viernes, 24 de julio de 2020

Colombia tiene ritmo.



Medellín fue toda una sorpresa

Aterrizamos en Bogotá, la tercera capital más alta del mundo después de La Paz y Quito, en un día  frio y lluvioso. Afortunadamente nuestro destino final era Medellín que, ubicada en el valle de Aburrá  a 1.480 m de altitud, lucía como el lugar ideal para iniciar la adaptación a las alturas andinas.

Los paneles del aeropuerto se iluminaban para anunciar el embarque de los primeros vuelos domésticos, y los altavoces nombraban ciudades que resonaban en mi mente con música de cumbia. Así empezamos a vivir Colombia.   
En Medellín todos parecían andar a ritmo de primavera, más cercano al goce que a la prisa, y la oferta de tomar la ruta rápida a la ciudad, nos pareció una excusa, para presumir de un túnel recién inaugurado.  Tomamos el camino viejo para disfrutar del paisaje cordillerano sorprendentemente verde, y transitar por una ruta bordeada de araucarias, palmeras, y un bonito árbol típico de la región llamado yarumo blanco,  al que atribuyen propiedades medicinales.
El taxista resultó un excelente guía de turismo, nos proporcionó buenos consejos para manejarnos con soltura por la ciudad y, cuando le propusimos tomar nuestro primer café de Colombia, aceptó la invitación a compartirlo en un antiguo bar a un lado del camino.



Nos alojamos en Novelty Suites Hotel, todo un acierto por su confort y ubicación, porque siguiendo la recomendación de una amiga, elegimos el barrio El Poblado. Es uno de los más modernos y exclusivos de la ciudad pero, antes de la llegada de los españoles, fue asentamiento de los primeros poblados nativos de tejedores de algodón.
Tal vez el espíritu de esos tejedores prehispánicos siga vigente cientos de años después en esta ciudad, donde el imponente edificio Coltejer, cuyo diseño reproduce una aguja de lanzadera, es un emblema del poder económico logrado por una industria textil que utiliza algodón 100% colombiano.

En Medellín hay mucho para ver y, el TuriBus, nos ofreció un panorama de los lugares más interesantes de la ciudad, un recorrido a pie para visitar la Catedral, antiguos paseos peatonales, y añosas casonas. Todo un sector que parece detenido en el tiempo, y conserva costumbres desaparecidas como: la oferta callejera de tipeo de cartas o documentos en una antigua máquina de escribir, y la de medir el peso corporal con una balanza de baño, además de la venta callejera de ropa y artesanías. Un notable contraste con las modernas edificaciones del barrio financiero y administrativo, y los nuevos edificios y centros comerciales de la llamada Milla de Oro, que rejuvenecen el paisaje urbano.


A diferencia de los HopOn HopOff  que recorren otras ciudades del mundo, el TuriBus cuenta con guías profesionales, que brindan una atención personalizada, satisfacen la curiosidad de los pasajeros, y logran que los turistas aprecien más y mejor el patrimonio de una ciudad de la que se sienten orgullosos. Tal como nos ocurrió durante un recorrido por la plaza de las esculturas de Botero, a las que ya no califico de gordas, sino de voluminosas.
Después de ese programa, el conductor y las guías fueron nuestros nuevos amigos colombianos, nos saludaban efusivamente cuando coincidíamos en algún parque o museo, y hasta ofrecieron transportarnos cuando nuestro destino estaba dentro de su ruta. 
Era difícil imaginar que una ciudad donde la gente responde con una sonrisa, es amable, y graciosa en su picaresca, fuera hasta hace 20 años una de las más peligrosa del mundo.
La transformación urbana de Medellín es asombrosa, y ofrece a sus habitantes espacios verdes y parques que invitan a disfrutar de un momento de relax, como el Parque de los Pies Descalzos y el pequeño bosque de bambú, el Parque de la Luz, y el Jardín Botánico donde, además de ver varias  especies de árboles añosos, disfrutamos de un Mariposario encantador. Lamentablemente el Orquideario estaba ocupado por una estruendosa banda, en plena  prueba de  sonido para un evento, y las orquídeas brillaban por su ausencia.


Desafortunadamente habíamos llegado pocos días después de la Fiesta de las flores, famosa por un espectacular desfile, donde se exhiben más de 80 variedades de flores. Una celebración que enorgullece a los antioqueños, de la que solo quedaban algunos anuncios publicitarios. 
Medellín tiene bien ganado el calificativo de ciudad de la eterna primavera y, a un clima privilegiado, prestigiosa floricultura, y la calidez de la gente, podemos agregar un sistema de transporte público de excelencia. Un beneficio que tuvo su origen en un proyecto de movilidad innovador, que concibió en forma integrada diversos medios de locomoción, para acercar a la vida urbana a los habitantes de barrios apartados, mejorar su calidad de vida, y promover una integración social que benefició a todos los habitantes de la ciudad.


La visita a la comuna 13 nos dio la oportunidad de conocer personalmente las ventajas de este sistema de movilidad. Nuestro itinerario comenzó en el Metro, un ferrocarril elevado desde el que se puede observar la ciudad desde arriba, al que ingresamos en la estación Aguacatala de la línea A y combinamos sin tropiezos con la línea B. Durante el trayecto, escuchamos varios mensajes de promoción de la cultura Metro, cuyos frutos vimos reflejados en la limpieza de las estaciones y en la conducta respetuosa de los pasajeros.
En la estación San Javier, siguiendo el flujo de visitantes, nos embarcamos en el Metrocable. El  trayecto aéreo con vistas panorámicas de los barrios que crecieron sobre laderas muy empinadas, cuya orografía dificultaba los traslados y sumía a los habitantes en el aislamiento.
Durante el viaje tuvimos oportunidad de conversar con los usuarios, muchos de los cuales se beneficiaban a diario con este sistema de transito rápido, para quienes el teleférico era un transporte público más.
El servicio finaliza en la estación La Aurora, pero aun quedaba el tramo final, que cubrimos en un Minibus 225. Con un solo tiket y en tres medios de transporte llegamos a las escaleras eléctricas de la comuna 13, las primeras al aire libre, que facilitan la subida hasta calles aterrazadas donde las viviendas parecían abrazar la montaña, y los coloridos grafitis contaban historias.  



En un ambiente festivo de música y arte, algunos jóvenes guiaban a los turistas en el graffitour, otros mostraban sus destrezas en Hip Hop, y los más pequeños nos sorprendieron con graciosas acrobacias. Habíamos llegado al que fuera el corazón del barrio más oscuro de Medellín, el mismo que sus habitantes distinguen actualmente como el mejor balcón de la ciudad.
La Gastronomía Antioqueña también tuvo su protagonismo en este viaje, y, aunque la muy recomendada Bandeja Paisa, no fue uno de mis platos favoritos, me gustaron las sopas, los dulces y las frutas, entre las que conocimos  algunas bastante exóticas que valió la pena probar.
Por ser la bebida nacional café merece una mención especial, por ser Antioquia una zona cafetera, donde en pequeñas explotaciones familiares  se obtienen granos de excelente calidad, con variedades tan ricas que  resulta difícil elegir una favorita.
Por último, quiero dedicar unas palabras dulces al cacao colombiano, y mis mejores recuerdos para los Brownies, que todavía añoro



sábado, 15 de septiembre de 2018

Llegamos a la Laponia Noruega!!!


Después de una visita express a Bodø, capital de la provincia de Nordland, nos embarcamos con destino a Lofoten. 
El Hurtigruten navegaba con la serenidad que otorga la veteranía en estos mares y, después de una escala en Stamsund, puso rumbo paralelo a la costa hasta Svolvaer en un tramo con excelentes vistas de las montañas que custodian los fiordos. Svolvaer es la ciudad más importante de las islas Lofoten, allí los veranos no tienen noche y el panorama deslumbra sin pausa día tras día.

Para poder rodar a nuestro antojo alquilamos un auto híbrido, que resultó un austero compañero de viaje. 
Programamos una hoja de ruta  que se fue modificando cada vez que nos cruzábamos con algún paisaje imperdible, una playa escondida, o algunos robuer, donde se alojan los pescadores durante la temporada de captura del Bacalao, y en verano se alquilan a los turistas. 
Afortunadamente la carretera E10 nos ayudó a retomar la buena senda y, aunque en sitios con vista panorámica frecuentemente había algún motor home, nunca vimos a los dueños, de modo que los escenarios relucían solo para nosotros.


Poco a poco y de isla en isla, fuimos familiarizándonos con nombres como: Nusfjord, un encantador pueblo de pescadores; y Moskenesøya, desvió de referencia para llegar a una antigua Bakery, donde una joven panadera no daba descanso al viejo horno de piedra, que abasteció de panes y pasteles a más de 5 generaciones. Desde allí allí caminamos hasta la costa, donde las casas y los almacenes de madera se asientan sobre palafitos, para facilitar el abastecimiento desde el agua.
A pesar de no estar en temporada de pesca, las puertas estaban abiertas, y pudimos observar redes sogas y otros y enseres ordenados con una estética tan cuidada, que  me hubiera gustado saber si se trataba de un pequeño museo local, o era el almacén de un pescador que hacía de su oficio un arte.
El trayecto entre Svolvaer y Å i Lofoten nos llevó un buen tiempo, y no  precisamente porque la velocidad máxima en Noruega fuera de 80 km, sino porque no podíamos dejar de detenernos frente a vistas imperdibles, pequeños puertos, y hasta secaderos de bacalao al aire libre, el testimonio de la laboriosidad de un pueblo para el que la adversidad fue un desafío del que salieron airosos.


En Svolvaer nos movíamos como pez en el agua. Podíamos observar por la mañana el movimiento del mercado, caminar por el puerto para capturar la imagen de los almacenes de madera duplicada sobre el agua, o recorrer tiendas de diseño. Mi favorita era  NNSK (su nombre completo es difícil de recordar) donde nos deleitábamos con objetos de muy buen diseño, y obras de artistas noruegos.

Por otra parte, disfrutar de la gastronomía regional fue un programa muy gratificante.  El primer restaurante visitado fue Vestjord donde, por lo avanzado de la hora, éramos los únicos comensales, fuimos testigos de la tradicional amabilidad noruega y  probamos por primera vez el Bacalao noruego fresco.
No tuvimos la misma suerte en el restaurante  
del Scandic, donde estaban ocupados con un evento y tuvimos que conformarnos con probar algunas entradas del bufe.



En Henningsvaer, un atractivo pueblo de pescadores con tiendas muy interesantes, nuestro restaurante favorito fue Fiskekrogen, porque además de tener muy buena vista, la elaboración de los productos locales era exquisita, como las Croquetas de bacalao con mayonesa de trufas, los mejillones con vino blanco y el bacalao.
Finalizada la cena nos  acercamos para felicitar al chef y terminamos en una simpática charla con los cocineros, sobre las ventajas culinarias del bacalao fresco, y el prestigio de la carne argentina.

En Lofoten tuvimos la suerte de contar con días excepcionales para admirar el sol de medianoche, un luminoso espectáculo del que disfrutamos desde lo alto de los acantilados y en la playa. 
Llegábamos al lugar elegido algunos minutos antes de la 1am, cuando el sol se veía muy cerca del horizonte y, sin ceder ni por un minuto el protagonismo dominaba la escena y la coloreaba con nuevos brillos. Todo parecía cambiar en un abrir y cerrar de ojos, mientras nosotros intentábamos guardar esas imágenes para siempre.     




En Nordland la noche no tiene cabida durante el verano y cuando el calendario marcaba el avance de un nuevo día, nos parecía extraño caminar por la playa bajo una increíble luz rosada, o cruzar la plaza de Svolvaer totalmente desierta, donde solo las flores permanecían en sus puestos hasta la apertura del mercado.

El buen tiempo llego a su fin y partimos a Tromsø con atraso, por falta de visibilidad para el vuelo. 
Los aeropuertos en Lofoten son pequeños, tienen lo justo para atender el arribo y la partida de aviones turbo hélice. Sin embargo, previendo los reveses climáticos, tienen una biblioteca pública con textos en noruego, en inglés y abundante literatura infantil.





Afortunadamente habíamos disfrutado del espectacular sol de medianoche en Lofoten, porque en Tromsø los nubarrones  se empecinaban en ocultarlo todo.
Contagiados del espíritu nórdico tomamos la lluvia con naturalidad y salimos a caminar por Storgata y alrededores, donde las antiguas casas tradicionales cuidadosas de la intimidad, conviven con la moderna  arquitectura de la biblioteca pública, que integra la luz exterior a través de enormes ventanales. Precisamente esa estructura transparente que en verano se ilumina con el sol, debe lucir como un faro durante la larga noche de invierno.
Al comienzo del recorrido nos sentimos un poco defraudados, las calles parecían  desiertas y todos los negocios cerrados, hasta que un bullicio cada vez mas intenso nos guió hasta el Sport Center, un lugar repleto de jóvenes, donde se transmitía en directo un partido del mundial. Se había roto el hechizo de la quietud y,  mientras los bar tender no daban abasto sirviendo pintas de cerveza Mack, las mozas regresaban haciendo equilibrio con torres de vasos vacíos.
En ese lugar estaba todo lo que buscábamos, la cerveza y la oportunidad de socializar con quienes mejor conocen la ciudad y, de ese encuentro casual, obtuvimos  interesantes alternativas al programa de medianoche que parecía esquivo. Viajamos en transporte publico, visitamos la Universidad, la Biblioteca Publica, la Catedral Polar y el Cable Carril para apreciar la mejor vista panorámica de la ciudad,



Nos gustaba pasear por la costanera, donde las únicas infractoras eran las gaviotas, que hurgaban en los recipientes de basura y ensuciaban las veredas, mientras el paisaje y los edificios costeros era digno de una postal.
A punto de partir de la Laponia Noruega nos despedimos en el antiguo Pub Ølhallen, ubicado estratégicamente frente a la fábrica de cerveza Mack. Un  bar oscuro y misterioso que parecía guardar las historias que relataron los cazadores de osos polares, uno de cuyos  ejemplares se erguía amenazante cerca de nuestra mesa, mientras bebíamos la última cerveza. 
Una bruma impiadosa nos impidió volver a ver el sol de medianoche, sin embargo, haber estado 350 Km al norte del círculo polar ártico, en el punto de partida de las expediciones polares, una tierra de largas noches y de sol omnipresente, fue suficiente para que nuestro periplo noruego sea inolvidable.















sábado, 1 de septiembre de 2018

Mi periplo por Noruega


Arribamos a Bergen en ocasión de una boda familiar y, con ayuda de los novios, organizamos un recorrido hasta Tromso donde esperábamos ver el sol de medianoche.

Nuestra llegada coincidió con el inicio del verano boreal. La ciudad de Bergen fue nuestro punto de partida y Tromso el destino más septentrional y, entre ambos, elegimos algunas ciudades de interés para programar las escalas.
Tomamos la precaución de hacer las reservas de hoteles y pasajes con cierta anticipación y todo fue sobre ruedas. Aunque teniendo en cuenta la  geografía del lugar, también fue sobre rieles, sobre agua y sobre grandes nubarrones.

El programa de celebraciones familiares finalizó en Aheim, 320 Km al norte de Bergen, y desde allí partimos a Ålesund en transporte local. La idea de tener que combinar Buses y Ferry no era muy alentadora, sin embargo, el viaje resultó un agradable paseo entre pueblos encantadores y combinaciones, tan puntuales, que ni siquiera tuvimos oportunidad de equivocarnos.


Desembarcamos en medio de una lluvia torrencial y, pasados por agua, nos refugiamos en Bro As, una cafetería encantadora con vista al fiordo, donde entre café, masas y buena calefacción, nuestra ropa se secó y salimos a chapotear por Apotekergata, una de las calles mas populares de la ciudad, y por el canal Brosundet.
Ålesund nos sorprendió por su arquitectura Art nouveau, estilo en auge a principios del siglo XX, epoca en la que se reconstruyó el centro urbano después del devastador incendio de 1904. El modernismo de este barrio contrasta con las edificaciones de madera de las islas cercanas, que aunque diferentes, le aportan un entorno muy colorido.
Es una ciudad muy atractiva y diferente hasta en la Å con sombrero de la inicial, que me dificultaba la búsqueda alfabética, y me llevó a pensar que las Å distinguidas son mas esquivas que las A ordinarias.  

Un paseo en el Bus turístico nos permitió ampliar el recorrido hasta los barrios residenciales, transitar por un camino empinado, construido por los prisioneros rusos durante la ocupación alemana, admirar el verde veraniego de plazas y jardines, y visitar el mirador del monte Aksla, que ofrece una deslumbrante vista panorámica.






Finalizado el tour y acosados por una nueva amenaza de lluvia hicimos un almuerzo tardío en Lys Punktet Café, donde probé la deliciosa sopa de pescado, servida en un bowl  XL y acompañada de panes artesanales. A partir de ese almuerzo, la fish soup secundó al salmón salvaje en el ranking de comidas favoritas.
Terminamos el día embarcados en el Hurtigruten, el expreso costero que parte del puerto de Bergen, y navega hasta las costas más septentrionales de Noruega, con el que se inauguro el servicio postal.  
Nuestro destino era Trondheim y, con la ventaja que nos daban las 24 horas de luz,  disfrutamos del paisaje con una vista de 360 grados, mientras tomábamos la primera cerveza Mack.
Después de un sueño reparador, saltamos de la cama con el tiempo justo para una ducha, y desembarcamos con la ilusión de conocer una nueva ciudad costera. 
Afortunadamente, con ayuda de TripAdvisor,  encontramos el lugar ideal para desayunar: Rosemborg Bageri, una pastelería de 1902, donde los productos eran tan tentadores que nuestros ojos resultaron más grandes que la barriga.




 Teníamos un día entero para conocer Trondheim y, livianos de equipaje, caminamos por una ciudad tranquila, con buenas vistas y gente muy amable con los turistas.
Visitamos la Catedral de Nidaros, la mas importante de Noruega, construida en el S XI  sobre un santuario de la Edad Media y reconstruida posteriormente en estilo gótico. 
Fue un importante centro de peregrinación, y hasta principios del S. XX, el templo donde se coronaban los reyes noruegos. Los muros exteriores, adornados con hileras de santos esculpidos, y el magnífico rosetón, lucían en todo su esplendor bajo la obstinada luz del verano. Mientras en el interior, después de una interesante visita guiada, disfrutamos de un concierto de órgano que colmó de música toda la catedral.  
Completamos nuestra gira cultural con las visitas al Museos de Artes Decorativas y al Museo de Bellas Artes. Una buena oportunidad para apreciar el arte noruego contemporáneo.





Con tiempo suficiente para deambular por la ciudad, también recorrimos los barrios residenciales, y las estrechas calles empedradas con pequeñas casas blancas, en las que todo parecía transcurrir puertas adentro.  
También cruzamos por el puente rojo, desde donde apreciamos la mejor vista de los almacenes de madera alineados a orillas del rio Nidelva y, siguiendo una buena costumbre, elegimos cuidadosamente el restaurante para despedirnos de Trondheim. 
El favorito fue Bakklandet Skydsstasjon, un restaurante de nombre impronunciable pero buena comida, que desde 1791 ofrece platos tradicionales en una vieja casa de madera, con las mesas distribuidas en pequeños ambientes. En este lugar la sopa era simplemente una entrada, y el plato fuerte un sabroso arenque fresco y las muy recomendadas tartas caseras.





Finalmente subimos al tren nocturno con destino a Bodo. Teníamos por delante 700 km de paisajes imperdibles con la veraniega luz de día, que nunca vimos, porque cuando el tren se puso en movimiento caímos en la cama vencida por el sueño. Un descanso que me hizo perder el momento del cruce del círculo polar, que había imaginado un suceso para celebrar.
Después de una visita a vuelo de pájaro por Bodo, nos embarcamos nuevamente en el Urtigruten para cruzar a las islas Lofoten. Un viaje de 6 horas en las que zigzagueamos entre un paisaje muy atractivo y las emociones del partido de Argentina y Francia y, aunque el resultado fue adverso, el mal trago fue compensado por el triunfo de Uruguay frente a Portugal.
Desembarcamos en Svolvaer después de las 23 h , con una claridad que nos facilitó ubicar el hotel a lo lejos y, mientras nos encaminábamos en esa dirección,, vimos un mural que parecía responder a la búsqueda de una señal precisa sobre nuestra ubicación sobre el círculo polar ártico. Esa novedosa escultura, en medio de una ciudad desierta, fue la mejor bienvenida  a Nordland.









       









lunes, 6 de agosto de 2018

CroniCucas se va de boda:

Este es un relato muy especial porque además de admirar  los encantadores  paisajes noruegos, conocer nuevas ciudades y disfrutar de su gastronomía, nos zambullimos en las tradiciones de una nueva familia con la que compartimos muy buenos momentos.


Todo comenzó varios meses atrás con la llegada de la participación para la boda de un sobrino en Noruega y, esa invitación a cruzar medio mundo por un motivo tan romántico,  logró que los 12.032 Km de distancia no constituyeran un obstáculo sino un incentivo. 
Queríamos  acompañar  a los novios  en el día de su casamiento y cruzamos el océano para conformar una delegación variopinta de tíos,  primos, sobrinos y amigos entrañables, que arribó a Bergen con ánimo festivo.

La recepción fue inmejorable y la logística prodigiosa, a tal punto que transformó una larga fila de cabañas en un barrio gringo bullicioso y divertido, donde argentinos  e italianos rompimos la discreta intimidad del lugar. Una vez instalados en las cananas, arrimamos mesas y sillas y desplegamos cervezas locales, salmón noruego, prosciutto, y parmesano italiano, para celebrar el encuentro. Mientras las más jóvenes de la familia se deleitaban con deliciosos corazones de chocolate. 

Si bien el verano noruego no es muy veraniego que digamos, compensa las bajas temperaturas con una gran luminosidad. Los días son tan largos que las noches llegan a desaparecer casi por completo, a tal punto que solo después que el reloj marcara la medianoche, se pudo distinguir la luna llena sobre un cielo azul.  Me parecía estar frente a un reloj desorientado y, en medio de paisajes de cuentos de hadas, no pude menos que pensar que hasta Cenicienta se hubiera visto en problemas para escapar antes que se rompiera el hechizo.


El esperado día de la boda amaneció lluvioso, pero nada impidió que saliéramos de punta en blanco para participar de la ceremonia. Zarandeándonos  sobre altos tacones subimos la cuesta pedregosa, que nos separaba de la iglesia de Ulset, donde permanecimos expectantes, hasta que el sonido del órgano con el el Canon de Pachelbel anunció el arribo de la novia, precedida por sus mellizos.


Para nosotros todo era novedoso: veíamos por primera vez a los pequeños hijos de los novios;  la persona que oficiaba la ceremonia era una mujer;  en atención a la diversidad de origen de los participantes la celebración fue en inglés y las lecturas en noruego, italiano y español. Además, después de las conmovedoras palabras de la pastora, los mellizos rompieron la solemnidad con graciosas incursiones por el altar que resultaron muy divertidas. 
Terminada la ceremonia esperamos a los flamantes esposos formando una guardia de honor muy efusiva, donde la tradicional lluvia de arroz se confundía con la llovizna, hasta que fuimos gratamente sorprendidos por una explosión de pétalos en forma de corazón, que cayó sobre los novios como en un film de Disney. 

Una vez a buen resguardo, una caravana interminable de automóviles hizo innecesario el uso del GPS para llegar al lugar del festejo, donde a medida que se despejaba la bruma pudimos apreciar el estupendo panorama que ofrecía la vecindad del Palacio de verano.
El banquete nupcial brindó lo mejor de la gastronomía Noruega e Italiana muy bien acompañado con Verdichio Italiano y  Malbec Argentino.  



El primer paso comprendía  una variada oferta de ensaladas, carnes, pescados y mariscos y por supuesto el delicioso salmón noruego horneado con especias y ahumado. El menú continuaba con un plato de carne de reno acompañada de peras rellenas de gelatina de grosellas, espárragos y papines;  y coronaba el banquete una tulipa de chocolate rellena de mouse de maracuyá  y la tradicional torta nupcial. Una delicia!!
Escuchamos  simpáticos discursos de amigos y familiares  pero sin duda el baile fue el momento de mayor integración, porque todos los ritmos entusiasmaban por igual a latinos y vikingos, y si bien los novios fueron las estrellas indiscutidas de la noche el  Best man resultó el protagonista más destacado de la pista.


Fue un magnifico festejo y el punto de partida de un programa minuciosamente preparado para que esta visita a Noruega fuera memorable.

Los primeros días, con un sol omnipresente y el Jet Lag me sentí bastante desorientada, a tal punto que no participé del día de pesca y opté por una visita al puerto de Bergen y al mercado, donde un amable pescadero se dignó a hacer un buen sándwich de salmón salvaje: eligió una pieza que lucía muy tentadora, cortó varias fetas, pesó meticulosamente los gramos que íbamos a consumir y armó un sándwich cargado de un salmón fresco y carnoso con el que nos deleitamos mientras recorríamos el mercado.     


No fue la única experiencia gastronómica interesante del día, porque quienes  salieron en el barco pesquero a probar suerte en el Mar de Bergen, consiguieron algunas piezas con las que a la hora de la cena saboreamos la tradicional sopa de pescado preparada por un auténtico Vikingo.
El programa de agasajos parecía no tener fin porque, hubo un asado para estrenar la  parrilla construida por el novio, donde el asador permaneció cercado por una escolta de criollos, italianos y vikingos aspirantes al choripán. Fue un almuerzo muy festejado en el que los mayores elogios se los llevó la entraña que Paolo, parrillero profesional en Milán, sirvió en su mejor punto de cocción. 
También tuvieron una calurosa bienvenida las botellas mágnum de Malbec que llevamos de Argentina. Sin duda un complemento perfecto para el asado.


 Una vez concluidos los convites dejamos Bergen para compartir con los novios  un viaje a Aheim, en una especie de luna de miel comunitaria  que incluía hijos, cuñados, tíos, primos, sobrinos  y amigos. Todos juntos y convencidos que para sufrir hay tiempo.
Para quienes hacíamos el trayecto de Bergen a Aheim por primera vez el panorama no dejaba de sorprendernos: los fiordos, las costas salpicadas de viviendas blancas, los pequeños puertos y los caminos  serpenteantes, nos hicieron disfrutar tanto del viaje como del destino final. Nos esperaba una residencia rodeada de jardines  a la que arribamos  junto a los novios, como parte de un cortejo que se desplazaba con soltura por amplios ambientes que estaban a nuestra disposición. 


El día de excursión a Stadlandet  estuvo lleno de sorpresas: al llegar a lo más alto de la montaña y, con una vista deslumbrante, una joven nos deleitó con canciones tradicionales y nos convido con dulces típicos que había preparado especialmente para nosotros. Fue un magnifico regalo!

Era un día ideal para hacer pic nic en la playa y, cómodamente instalados  sobre la arena, desplegamos nuestro aperitivo y los apetitosos sándwiches que habíamos preparado para toda la comitiva.






Una vez recuperada las fuerzas emprendimos una escalada para explorar los bunkers construidos por los prisioneros rusos durante la segunda guerra mundial, los refugios de los submarinos alemanes y los emplazamientos de sus cañones. El panorama desde lo alto era bellísimo y tan acogedor, que el recuerdo del sufrimiento vivido durante la segunda guerra parecía haberse borrado por completo.


La última etapa del recorrido fue la visita a una antigua ciudad vikinga,  precisamente  el lugar elegido por el rey Olav Tryggvarson en 887, para convocar a los pueblos vecinos a adoptar el cristianismo. Según me contaron todo fue muy amigable con los que aceptaron convertirse, pero los que se opusieron no quedaron muy bien parados.
En el camino de regreso uno de nuestros nuevos amigos buen conocedor de la región,  consiguió que un pescador local nos vendiera un Monkfish, un pez muy codiciado que manos expertas prepararon con dill y otras especias para celebrar una despedida.

Después de casi una semana de celebraciones ininterrumpida la diáspora se inició con diversos destinos: Italia, Rusia, Dinamarca, Croacia, y un poco más de Noruega, un país generoso en paisajes y amable con los visitantes.
Finalmente todos partimos de Noruega con la certeza de haber vivido una experiencia inolvidable. 
 
  







jueves, 22 de marzo de 2018

Explorando Marruecos III




Desde los restos de una antigua ciudad romana a la vigorosa capital del reino.


Dejamos atrás el alboroto de Fez y tomamos una apacible ruta que corre entre olivares y valles de cultivo para llegar a Volubilis, la antigua ciudad romana considerada el yacimiento arqueológico más importante de Marruecos, cuyo asentamiento se remonta al Reino de Mauritania.
Nos sorprendió encontrar un didáctico museo de sitio en medio de un paisaje agrícola que conserva intacta su fisonomía. Era sin duda el resultado de un excelente proyecto arquitectónico, sumado a
 una acabada curaría.  

La construcción tiene varios módulos prácticamente invisibles desde el exterior, donde se exhiben piezas rescatadas del lugar, y abundante información que prologa la visita por la típica planificación urbanística del Imperio romano. 

Afortunadamente un guía del museo nos acompañó en el recorrido por
los monumentos y las antiguas casas que conservan los mosaicos originales, porque caminar por el predio bajo la minúscula sombra del ala del sombrero, nos quitaba el aliento. Entonces recordé una experiencia similar vivida en Palmira, un tesoro de Siria que se ha perdido, y advertí que el privilegio de caminar por Volubilis me resultaba más poderoso que el agobio.

Esa misma tarde llegamos a Meknes, una ciudad fundada por las tribus bereber, que varios siglos después fue elegida por Mulay Ismail como capital de su imperio. Un reinado del que perduran obras  monumentales como el Mausoleo, las murallas que protegían la antigua ciudad imperial, el acueducto, el granero, y enormes caballerizas que albergaban parte del ejército con el que Mulay Ismail logró unificar Marruecos, Mauritania y Argelia.   

Meknes cuenta además con importantes testimonios del arte andalusí, como la bellísima puerta Bab Mansour y antiguas residencias con fuentes y jardines interiores, que logramos descubrir cuando la curiosidad fue mas poderosa que el temor a perdernos. 

Estábamos alojados dentro de la Medina, el lugar indicado para hacer uno de nuestros programas favoritos, caminar sin prisa por las calles y perdernos entre la gente hasta el anochecer.
Aunque en esta oportunidad la primera impresión fue decepcionante porque, guiados por el bullicio, nos encontramos enmarañados entre tiendas que venden copias de productos de diversas marcas. Era una exhibición variopinta de prendas y accesorios con logos para todos los gustos.

Afortunadamente nos animamos a buscar caminos alternativos en los que al parecer se guarecían las costumbres locales. Descubrimos pequeños patios donde los artesanos tallaban la madera, bares de una sola mesa con parroquianos que tomaban el tradicional te de menta y calles abovedadas por las que retumbaba el trote corto de un burro apurado por su dueño.
Al caer la tarde llegamos al barrio de los sastres donde se percibía un silencio laborioso. Me detuve frente a cada una de las tiendas en las que se confeccionan kaftanes suntuosos, y algunas versiones pret a porter, y pude observar el trabajo minucioso de las bordadora mientras enhebraban perlas y cristales. Fue reconfortante comprobar que la tradición textil parecía estar a buen resguardo.

La cocina también es un componente destacado del patrimonio marroquí, que sumado a la curiosidad de un marido apasionado por la gastronomía, resultaba muy gratificante. 
En esta oportunidad tuvimos una experiencia inolvidable en el restaurante  Aisha, calificado en TripAdvisor como el segundo mejor restaurante local, y sin duda el más pequeño que vi en mi vida. Tenía  sólo dos pequeñas mesas bajas, unos bancos de madera y la cocina detrás de la barra.
 Nuestros amigos se detuvieron azorados con la clara intención de desistir pero yo no estaba dispuesta a hacer concesiones. Finalmente los cuatro terminamos apretujados en una de las mesas, para deleitarnos con varias versiones de Tajine, y algunos dulces a los que no ofrecimos resistencia.
Nos despedimos de Meknes con un menú por todo lo alto al precio más bajo.


Nuestro último destino en el reino de Marruecos fue Rabat, la capital, que hasta el regreso de Mohamed V en 1.956 fuera sede del protectorado francés.
Una ciudad en la que conviven amablemente lo antiguo con lo moderno y donde dos grandes avenidas fueron una referencia imperdible para nuestros desplazamientos.

El itinerario turístico comenzó por dos monumentos emblemáticos de la ciudad: la Torre Hassan, un bello alminar que se quedó sin mezquita y que domina la explanada rodeado de columnas truncadas, y el Mausoleo de Mohamed V, una obra que por su belleza está considerado uno de los testimonios más notables del arte marroquí contemporáneo. 
Todo en este monumento es suntuoso hasta la elegancia de los guardias reales, a caballo o inmóviles de pie, que con espléndidos uniformes de gala parecen exaltar su majestuosidad.



Otra visita imperdible fue la Kasbah de los Oudaia, una fortaleza formidable construida en el Siglo XII, que  vigila la desembocadura del rio Bou Regreg desde el punto más alto de la ciudad
Los muros del fuerte guardan en su interior un espacio encantador, el barrio andalusí construido por los moros expulsados de España, que aún continúa habitado. Las pequeñas calles escalonadas, las paredes blancas y las puertas decoradas, lo hacen tan atractivo que las viviendas son muy requeridas por los europeos y actualmente cotizan en alza.
Para completar el paseo nada mejor que hacer una pausa en el Café Moro, donde todo hace pensar que dentro de estos muros,
quedaron atrapadas historias que merece un trato reverente.



Rabat es la residencia oficial del rey de Marruecos y la sede del gobierno, y aunque el palacio no se puede visitar, vale la pena recorrer los jardines y ver la Plaza de Armas.
Precisamente mientras observábamos la movida del palacio nos enteramos que quienes se desplazaban con soltura ataviados con jilabas blancas eran Tuareg, los hombres de confianza del rey, establecidos en Fez. 
Nunca hubiera imaginado que aquellos que conocía como los hombres azules del desierto, los nómades que parecían no tener fronteras, hubieran echado raíces en la capital y abandonado su turbante azul, casi un sello de identidad. Sin embargo, quienes para mí fueron como personajes de fantasía, ahora tenían una misión real.


El día de la partida nuestro último deseo fue detenernos en Salé, la ciudad ubicada sobre la costa atlántica y en la desembocadura del rió, que fuera refugio de piratas que constituyeron una república regida por sus propias leyes.
Una historia de aventuras que nos tentó a aventurarnos por la medina en buscar de  vestigios de un pasado corsario.
Aunque dentro de la muralla solo encontramos un concurrido mercado
 nos sorprendió ver maniquíes sonrientes, los primeros entre todos los fotografiados por Beatriz durante el viaje, entonces pensé que su sonrisa tal vez fuera una picardía de quienes guardan secretos inconfesables.