jueves, 9 de marzo de 2017

En Sevilla y en Madrid se agitan los abanicos.


Llegamos a Sevilla en el AVE, el transporte ideal si se pretende partir desde el centro de Madrid para hacer un viaje rápido y confortable.
Con pocos días y muchas ganas de disfrutar de esta ciudad encantadora, nos alojamos en el casco antiguo para poder deambular a toda hora por el laberinto de callecitas donde, se podrá chocar con un paraguas en un día lluvioso pero no habrá vehículos que salpiquen ni obstaculicen el apacible recorrido.



Desde la estación Santa Justa nos dirigimos al barrio de Santa Cruz y, una vez allí, la búsqueda del hotel lejos de ser una molestia resultó una introducción imperdible al gracejo andaluz. 


Nuestro primer programa fue un Tablado Flamenco, en el que contagiados por el ambiente gitano acompañamos a los artistas batiendo palmas, hasta que avanzados el festejo y la temperatura protagonizamos un divertido despliegue de abanicos de cartón.  




Los City Tours suelen ofrecer un excelente panorama de las ciudades y, tratándose de Sevilla, nos aventuramos en un tour a pie. Todo un acierto!
Durante más de tres horas caminamos por el barrio antiguo y por el casco histórico con un simpático guía local.




Visitamos la Catedral de Santa María de Sevilla, edificada sobre una antigua mezquita de la que solo queda el alminar, la majestuosa  Giralda, el campanarios más deslumbrante que he conocido; vimos el Alcázar, al que regresamos esa misma tarde con una guía experta, para hacer un minucioso recorrido por jardines y aposentos; y finalmente pasamos por el Archivo de Indias, un espléndido edificio renacentista en el que Carlos III concentró la documentación relativa a la administración de sus colonias. 



Durante el trayecto por el conjunto de monumentos del barrio de Santa Cruz observamos con curiosidad antiguas inscripciones llamadas Victores, dibujadas con sangre de toro por los graduados universitarios,  algo así como las actuales pintadas aunque dado su origen fueran ciertamente más doctorales.



Nos alejamos del casco antiguo para bordear el río Guadalquivir hasta el antiguo puerto, el lugar seguro al que llegaban las riquezas de Indias. Me  resultó conmovedor estar en el sitio en que tocaban tierra tantos hombres que, a puro coraje, unían dos continentes muy distantes. 



Continuamos la marcha hasta la Torre del Oro, la actual sede del Museo Naval, y muy cerca de allí arribamos a la plaza de toros de La Maestranza, extrañamente silenciosa y desierta por estar fuera de la temporada taurina. 




Después de pasar por la Universidad, tan rápido que no pudimos atrapar ni una pizca de los muchos saberes allí acumulados, tuvimos un final grandioso en la deslumbrante Plaza de España. Una bellísima edificación de grandes dimensiones, construida para la Exposición Iberoamericana de 1929 que, por su forma y orientación, simboliza el abrazo de España a los que fueran sus territorios de ultramar.   




Está cercada por un canal en el que se refleja como meciéndose sobre el agua, y sus paredes parecen intervenidas por el colorido de numerosos bancos recubiertos de cerámicas decoradas, que reproducen delicadas escenas de costumbres y tradiciones de las provincias españolas.
Finalizada la excursión nuestro guía nos señaló un camino de regreso a través del Parque de María Luisa. No podría haber sugerido un entorno  mejor para desandar la caminata y comentar el recorrido de una de las ciudades más atractivas de Europa.



Sin embargo Sevilla no es solamente monumental, es también una ciudad muy divertida en la que siguiendo la tradición nos plegamos al clásico tapeo,  una combinación de cañita de cerveza con un bocado, con la que conocimos tantos bares que al final de la estadía éramos casi expertos en tapas, cervezas y afines.




Con un clima tan propicio para el callejeo no habíamos disfrutado de nuestro espléndido alojamiento en la Suit Murillo y, para remediarlo, decidimos hacer una comida de  despedida en ese lugar.
Partimos en dirección a la Plaza del Duque de la Victoria con intención de abastecernos de lo necesario para el banquete, pero a medio camino, la peatonal Tetuán me sorprendió con tiendas tan atractivas que mi buen propósito se desvaneció entre percheros y probadores. Afortunadamente mi marido siguió sin pausa hasta El Corte Ingles, donde seleccionó sus productos favoritos entre una amplia oferta gourmet.




Fue una noche inolvidable en la que, solos en la terraza, frente al Alcázar y alcanzados por las luces de la Giralda, desplegamos sobre la mesa una fuente repleta de jamón bellotero y otras delicias regionales que acompañamos con algunas copas de un vino fresco y ligero.
Tuvimos el privilegio de ser los únicos protagonistas en un magnífico escenario. Fue el regalo imprevisto de una ciudad que parecía detenida como por arte de magia hasta que el silencio de la noche se rompió con el paso de un coche de caballos, muy andaluz, que se desvaneció como una sombra por la calle desierta. 





El día de nuestra partida con algunas horas de yapa hicimos una escapada hasta la Iglesia de la Hermandad de los Gitanos, donde descansan las cenizas de quien fuera un personaje emblemático de Andalucía, Cayetana Fitz-James Stuart duquesa de Alba. Una de las mujeres más queridas y respetada por los sevillanos.
Llegamos al inicio de una misa que compartimos con los parroquianos y, una vez finalizada la ceremonia nos acercamos al altar, para apreciar las magníficas tallas de Jesús Nazareno cargado con la cruz y la Virgen de las Angustias coronada, que durante la Semana Santa, dejan atrás la quietud del templo para marchar junto a los fieles, a su mismo paso, en procesiones donde reciben efusivas muestras de afecto.





Así es Sevilla: una ciudad que conjuga belleza, historia, tradición, gracia, devoción y un apego contagioso por el buen vivir.
El viaje de regreso fue algo así como un entretiempo de descanso, ya que en Madrid nos esperaba una apretada agenda de reservas en restaurantes, solo interrumpida por una visita al Museo Reina Sofía, porque recorrer este museo siempre resulta un excelente programa. Me encantó volver a ver las obras de Gris y de  Miró, y detenerme
extasiada frente al Guernica de Picasso, tal como ocurrió la primera vez que lo vi en el Moma de New York, antes de ser devuelto a España. 







El resto de nuestra breve estadía estuvo dedicada de lleno a la gastronomía, con reservas prolijamente pautadas para la noche, y otras menos formales para el mediodía.
Tuvimos dos cenas memorables: La primera en Taberna Pedraza, un restaurante cercano al Parque del Retiro, muy recomendado por un amigo que tiene bien ganados sus blasones en estos goces. Esa noche nos deleitamos con una tortilla elaborada con 3 huevos de gallina joven, que llegó a nuestra mesa con el número emitido por un contador de tortillas que contabilizaba varios miles; croquetas de jamón de bellota; Hamburguesa de carne madurada de Buey y papas bravas; todo acompañado con un excelente tempranillo.





La segunda fue en Casa Lucio, el tradicional restaurante ubicado en una de las calles más antiguas de Madrid, que cuenta entre sus clientes nada menos que al Rey Juan Carlos. Allí saboreamos deliciosas Setas, Rape y Lenguado y, cuando estábamos relamiéndonos con la Natilla, se acercó Lucio a nuestra mesa y con su acostumbrada simpatía se interesó por nuestros gustos y procedencia. Todo iba bien hasta que tuvo la osadía de decretar que en Argentina se come la carne recocida, una opinión formada 40 años atrás. Fue el inicio de un divertido entredicho que culminó con una exhibición de fuentes con productos dignos de una exposición, en la que desfilaron cortes de carne, pescados y mariscos, que daban cuenta de una calidad inobjetable.






Agradecimos a Lucio sus atenciones, elogiamos su cocina, y partimos con la esperanza de haber derribado su prejuicio sobre el punto de cocción de nuestra carne.
Por otro lado los almuerzos, más frugales pero siempre exquisitos, que tuvieron lugar en la terraza del Corte Ingles de Preciados con una estupenda vista de la ciudad; en el Mercado de San Miguel, tan concurrido que no cabe un alfiler;  y en la Cava de Illán, en la calle Cava baja, donde nos  deleitamos con Pimientos de Padrón y Pulpo gallego.
Nuestro paso por Madrid resultó también muy placentero, porque esta ciudad no sólo es Maja, es también sabrosa.

2 comentarios:

  1. Hola gente ! Leyendo El País, nos encantó con mi marido , el recorrido que hicieron. Hace poco estuvimos en Chile, y seguramente lo haremos! Muchas gracias !

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    1. Me alegra mucho que te guste!! Es un viaje que vale la pena

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