Explorando Marruecos: Llegada

Desde los ajetreados aeropuertos hasta las montañas del Rif



Aterrizamos en Madrid pasadas las 7am con la sensación atemporal que provocan los vuelos trasatlánticos y, mientras buscábamos la puerta de embarque a Melilla, la jamoneria de Enrique Tomas nos salió al paso como una provocación difícil de resistir. Un sudoroso ibérico cortado a cuchillo y unas cañitas de cerveza nos animaron a abordar el vuelo al continente africano con una sonrisa de oreja a oreja. 


Melilla es una ciudad española en el norte de África y, de camino a la frontera marroquí, un didáctico taxista nos paseó por barrios de arquitectura modernista perfectamente conservados, donde vimos dos estatuas de Franco que siguen en pie.  

Nos despedimos de España y, rodando las valijas por un a pavimento averiado, pasamos el control migratorio de ingreso a Nador donde nos esperaba el chofer con su Land Cruiser, para dar inicio a la travesía marroquí que habíamos planeado. 

El viaje comenzó por una agradable ruta costera hasta Alhucemas y, después de hacer pie en tres continentes, nuestra máxima pretensión era una rica cena y un buen descanso. 



Estábamos a orillas del 
Mediterráneo y las sardinas a la brasa eran un plato imperdible, lo saboreamos gracias a Yousef, un joven marroquí que conocimos en la pileta y que partió como un disparo en su Mercedes para comprarlas en la parrilla más renombrada.



Teníamos mucho Marruecos por delante y marchamos en dirección a Chefchaouen por el camino que atraviesa las montañas del Rif, en medio de un paisaje con tupidos bosques de cedros y de pinos, laderas aterrazadas preparadas para la siembra, pastores que cuidaban sus rebaños, y sencillas casas rurales que se destacaban por la originalidad de sus ventanas. 


Con Chefchaouen tuve un amor a primera vista, el panorama de
una ciudad de color azul intenso me flechó desde lejos, y el entusiasmo fue en aumento a medida que nos acercábamos a nuestro destino. 

Una vez en el Darech Chaouen, maisón d' hotes, cómodamente instalados en la pintoresca y confortable Suite Royal, sentí que me había zambullido sin ningún reparo en el ambiente amable de la ciudad.




Estábamos a unos pocos pasos de una de las puertas de la medina y, siempre listos cuando se trata de conocer nuevos lugares, comenzamos un divertido recorrido por callecitas serpenteantes que nos acercaron a la plaza Uta el Hamman, para tomar el primer te de menta con vista a la Kasba. Fue precisamente allí donde logré el recreo que necesitaba para visitar las tiendas sin apuro (aunque al regresar encontré  a mi marido rodeado de tres jóvenes maltesas sorprendidas porque conocía La Valletta). 

El mercado de alimentos está fuera de la medina de Chaouen, de modo que las callecitas angostas y escalonadas de su interior lucen pulcras y bien dispuestas para exhibir una atractiva variedad de manufacturas locales. Las carteras y las babuchas de cuero tapizan las paredes de los comercios con una amplia paleta de colores, algunos logrados en las curtiembres, y otros producto de largas horas de sol sobre los frentes. La cestería y los textiles también forman parte de la oferta de artesanías tradicionales y, con un poco de paciencia, se pueden encontrar diseñadores que sorprenden por la originalidad de sus creaciones.   



Además de los bazares, la Gran Mezquita, los jardines de la Kasba y la frescura que emana de la fuente de Ras el Maa, los olores de la cocina bereber y el perfume de las especias son una invitación muy tentadora a incursionar por los pequeños restaurantes de la medina.  






Después de consultar TripAdvisor, 
nuestra biblia gastronómica elegimos Beldi Bab Ssour, un simpático restó con precios populares y buena comida, donde nos deleitamos con una degustación de especialidades marroquíes y nos defraudó el tajine de verdura que sólo tenía zanahorias. Tomamos la falta de provisiones con humor y nos recompensaron con un delicioso queso de cabra acompañado de mermelada de moras. Una combinación que nos pareció magistral.  



El regreso al hotel nos deparó una 
sorpresa inesperada, porque a medida que nos alejábamos del restaurante, las calles nos resultaban irreconocibles. Con los bazares cerrados había perdidos mis puntos de referencia infalibles y caminaba a ciegas frente a muchas puertas anónimas.  

Sin embargo nada palo podía suceder en este lugar encantador y, como en un acertijo, tratamos de rescatar la información necesaria para poder regresar: paredes con macetas de colores, alguna puerta decorada, la orientación de las escaleras, un tono azul más intenso, y finalmente el sonido del agua que 
anunciaba la proximidad del puente que cruzamos para llegar al hotel.


Antes de entrar a nuestro cuarto nos detuvimos para contemplar nuevamente la ciudad azul que parecía deslizarse sobre la ladera. 
Era una noche luminosa, y en ese entorno, recordé  el villancico navideño mientras disfrutaba de una noche de paz.   








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sábado, 11 de noviembre de 2017

Buzios con sol en Libra, una semana de festejos.








Como todos los años la encantadora casa de Ferradura, que balconea sobre la bahía, se prepara para el gran festejo de primavera: el cumpleaños del dueño de casa. 


Las invitaciones corren en paralelo a la captura de langostas que,
por tratarse del tradicional plato cumpleañero, invariablemente cotizan en alza. Aunque en esta ocasión las astutas langostas previeron la proximidad del ágape y buscaron refugio seguro, de modo que ni la suma de los pescadores, fue capaz de conseguir la provisión requerida. 



Sin embargo no hubo traspié capaz de deslucir el convite, porque pescaron un número respetable de langostinos BG (el equivalente a la Ferrari de los mencionados crustáceos), que se sirvieron acompañados de una delicada salsa de romero y otra más atrevida de curry y, para deleite de los invitados, se maridaron con el infaltable champagne francés.


El día de la fiesta, quienes tenemos el privilegio de conformar el elenco estable de la casa, abandonamos la playa temprano para producirnos y actuar como anfitriones ad hoc entre los invitados locales. Son reencuentros divertidos en los que solemos retomar conversaciones que saltean sin mesura los doce meses transcurridos, un dislate producto del  efecto caipiroshka, o simplemente del ánimo festivo.


La terraza fue el lugar perfecto para el aperitivo, desde allí, la visión de la bahía bajo un sol que centelleaba sobre la orilla opuesta era deslumbrante. Un regalo de Ferradura para quien plantó sus reales cuando, la impronta rústica de su origen, estaba lejos de presentir el Buzios que hoy se codea con los balnearios más codiciados del mundo. 



La mesa del comedor, primorosamente tendida, esperaba con paciencia a  
los comensales que parecían prendados del  atardecer y de los brindis de bienvenida. Mientras en la cocina Tania se multiplicaba entre las ollas, secundada por Rita y Jo, para que los langostinos salieran emplatados como para una recepción principesca.
La presentación del segundo plato también tuvo su protagonismo, cuando los galetos crocantes con ensalada Waldorf, hicieron una entrada estelar recostados sobre las bandejas. 




Finalmente, siguiendo la tradición cumpleañera, el banquete culminó con una deliciosa mesa de postres, el soplado de las velas acompañado del Happy Birthday en varios idiomas, y un silencio expectante mientras el festejado nos conmovía con la poesía que escribió su madre en la dulce espera. 



Los versos se prolongaron en canciones musicalizadas por una orquesta local, hasta que el ambiente se fue caldeando, y el contagioso ritmo brasileño puso en movimiento a toda la concurrencia. El resultado fue un divertido conjunto de bailarines, algunos brillaban por su maestría, y otros por su entrañable buena voluntad. 


Después de esta magnífica celebración la casa recuperó el movimiento habitual: los desayunos prolongados para que nadie se prive de remolonear en la cama; las reposeras bien dispuestas en la playa para para recibir a los bañistas mañaneros; la mesa bajo las sombrillas a la espera del aperitivo, uno de los momentos del día con ocupación plena; los almuerzos tardíos, costumbre buziana a la que adhiero con vehemencia; y los programas en el Home Theatre, con una oferta de cine y series digna del festival de Cannes.



Sin embargo Libra viene recargado y pocos días después llegó mi cumpleaños, con un festejo más íntimo, pero no menos memorable.
El día de fiesta comenzó con deliciosas croissant en el desayuno y una jornada de sol que invitaba a zambullirse en el mar, un escenario ideal para disfrutar de uno de nuestros programas favoritos, el copetín en la playa. 




Casi un ritual que comienza con el descenso de las bandejas sobre las que tintinean las caipiroshkas y se hamacan los jugos de fruta, acompañados de una generosa provisión de bocados brasileños, a los que en esta ocasión se sumó un foie gras fresco, traído del viejo mundo, muy bien recibido por nuestros amigos.  

El almuerzo también tuvo un plato inesperado porque las langostas, que días atrás se habían puesto a buen resguardo, salieron desprevenidas y fueron víctimas de un experto en caza submarina. Fue un presente muy apreciado con el que inauguramos un banquete que continuó con una sabrosa paella, maridada con tempranillo español.







Una torta de maracuyá y mango estuvo a cargo del cierre del banquete y un entonado Happy Birthday, colmado de buenos deseos, repiqueteó como el Allegro de un cumpleaños feliz.  




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martes, 8 de agosto de 2017

Me encanta vacacionar en la Bahia de Ferradura.



Tal vez porque nos hospedamos en una de las casas con más encanto de la Bahia, porque sus dueños son estupendos anfitriones, o porque somos levemente hedonistas, Buzios siempre tendrá para nosotros un disfrute asegurado y hasta estamos convencidos que en la Bahía de Ferradura todo el año es temporada.
Es el lugar ideal para disfrutar de un mar amigable, practicar deportes náuticos, hacer largas caminatas por la playa y dejarse tentar por una amplia oferta de sabores: agua de coco, milho quente, queijo na brasa, cerveza fresca, acaí con banana, y helados de frutos tropicales. Sin pasar por alto las atractivas tiendas ambulantes, con percheros repletos de atuendos y accesorios veraniegos.
Insólito spa es nuestro punto de llegada y desde allí tenemos varias opciones: volver navegando en el gomón, desandar el trayecto caminando, zambullirnos en el último tramo para evitar el sendero de las piedras, aventurarnos a nadar desde una orilla
a otra y hasta llegar rompiendo las olas en sky.
El abanico de preferencias es amplio y cada cual regresa a su aire. Sin embargo, el programa que tiene asistencia perfecta, es el que corona todas las actividades playeras: un estupendo copetín que baja a la playa en bandejas rebosantes de entremeses, licuados y caipiroshkas, a las que nos abalanzamos sin pudor.



Los almuerzos son invariablemente tardíos, y entre degustaciones y animadas charlas se prolongan hasta el atardecer, cuando el oleaje se colorea con el reflejo de las luces que zigzaguean sobre el agua. Entonces, la movida se traslada al Playroom para disputar reñidos campeonatos de pin pon, y continúan en el Home Theater con las últimas novedades de cine y series.
En Buzios hay muchas playas encantadoras, pero estamos tan afincados en la Ferradura, que las esporádicas visitas a Brava, Tartaruga, Forno y Osos, suelen hacerse navegando en el Fortuna, desde donde alcanzamos la costa después de un buen chapuzón.
Por las noches solemos recorrer la Rua das Pedras, el polo fashion de la ciudad, donde también se concentra una oferta gastronómica que hizo historia en el lugar. 





Tengo un simpático recuerdo de esta calle emblemática en nuestras primeras visitas, en las que a poco de llegar corría sin pausa hasta la boutique  Abracadabra, en busca de las prendas imprescindibles para adoptar el informal y atrevido estilo buziano: biquinis mínimas, pareos con estampados tropicales y ojotas Hawaianas, un calzado que contra todos los prejuicios fue cruzando barreras y hoy chancletea por el mundo entero.
En la actualidad todas las marcas quieren estar presentes en esta calle empedrada, aportando una fisonomía glamorosa a este antiguo pueblo costero.
También el tradicional puerto de pescadores cambia su imagen al atardecer, cuando las luces atenuadas por el follaje señalan los senderos que llevan hasta atractivos bares y restaurantes, en un ambiente íntimo en el que uno de mis lugares favoritos es Dona Jo, el restaurante donde  el steak tartar es un plato imperdible.


Solemos hacer alguna escapada a Buzios durante la semana de mayo, para aprovechar los días cálidos, la bahía tranquila y la casa alborotada con una exótica celebración del día de la patria, en la que los colores brasileños se enlazan con cintas celestes y blancas.
Por su parte, la visita de primavera tiene una convocatoria asegurada por la celebración del aniversario del dueño de casa, donde conspicuos personajes locales y huéspedes habituales, nos relamemos frente al esperado despliegue de bandejas repletas de Langostas y Champagne Don Perignon. Es un festejo muy divertido, porque una vez terminado el almuerzo y las versiones del Feliz Cumpleaños en varios idiomas, entra en escena una orquesta y la recepción se transforma en una animada pista de baile.
Pero invariablemente enero es el mes más concurrido del año. Son las vacaciones de verano y el rango de edad de los huéspedes se amplía notablemente.  La casa adquiere un ritmo y una animación diferente y todos nos sumamos a nuevos desafíos, como el que tuve al experimentar un paseo en Boia, prendida como una garrapata y a todo rebote.
No es fácil partir de este lugar entrañable, sólo nos anima la ilusión de volver, porque la casa parece estar siempre lista para recibir huéspedes dispuestos a disfrutarla.   



lunes, 10 de abril de 2017

Entre lagos y cumbres descubrimos un cruce andino diferente.


Viajamos a Bariloche para visitar a mi cuñada patagónica que vive en la Península de San Pedro, uno de los lugares más lindos de la ciudad, donde se encuentra la torre construida por el arquitecto Alejandro Bustillo, una fortaleza con la mejor perspectiva del Nahuel Huapi,  la casa de nuestro amigo Rafael, con su maravilloso jardín de rosas antiguas, y varios senderos serpenteantes con vista al lago, ideales para hacer largas caminatas entre matorrales de rosa mosqueta, cipreses gigantes y arrayanes jóvenes. 




Nuestra anfitriona tenía programado un paseo para cada día a los que partíamos con una bien provista canasta de pic nic. Recorrimos la bellísima ruta de los 7 lagos y nos detuvimos en varios puntos panorámicos para que dos de las viajeras, en su bautismo patagónico, pudieran inmortalizar los paisajes que llevarían de regreso a Italia. 




Fue una jornada a pura belleza que culminó con un animado intercambio de opiniones sobre los sitios que más nos habían gustado y, entre coincidencias y discrepancias, logramos reconstruir la hoja de ruta de los lagos, y la visita a ciudades encantadoras como Villa la Angostura y San Martin de los Andes. 





En todos nuestros programas de viaje el frugal pic nic de mediodía y una buena comida por la noche son casi una tradición, y esta vez, la cena fue en El Boliche Viejo, nombre que encierra todo el encanto del lugar, donde nos deleitamos con empanadas de carne, ojo de bife con papas fritas bien doradas, y flan; y nos divertimos con las graciosas declaraciones de los mozos, cuando indagamos sobre Butch Cassidy, un mítico comensal. 




Otro día hicimos trekking a lo largo del Rio Manso y recuperamos fuerzas con un pic nic musicalizado por el sonido de la cascada Los Alerces.
Esa misma noche nos despedimos de Bariloche en la Parrilla de Alberto, con la mejor carne de la región.







A la mañana siguiente nos embarcamos en un nuevo programa: el Cruce Andino que une Bariloche en Argentina con Puerto Varas en Chile.
Partimos de Puerto Pañuelo en el catamarán Gran Victoria para navegar por el lago Nahuel Huapi, avistamos la Isla Victoria y la isla Centinela, donde las embarcaciones saludan con tres bocinas frente a la tumba del Perito Moreno, en señal de respeto y reconocimiento. Durante el resto del trayecto disfrutamos de la belleza del lago y de su entorno hasta la primera escala
en Puerto Blest.





Muy cerca de allí embarcamos en un nuevo catamarán para atravesar el Lago Frías y, en ese tramo, la nota divertida la aportaron las gaviotas que, en vuelo rasante, arrebataban las galletitas de la mano frente al click oportuno de una fotógrafa.
Cuando llegamos a Puerto Frías el Volcán Tronador parecía jugar a las escondidas entre las nubes, sin embargo, una vez concluidos los trámites de migraciones y aduana, llegamos a descubrir su figura lejana y majestuosa.





El cruce de la Cordillera de los Andes, en un Bus 4 x 4, fue uno de los tramos más interesantes de la excursión, porque, tuvimos el privilegio de ser los únicos viajeros en transitar la huella que atraviesa antiguos bosques de especies nativas.






Al llegar al límite entre Argentina y Chile, precisamente en la línea divisoria de las aguas, nos detuvimos para tomar las clásicas fotos en los letreros de bienvenida de los dos países vecinos. En mi caso fue una inesperada oportunidad para observar la típica Selva Valdiviana, el hábitat donde los líquenes y musgos son los mejores indicadores  de contaminación y cambio climático, los Cohiues ganan mayor altura, y los Alerces pueden llegar a cumplir  3.500 años. 




Muy cerca del valle del rio Peulla, tuvimos la suerte de ver dos Cóndores Andinos mientras descendían a tomar agua, y en la 
minuciosa aduana de Peulla cumplimos con los tramites migratorios de Chile. 




Una vez ingresados oficialmente al país vecino, y para disipar toda duda sobre nuestra localización tomamos el primer Pisco chileno en el bar del Hotel Natura. Desde allí emprendimos la primera caminata trasandina hasta la Cascada de la Novia, donde,  después de un inesperado baño de espuma continuamos la marcha más frescos que una lechuga. 






Ni bien llegamos al puerto, para embarcar en un nuevo catamarán, nos encontramos con otros viajeros que recorrían la Carretera Austral en bicicleta. Con ellos navegamos el Lago de Todos los Santos, avistamos la isla Margarita, y fuimos testigos de la solidaridad y el respeto que inspiran las personas arraigadas en el lugar, cuando nuestra embarcación se detuvo, y tuvimos oportunidad de presenciar el abordaje desde un pequeño bote de remos. 






Desembarcamos en Petrohue frente al inconfundible perfil del volcán Osorno y continuamos en Bus hasta los Saltos de Petrohue donde, en un entorno de nubes bajas, caminamos por senderos en los que la espuma se escurre entre curiosas formaciones de piedra volcánica. Concluida la visita retomamos la ruta que bordea el Lago Llanquihue, uno de los mayores de Chile, para finalizar la excursión en Puerto Varas.





Con Puerto Varas tuve un amor a primera vista, todo me parecía  atractivo, desde el magnífico panorama que ofrece el lago, los volcanes cercanos y las casitas de madera que trepan hacia lo alto de la ciudad; hasta las coquetas cafeterías, y la cordialidad de la gente.






Afortunadamente nuestro hotel estaba a pocos pasos de la pintoresca escalera Ricke, en la que  el esfuerzo de subir se compensa con la visión de coloridos diseños en cada uno de los tramos. Por allí bajamos hasta el restaurante Donde el Gordito, un bodegón muy concurrido, en el que celebramos nuestro arribo con un generoso descorche de vino blanco y un menú típicamente chileno: locos, machas a la parmesana, camarones, congrio con alcaparras y salmón a la plancha, platos con los que una graciosa camarera tentaba a cada uno de los comensales, hasta dejarnos sin aliento.



En Puerto Varas alquilamos el auto con el que emprendimos un rally turístico que nos permitió visitar en poco tiempo muchos lugares interesantes.
Partimos en dirección a Chacao el puerto de salida de los Ferrys hacia Chiloé, una región que atesora antiguas iglesias construidas en madera, con arquitectura propia del lugar, que fueron declaradas por UNESCO Patrimonio de la Humanidad.






Desembarcamos en Ancud, una ciudad agradable cuya iglesia fue reconstruida después de un terremoto a mediados de los 90, pero que mantiene su impronta de vieja ciudad pesquera en un tradicional pesebre armado sobre un bote.
Después de un almuerzo ligero seguimos la ruta que lleva a  Castro, la capital de Chiloé, donde deambulamos por calles en las que abunda la oferta de artesanías y visitamos simpáticos cafés, en los que se respira una tranquilidad sorprendente. Fue el momento de relax en medio de la agitada búsqueda de los típicos palafitos, del recorrido por el mercado, y de la visita a la Iglesia de San Francisco de Castro, una bella combinación de estilo clásico y Chilote construida con diversas maderas autóctonas.




La placidez contagiosa de Castro se interrumpió bruscamente cuando nos percatamos que teníamos el tiempo justo para tomar el último Ferry y llegar esa misma noche a Puerto Montt, ciudad en la que además pretendíamos comer la famosa Centolla. El ferry nos devolvió al continente con una puntualidad sorprendente y una vez en Puerto Montt, después de un apresurado estudio de mercado, terminamos el día saboreando lo mejor de la cocina chilena. 






En vísperas de Navidad la ciudad era un enjambre de gente haciendo compras y tratando de huir de las multitudes, encontramos en la costanera el refugio ideal para tomar un descanso, hasta que un chaparrón indiscreto nos obligó a volver al hotel de una corrida.





Algunas horas después, recuperada la calma, disfrutamos de una conmovedora misa de Nochebuena en la Catedral con el marco musical de una orquesta de cámara y un magnifico coro.Sin embargo, no sólo alimentamos el espíritu, porque casi sin pausa prolongamos la celebración con una excelente comida navideña en el Yatch Club de Puerto Montt “a pura centolla”.  




A poco de emprender el camino de regreso destinamos el ultimo día en Chile para visitar la ciudad de la música, Frutillar, donde además de un magnifico teatro sobre el lago hay una tradición gastronómica que es también digna de aplausos.


jueves, 9 de marzo de 2017

En Sevilla y en Madrid se agitan los abanicos.


Llegamos a Sevilla en el AVE, el transporte ideal si se pretende partir desde el centro de Madrid para hacer un viaje rápido y confortable.
Con pocos días y muchas ganas de disfrutar de esta ciudad encantadora, nos alojamos en el casco antiguo para poder deambular a toda hora por el laberinto de callecitas donde, se podrá chocar con un paraguas en un día lluvioso pero no habrá vehículos que salpiquen ni obstaculicen el apacible recorrido.



Desde la estación Santa Justa nos dirigimos al barrio de Santa Cruz y, una vez allí, la búsqueda del hotel lejos de ser una molestia resultó una introducción imperdible al gracejo andaluz. 


Nuestro primer programa fue un Tablado Flamenco, en el que contagiados por el ambiente gitano acompañamos a los artistas batiendo palmas, hasta que avanzados el festejo y la temperatura protagonizamos un divertido despliegue de abanicos de cartón.  




Los City Tours suelen ofrecer un excelente panorama de las ciudades y, tratándose de Sevilla, nos aventuramos en un tour a pie. Todo un acierto!
Durante más de tres horas caminamos por el barrio antiguo y por el casco histórico con un simpático guía local.




Visitamos la Catedral de Santa María de Sevilla, edificada sobre una antigua mezquita de la que solo queda el alminar, la majestuosa  Giralda, el campanarios más deslumbrante que he conocido; vimos el Alcázar, al que regresamos esa misma tarde con una guía experta, para hacer un minucioso recorrido por jardines y aposentos; y finalmente pasamos por el Archivo de Indias, un espléndido edificio renacentista en el que Carlos III concentró la documentación relativa a la administración de sus colonias. 



Durante el trayecto por el conjunto de monumentos del barrio de Santa Cruz observamos con curiosidad antiguas inscripciones llamadas Victores, dibujadas con sangre de toro por los graduados universitarios,  algo así como las actuales pintadas aunque dado su origen fueran ciertamente más doctorales.



Nos alejamos del casco antiguo para bordear el río Guadalquivir hasta el antiguo puerto, el lugar seguro al que llegaban las riquezas de Indias. Me  resultó conmovedor estar en el sitio en que tocaban tierra tantos hombres que, a puro coraje, unían dos continentes muy distantes. 



Continuamos la marcha hasta la Torre del Oro, la actual sede del Museo Naval, y muy cerca de allí arribamos a la plaza de toros de La Maestranza, extrañamente silenciosa y desierta por estar fuera de la temporada taurina. 




Después de pasar por la Universidad, tan rápido que no pudimos atrapar ni una pizca de los muchos saberes allí acumulados, tuvimos un final grandioso en la deslumbrante Plaza de España. Una bellísima edificación de grandes dimensiones, construida para la Exposición Iberoamericana de 1929 que, por su forma y orientación, simboliza el abrazo de España a los que fueran sus territorios de ultramar.   




Está cercada por un canal en el que se refleja como meciéndose sobre el agua, y sus paredes parecen intervenidas por el colorido de numerosos bancos recubiertos de cerámicas decoradas, que reproducen delicadas escenas de costumbres y tradiciones de las provincias españolas.
Finalizada la excursión nuestro guía nos señaló un camino de regreso a través del Parque de María Luisa. No podría haber sugerido un entorno  mejor para desandar la caminata y comentar el recorrido de una de las ciudades más atractivas de Europa.



Sin embargo Sevilla no es solamente monumental, es también una ciudad muy divertida en la que siguiendo la tradición nos plegamos al clásico tapeo,  una combinación de cañita de cerveza con un bocado, con la que conocimos tantos bares que al final de la estadía éramos casi expertos en tapas, cervezas y afines.




Con un clima tan propicio para el callejeo no habíamos disfrutado de nuestro espléndido alojamiento en la Suit Murillo y, para remediarlo, decidimos hacer una comida de  despedida en ese lugar.
Partimos en dirección a la Plaza del Duque de la Victoria con intención de abastecernos de lo necesario para el banquete, pero a medio camino, la peatonal Tetuán me sorprendió con tiendas tan atractivas que mi buen propósito se desvaneció entre percheros y probadores. Afortunadamente mi marido siguió sin pausa hasta El Corte Ingles, donde seleccionó sus productos favoritos entre una amplia oferta gourmet.




Fue una noche inolvidable en la que, solos en la terraza, frente al Alcázar y alcanzados por las luces de la Giralda, desplegamos sobre la mesa una fuente repleta de jamón bellotero y otras delicias regionales que acompañamos con algunas copas de un vino fresco y ligero.
Tuvimos el privilegio de ser los únicos protagonistas en un magnífico escenario. Fue el regalo imprevisto de una ciudad que parecía detenida como por arte de magia hasta que el silencio de la noche se rompió con el paso de un coche de caballos, muy andaluz, que se desvaneció como una sombra por la calle desierta. 





El día de nuestra partida con algunas horas de yapa hicimos una escapada hasta la Iglesia de la Hermandad de los Gitanos, donde descansan las cenizas de quien fuera un personaje emblemático de Andalucía, Cayetana Fitz-James Stuart duquesa de Alba. Una de las mujeres más queridas y respetada por los sevillanos.
Llegamos al inicio de una misa que compartimos con los parroquianos y, una vez finalizada la ceremonia nos acercamos al altar, para apreciar las magníficas tallas de Jesús Nazareno cargado con la cruz y la Virgen de las Angustias coronada, que durante la Semana Santa, dejan atrás la quietud del templo para marchar junto a los fieles, a su mismo paso, en procesiones donde reciben efusivas muestras de afecto.





Así es Sevilla: una ciudad que conjuga belleza, historia, tradición, gracia, devoción y un apego contagioso por el buen vivir.
El viaje de regreso fue algo así como un entretiempo de descanso, ya que en Madrid nos esperaba una apretada agenda de reservas en restaurantes, solo interrumpida por una visita al Museo Reina Sofía, porque recorrer este museo siempre resulta un excelente programa. Me encantó volver a ver las obras de Gris y de  Miró, y detenerme
extasiada frente al Guernica de Picasso, tal como ocurrió la primera vez que lo vi en el Moma de New York, antes de ser devuelto a España. 







El resto de nuestra breve estadía estuvo dedicada de lleno a la gastronomía, con reservas prolijamente pautadas para la noche, y otras menos formales para el mediodía.
Tuvimos dos cenas memorables: La primera en Taberna Pedraza, un restaurante cercano al Parque del Retiro, muy recomendado por un amigo que tiene bien ganados sus blasones en estos goces. Esa noche nos deleitamos con una tortilla elaborada con 3 huevos de gallina joven, que llegó a nuestra mesa con el número emitido por un contador de tortillas que contabilizaba varios miles; croquetas de jamón de bellota; Hamburguesa de carne madurada de Buey y papas bravas; todo acompañado con un excelente tempranillo.





La segunda fue en Casa Lucio, el tradicional restaurante ubicado en una de las calles más antiguas de Madrid, que cuenta entre sus clientes nada menos que al Rey Juan Carlos. Allí saboreamos deliciosas Setas, Rape y Lenguado y, cuando estábamos relamiéndonos con la Natilla, se acercó Lucio a nuestra mesa y con su acostumbrada simpatía se interesó por nuestros gustos y procedencia. Todo iba bien hasta que tuvo la osadía de decretar que en Argentina se come la carne recocida, una opinión formada 40 años atrás. Fue el inicio de un divertido entredicho que culminó con una exhibición de fuentes con productos dignos de una exposición, en la que desfilaron cortes de carne, pescados y mariscos, que daban cuenta de una calidad inobjetable.






Agradecimos a Lucio sus atenciones, elogiamos su cocina, y partimos con la esperanza de haber derribado su prejuicio sobre el punto de cocción de nuestra carne.
Por otro lado los almuerzos, más frugales pero siempre exquisitos, que tuvieron lugar en la terraza del Corte Ingles de Preciados con una estupenda vista de la ciudad; en el Mercado de San Miguel, tan concurrido que no cabe un alfiler;  y en la Cava de Illán, en la calle Cava baja, donde nos  deleitamos con Pimientos de Padrón y Pulpo gallego.
Nuestro paso por Madrid resultó también muy placentero, porque esta ciudad no sólo es Maja, es también sabrosa.