Todo comenzó varios meses atrás con la llegada de la participación para la boda de un sobrino en Noruega y, esa invitación a cruzar medio mundo por un motivo tan romántico, logró que los
Queríamos acompañar a los novios en el día de su casamiento y cruzamos el océano para conformar una delegación variopinta de tíos, primos, sobrinos y amigos entrañables, que arribó a Bergen con ánimo festivo.
La recepción fue inmejorable y la logística prodigiosa, a tal punto que transformó una larga fila de cabañas en un barrio gringo bullicioso y divertido, donde argentinos e italianos rompimos la discreta intimidad del lugar. Una vez instalados en las cananas, arrimamos mesas y sillas y desplegamos cervezas locales, salmón noruego, prosciutto, y parmesano italiano, para celebrar el encuentro. Mientras las más jóvenes de la familia se deleitaban con deliciosos corazones de chocolate.
Si bien el verano noruego no es muy veraniego que digamos, compensa las bajas temperaturas con una gran luminosidad. Los días son tan largos que las noches llegan a desaparecer casi por completo, a tal punto que solo después que el reloj marcara la medianoche, se pudo distinguir la luna llena sobre un cielo azul. Me parecía estar frente a un reloj desorientado y, en medio de paisajes de cuentos de hadas, no pude menos que pensar que hasta Cenicienta se hubiera visto en problemas para escapar antes que se rompiera el hechizo.
El esperado día de la boda amaneció lluvioso, pero nada impidió que saliéramos de punta en blanco para participar de la ceremonia. Zarandeándonos sobre altos tacones subimos la cuesta pedregosa, que nos separaba de la iglesia de Ulset, donde permanecimos expectantes, hasta que el sonido del órgano con el el Canon de Pachelbel anunció el arribo de la novia, precedida por sus mellizos.
Para nosotros todo era novedoso: veíamos por primera vez a los pequeños hijos de los novios; la persona que oficiaba la ceremonia era una mujer; en atención a la diversidad de origen de los participantes la celebración fue en inglés y las lecturas en noruego, italiano y español. Además, después de las conmovedoras palabras de la pastora, los mellizos rompieron la solemnidad con graciosas incursiones por el altar que resultaron muy divertidas.
Terminada la ceremonia esperamos a los flamantes esposos formando una guardia de honor muy efusiva, donde la tradicional lluvia de arroz se confundía con la llovizna, hasta que fuimos gratamente sorprendidos por una explosión de pétalos en forma de corazón, que cayó sobre los novios como en un film de Disney.
Una vez a buen resguardo, una caravana interminable de automóviles hizo innecesario el uso del GPS para llegar al lugar del festejo, donde a medida que se despejaba la bruma pudimos apreciar el estupendo panorama que ofrecía la vecindad del Palacio de verano.
El banquete nupcial brindó lo mejor de la gastronomía Noruega e Italiana muy bien acompañado con Verdichio Italiano y Malbec Argentino.
El primer paso comprendía una variada oferta de ensaladas, carnes, pescados y mariscos y por supuesto el delicioso salmón noruego horneado con especias y ahumado. El menú continuaba con un plato de carne de reno acompañada de peras rellenas de gelatina de grosellas, espárragos y papines; y coronaba el banquete una tulipa de chocolate rellena de mouse de maracuyá y la tradicional torta nupcial. Una delicia!!
Escuchamos simpáticos discursos de amigos y familiares pero sin duda el baile fue el momento de mayor integración, porque todos los ritmos entusiasmaban por igual a latinos y vikingos, y si bien los novios fueron las estrellas indiscutidas de la noche el Best man resultó el protagonista más destacado de la pista.
Fue un magnifico festejo y el punto de partida de un programa minuciosamente preparado para que esta visita a Noruega fuera memorable.
Los primeros días, con un sol omnipresente y el Jet Lag me sentí bastante desorientada, a tal punto que no participé del día de pesca y opté por una visita al puerto de Bergen y al mercado, donde un amable pescadero se dignó a hacer un buen sándwich de salmón salvaje: eligió una pieza que lucía muy tentadora, cortó varias fetas, pesó meticulosamente los gramos que íbamos a consumir y armó un sándwich cargado de un salmón fresco y carnoso con el que nos deleitamos mientras recorríamos el mercado.

El programa de agasajos parecía no tener fin porque, hubo un asado para estrenar la parrilla construida por el novio, donde el asador permaneció cercado por una escolta de criollos, italianos y vikingos aspirantes al choripán. Fue un almuerzo muy festejado en el que los mayores elogios se los llevó la entraña que Paolo, parrillero profesional en Milán, sirvió en su mejor punto de cocción.
También tuvieron una calurosa bienvenida las botellas mágnum de Malbec que llevamos de Argentina. Sin duda un complemento perfecto para el asado.

Para quienes hacíamos el trayecto de Bergen a Aheim por primera vez el panorama no dejaba de sorprendernos: los fiordos, las costas salpicadas de viviendas blancas, los pequeños puertos y los caminos serpenteantes, nos hicieron disfrutar tanto del viaje como del destino final. Nos esperaba una residencia rodeada de jardines a la que arribamos junto a los novios, como parte de un cortejo que se desplazaba con soltura por amplios ambientes que estaban a nuestra disposición.
El día de excursión a Stadlandet estuvo lleno de sorpresas: al llegar a lo más alto de la montaña y, con una vista deslumbrante, una joven nos deleitó con canciones tradicionales y nos convido con dulces típicos que había preparado especialmente para nosotros. Fue un magnifico regalo!
Era un día ideal para hacer pic nic en la playa y, cómodamente instalados sobre la arena, desplegamos nuestro aperitivo y los apetitosos sándwiches que habíamos preparado para toda la comitiva.
Una vez recuperada las fuerzas emprendimos una escalada para explorar los bunkers construidos por los prisioneros rusos durante la segunda guerra mundial, los refugios de los submarinos alemanes y los emplazamientos de sus cañones. El panorama desde lo alto era bellísimo y tan acogedor, que el recuerdo del sufrimiento vivido durante la segunda guerra parecía haberse borrado por completo.

En el camino de regreso uno de nuestros nuevos amigos buen conocedor de la región, consiguió que un pescador local nos vendiera un Monkfish, un pez muy codiciado que manos expertas prepararon con dill y otras especias para celebrar una despedida.
Después de casi una semana de celebraciones ininterrumpida la diáspora se inició con diversos destinos: Italia, Rusia, Dinamarca, Croacia, y un poco más de Noruega, un país generoso en paisajes y amable con los visitantes.
Finalmente todos partimos de Noruega con la certeza de haber vivido una experiencia inolvidable.
Muy buena narración del viaje,gracias x compartir
ResponderBorrarDe la boda y un poco mas! Muy bueno todo, tambien las fotos
ResponderBorrarExcelente Cuca me alegro mucho no sabía de la boda
ResponderBorrarGran beso y abrazo a todos