viernes, 24 de julio de 2020

Colombia tiene ritmo.



Medellín fue toda una sorpresa

Aterrizamos en Bogotá, la tercera capital más alta del mundo después de La Paz y Quito, en un día  frio y lluvioso. Afortunadamente nuestro destino final era Medellín que, ubicada en el valle de Aburrá  a 1.480 m de altitud, lucía como el lugar ideal para iniciar la adaptación a las alturas andinas.

Los paneles del aeropuerto se iluminaban para anunciar el embarque de los primeros vuelos domésticos, y los altavoces nombraban ciudades que resonaban en mi mente con música de cumbia. Así empezamos a vivir Colombia.   
En Medellín todos parecían andar a ritmo de primavera, más cercano al goce que a la prisa, y la oferta de tomar la ruta rápida a la ciudad, nos pareció una excusa, para presumir de un túnel recién inaugurado.  Tomamos el camino viejo para disfrutar del paisaje cordillerano sorprendentemente verde, y transitar por una ruta bordeada de araucarias, palmeras, y un bonito árbol típico de la región llamado yarumo blanco,  al que atribuyen propiedades medicinales.
El taxista resultó un excelente guía de turismo, nos proporcionó buenos consejos para manejarnos con soltura por la ciudad y, cuando le propusimos tomar nuestro primer café de Colombia, aceptó la invitación a compartirlo en un antiguo bar a un lado del camino.



Nos alojamos en Novelty Suites Hotel, todo un acierto por su confort y ubicación, porque siguiendo la recomendación de una amiga, elegimos el barrio El Poblado. Es uno de los más modernos y exclusivos de la ciudad pero, antes de la llegada de los españoles, fue asentamiento de los primeros poblados nativos de tejedores de algodón.
Tal vez el espíritu de esos tejedores prehispánicos siga vigente cientos de años después en esta ciudad, donde el imponente edificio Coltejer, cuyo diseño reproduce una aguja de lanzadera, es un emblema del poder económico logrado por una industria textil que utiliza algodón 100% colombiano.

En Medellín hay mucho para ver y, el TuriBus, nos ofreció un panorama de los lugares más interesantes de la ciudad, un recorrido a pie para visitar la Catedral, antiguos paseos peatonales, y añosas casonas. Todo un sector que parece detenido en el tiempo, y conserva costumbres desaparecidas como: la oferta callejera de tipeo de cartas o documentos en una antigua máquina de escribir, y la de medir el peso corporal con una balanza de baño, además de la venta callejera de ropa y artesanías. Un notable contraste con las modernas edificaciones del barrio financiero y administrativo, y los nuevos edificios y centros comerciales de la llamada Milla de Oro, que rejuvenecen el paisaje urbano.


A diferencia de los HopOn HopOff  que recorren otras ciudades del mundo, el TuriBus cuenta con guías profesionales, que brindan una atención personalizada, satisfacen la curiosidad de los pasajeros, y logran que los turistas aprecien más y mejor el patrimonio de una ciudad de la que se sienten orgullosos. Tal como nos ocurrió durante un recorrido por la plaza de las esculturas de Botero, a las que ya no califico de gordas, sino de voluminosas.
Después de ese programa, el conductor y las guías fueron nuestros nuevos amigos colombianos, nos saludaban efusivamente cuando coincidíamos en algún parque o museo, y hasta ofrecieron transportarnos cuando nuestro destino estaba dentro de su ruta. 
Era difícil imaginar que una ciudad donde la gente responde con una sonrisa, es amable, y graciosa en su picaresca, fuera hasta hace 20 años una de las más peligrosa del mundo.
La transformación urbana de Medellín es asombrosa, y ofrece a sus habitantes espacios verdes y parques que invitan a disfrutar de un momento de relax, como el Parque de los Pies Descalzos y el pequeño bosque de bambú, el Parque de la Luz, y el Jardín Botánico donde, además de ver varias  especies de árboles añosos, disfrutamos de un Mariposario encantador. Lamentablemente el Orquideario estaba ocupado por una estruendosa banda, en plena  prueba de  sonido para un evento, y las orquídeas brillaban por su ausencia.


Desafortunadamente habíamos llegado pocos días después de la Fiesta de las flores, famosa por un espectacular desfile, donde se exhiben más de 80 variedades de flores. Una celebración que enorgullece a los antioqueños, de la que solo quedaban algunos anuncios publicitarios. 
Medellín tiene bien ganado el calificativo de ciudad de la eterna primavera y, a un clima privilegiado, prestigiosa floricultura, y la calidez de la gente, podemos agregar un sistema de transporte público de excelencia. Un beneficio que tuvo su origen en un proyecto de movilidad innovador, que concibió en forma integrada diversos medios de locomoción, para acercar a la vida urbana a los habitantes de barrios apartados, mejorar su calidad de vida, y promover una integración social que benefició a todos los habitantes de la ciudad.


La visita a la comuna 13 nos dio la oportunidad de conocer personalmente las ventajas de este sistema de movilidad. Nuestro itinerario comenzó en el Metro, un ferrocarril elevado desde el que se puede observar la ciudad desde arriba, al que ingresamos en la estación Aguacatala de la línea A y combinamos sin tropiezos con la línea B. Durante el trayecto, escuchamos varios mensajes de promoción de la cultura Metro, cuyos frutos vimos reflejados en la limpieza de las estaciones y en la conducta respetuosa de los pasajeros.
En la estación San Javier, siguiendo el flujo de visitantes, nos embarcamos en el Metrocable. El  trayecto aéreo con vistas panorámicas de los barrios que crecieron sobre laderas muy empinadas, cuya orografía dificultaba los traslados y sumía a los habitantes en el aislamiento.
Durante el viaje tuvimos oportunidad de conversar con los usuarios, muchos de los cuales se beneficiaban a diario con este sistema de transito rápido, para quienes el teleférico era un transporte público más.
El servicio finaliza en la estación La Aurora, pero aun quedaba el tramo final, que cubrimos en un Minibus 225. Con un solo tiket y en tres medios de transporte llegamos a las escaleras eléctricas de la comuna 13, las primeras al aire libre, que facilitan la subida hasta calles aterrazadas donde las viviendas parecían abrazar la montaña, y los coloridos grafitis contaban historias.  



En un ambiente festivo de música y arte, algunos jóvenes guiaban a los turistas en el graffitour, otros mostraban sus destrezas en Hip Hop, y los más pequeños nos sorprendieron con graciosas acrobacias. Habíamos llegado al que fuera el corazón del barrio más oscuro de Medellín, el mismo que sus habitantes distinguen actualmente como el mejor balcón de la ciudad.
La Gastronomía Antioqueña también tuvo su protagonismo en este viaje, y, aunque la muy recomendada Bandeja Paisa, no fue uno de mis platos favoritos, me gustaron las sopas, los dulces y las frutas, entre las que conocimos  algunas bastante exóticas que valió la pena probar.
Por ser la bebida nacional café merece una mención especial, por ser Antioquia una zona cafetera, donde en pequeñas explotaciones familiares  se obtienen granos de excelente calidad, con variedades tan ricas que  resulta difícil elegir una favorita.
Por último, quiero dedicar unas palabras dulces al cacao colombiano, y mis mejores recuerdos para los Brownies, que todavía añoro



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