Después de una
visita express a Bodø, capital de la provincia de Nordland, nos embarcamos con
destino a Lofoten.
El Hurtigruten navegaba con la serenidad que otorga la veteranía en estos mares y, después de una escala en Stamsund, puso rumbo paralelo a la costa hasta Svolvaer en un tramo con excelentes vistas de las montañas que custodian los fiordos. Svolvaer es la ciudad más importante de las islas Lofoten, allí los veranos no tienen noche y el panorama deslumbra sin pausa día tras día.
El Hurtigruten navegaba con la serenidad que otorga la veteranía en estos mares y, después de una escala en Stamsund, puso rumbo paralelo a la costa hasta Svolvaer en un tramo con excelentes vistas de las montañas que custodian los fiordos. Svolvaer es la ciudad más importante de las islas Lofoten, allí los veranos no tienen noche y el panorama deslumbra sin pausa día tras día.
Para poder rodar a nuestro antojo alquilamos un auto híbrido, que resultó un austero compañero de viaje.
Programamos una hoja de ruta que se fue modificando cada vez que nos cruzábamos con algún paisaje imperdible, una playa escondida, o algunos robuer, donde se alojan los pescadores durante la temporada de captura del Bacalao, y en verano se alquilan a los turistas.
Programamos una hoja de ruta que se fue modificando cada vez que nos cruzábamos con algún paisaje imperdible, una playa escondida, o algunos robuer, donde se alojan los pescadores durante la temporada de captura del Bacalao, y en verano se alquilan a los turistas.
Afortunadamente la carretera E10 nos ayudó a retomar la buena senda y, aunque en sitios con vista panorámica frecuentemente había algún motor home, nunca vimos a los dueños, de modo que los escenarios relucían solo para nosotros.
Poco a poco y de isla en isla, fuimos familiarizándonos con nombres como: Nusfjord, un encantador pueblo de pescadores; y Moskenesøya, desvió de referencia para llegar a una antigua Bakery, donde una joven panadera no daba descanso al viejo horno de piedra, que abasteció de panes y pasteles a más de 5 generaciones. Desde allí allí caminamos hasta la costa, donde las casas y los almacenes de madera se asientan sobre palafitos, para facilitar el abastecimiento desde el agua.
A pesar de no estar en temporada de pesca, las puertas estaban abiertas, y pudimos observar redes sogas y otros y enseres ordenados con una estética tan cuidada, que me hubiera gustado saber si se trataba de un pequeño museo local, o era el almacén de un pescador que hacía de su oficio un arte.
El trayecto entre Svolvaer y Å i Lofoten nos llevó un buen tiempo, y no precisamente porque la velocidad máxima en Noruega fuera de 80 km, sino porque no podíamos dejar de detenernos frente a vistas imperdibles, pequeños puertos, y hasta secaderos de bacalao al aire libre, el testimonio de la laboriosidad de un pueblo para el que la adversidad fue un desafío del que salieron airosos.
Por otra parte, disfrutar de la gastronomía regional fue un programa muy gratificante. El primer restaurante visitado fue Vestjord donde, por lo avanzado de la hora, éramos los únicos comensales, fuimos testigos de la tradicional amabilidad noruega y probamos por primera vez el Bacalao noruego fresco.
No tuvimos la misma suerte en el restaurante del Scandic, donde estaban ocupados con un evento y tuvimos que conformarnos con probar algunas entradas del bufe.
En Henningsvaer, un atractivo pueblo de pescadores con tiendas muy interesantes, nuestro restaurante favorito fue Fiskekrogen, porque además de tener muy buena vista, la elaboración de los productos locales era exquisita, como las Croquetas de bacalao con mayonesa de trufas, los mejillones con vino blanco y el bacalao.
Finalizada la cena nos acercamos para felicitar al chef y terminamos en una simpática charla con los cocineros, sobre las ventajas culinarias del bacalao fresco, y el prestigio de la carne argentina.
En Lofoten tuvimos la suerte de contar con días excepcionales para admirar el sol de medianoche, un luminoso espectáculo del que disfrutamos desde lo alto de los acantilados y en la playa.
Llegábamos al lugar elegido algunos minutos antes de la 1am, cuando el sol se veía muy cerca del horizonte y, sin ceder ni por un minuto el protagonismo dominaba la escena y la coloreaba con nuevos brillos. Todo parecía cambiar en un abrir y cerrar de ojos, mientras nosotros intentábamos guardar esas imágenes para siempre.
En Nordland la noche no tiene cabida durante el verano y cuando el calendario marcaba el avance de un nuevo día, nos parecía extraño caminar por la playa bajo una increíble luz rosada, o cruzar la plaza de Svolvaer totalmente desierta, donde solo las flores permanecían en sus puestos hasta la apertura del mercado.
El buen tiempo llego a su fin y partimos a Tromsø con atraso, por falta de visibilidad para el vuelo.
Los aeropuertos en Lofoten son pequeños, tienen lo justo para atender el arribo y la partida de aviones turbo hélice. Sin embargo, previendo los reveses climáticos, tienen una biblioteca pública con textos en noruego, en inglés y abundante literatura infantil.
Afortunadamente habíamos disfrutado del espectacular sol de medianoche en Lofoten, porque en Tromsø los nubarrones se empecinaban en ocultarlo todo.
Contagiados del espíritu nórdico tomamos la lluvia con naturalidad y salimos a caminar por Storgata y alrededores, donde las antiguas casas tradicionales cuidadosas de la intimidad, conviven con la moderna arquitectura de la biblioteca pública, que integra la luz exterior a través de enormes ventanales. Precisamente esa estructura transparente que en verano se ilumina con el sol, debe lucir como un faro durante la larga noche de invierno.
Al comienzo del recorrido nos sentimos un poco defraudados, las calles parecían desiertas y todos los negocios cerrados, hasta que un bullicio cada vez mas intenso nos guió hasta el Sport Center, un lugar repleto de jóvenes, donde se transmitía en directo un partido del mundial. Se había roto el hechizo de la quietud y, mientras los bar tender no daban abasto sirviendo pintas de cerveza Mack, las mozas regresaban haciendo equilibrio con torres de vasos vacíos.
En ese lugar estaba todo lo que buscábamos, la cerveza y la oportunidad de socializar con quienes mejor conocen la ciudad y, de ese encuentro casual, obtuvimos interesantes alternativas al programa de medianoche que parecía esquivo. Viajamos en transporte publico, visitamos la Universidad, la Biblioteca Publica, la Catedral Polar y el Cable Carril para apreciar la mejor vista panorámica de la ciudad,
Nos gustaba pasear por la costanera, donde las únicas infractoras eran las gaviotas, que hurgaban en los recipientes de basura y ensuciaban las veredas, mientras el paisaje y los edificios costeros era digno de una postal.
A punto de partir de la Laponia Noruega nos despedimos en el antiguo Pub Ølhallen, ubicado estratégicamente frente a la fábrica de cerveza Mack. Un bar oscuro y misterioso que parecía guardar las historias que relataron los cazadores de osos polares, uno de cuyos ejemplares se erguía amenazante cerca de nuestra mesa, mientras bebíamos la última cerveza.
A punto de partir de la Laponia Noruega nos despedimos en el antiguo Pub Ølhallen, ubicado estratégicamente frente a la fábrica de cerveza Mack. Un bar oscuro y misterioso que parecía guardar las historias que relataron los cazadores de osos polares, uno de cuyos ejemplares se erguía amenazante cerca de nuestra mesa, mientras bebíamos la última cerveza.
Una bruma impiadosa nos impidió volver a ver el sol de medianoche, sin embargo, haber estado 350 Km al norte del círculo polar ártico, en el punto de partida de las expediciones polares, una tierra de largas noches y de sol omnipresente, fue suficiente para que nuestro periplo noruego sea inolvidable.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario