miércoles, 17 de diciembre de 2014

CroniCucas en el MALBA

Una tarde en el Museo:  





Pasar una tarde en el museo es uno de los lujos que uno puede darse en Buenos Aires donde, tal como ocurre en ciudades como Londres y Nueva York, la Milla de los Museos constituye una invitación a disfrutar del arte.
Hay varias formas de organizar el periplo, y hacerlo caminando es una de mis favoritas cuando pretendo deleitarme con un paseo por plazas y jardines encantadores.
En el trayecto se puede visitar desde el Museo Nacional de Bellas Artes, inaugurado en 1896, que cuenta en la actualidad con el patrimonio artístico más importante de América Latina, hasta uno de los más modernos, como el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) donde, en esta oportunidad, llegué caminando sobre una alfombra de flores violáceas de jacarandá para ver la exhibición Antonio Berni: Juanito y Ramona.
Creo que no podría haber tenido mejor introducción para una muestra imperdible, que reúne 150 obras de las célebres series Juanito Laguna y Ramona Montiel –creadas por Berni desde fines de los años 50 hasta los años 70– en las que, con extraordinaria creatividad, denuncia una realidad social marcada por las desigualdades y por el impacto del consumo.






Conociendo a un rico niño pobre:
El itinerario se inicia por el 2do piso, donde los cuadros “Villa Tachito” y “Villa Piolín” perfilan el contexto urbano al que pertenece Juanito, el personaje de Berni, creado como un chico de la villa del Bajo Flores al que vamos conociendo poco a poco junto a su familia: en una enternecedora navidad; aprendiendo a leer; afrontando infortunios; y en numerosas obras en las que el gran maestro nos sorprende con la experimentación de técnicas innovadoras.
A lo largo del recorrido fui familiarizándome cada vez más con este personaje entrañable, en cuyas representaciones Berni incorpora, admirablemente, desechos y basura urbana, lo que hace más vívida la historia de este niño villero, hijo de un peón metalúrgico.
Atrapada en el relato, la pena que me provocaba una vida signada a la pobreza se fue transformando en gozo al percibir el embeleso con que ese chico descubría e interpretaba todo lo que sucedía a su alrededor. Era el gran protagonista: la persona a la que saludaba el cosmonauta a su paso por el barrio; el que soñaba con un mundo mejor; el que se aventuraba a la gran ciudad, y el que transformaba los desechos en divertidos juguetes.
No había en él resentimiento ni violencia e, indudablemente, contaba con el vigor y el arrojo suficientes como para dejar atrás sus monstruos y lograr una vida mejor porque, como bien dijo su creador, “Juanito es un chico pobre, pero no un pobre chico”.
Berni retoma esta serie en los años 70, dejando de lado los grabados y usando técnicas de ensamblaje y colores más brillantes con los que representa a Juanito remontando un barrilete, pescando, jugando o durmiendo, en medio del basural. Utiliza para ello materiales muy presentes en la cultura popular, como latas y desechos industriales, en una clara alusión al impacto de la industrialización en el medio ambiente. Con esto se adelanta en la denuncia de un problema que adquiriría plena vigencia 20 años después, a partir de la Cumbre de la Tierra, y enciende tempranamente las alarmas sobre la necesidad de un desarrollo sustentable







Sugestivo encuentro con la costurerita que dio el mal paso:
El segundo personaje de la muestra es Ramona Montiel, una chica de barrio que, agobiada por su trabajo de costurera y deslumbrada por los lujos mundanos, procura alcanzar una vida soñada ejerciendo la prostitución.
El compromiso social y político de Berni se manifiesta, en esta serie, en una crítica a la condición desfavorable de la mujer en los años 60 y en la ironía con la que muestra a los personajes relevantes de la época que acompañan el relato.
Con Ramona el maestro experimenta y perfecciona nuevas técnicas, incorpora recursos de la gráfica y logra relieves que me tuvieron embelesada. Me sentí en medio de la cocina del arte al poder observar el meticuloso trabajo que reflejan los tacos que se exhiben junto a las sorprendentes obras acabadas, a las que definió como “xilo collage relieves”.


Cada cuadro es una caja de sorpresas que invita a descubrir nuevos ornamentos. Porque, así como en la serie de Juanito abundan los desechos recogidos de los lugares en que se desarrolla la historia, en la de Ramona –una mujer seducida por los brillos– abundan encajes, lentejuelas, prendas femeninas, fantasías y decorados en los que se puede adivinar una clara influencia de los años que Berni vivió en París, ciudad en la que, seguramente hurgando en el Mercado de las Pulgas, no solo encontró prendas y abalorios de la Belle Époque, sino también inspiración para sus obras.





Puede ser, igualmente, una de las razones por las que Ramona, además de vivir su vida en la ciudad, deja su barrio, adquiere nuevas habilidades y viaja a Europa, donde se vincula con personajes propios de otras culturas y adopta costumbres y modas más sofisticadas con las que luce muy glamorosa, como en la obra que el gran maestro titula “La Apotheose de Ramona”, en la que no escatima recursos para engalanarla.
Fue para mí un privilegio poder disfrutar de esta fantástica muestra; celebro que tanta gente haya podido hacerlo en la reciente Noche de los Museos y espero que puedan verla muchos más.

















martes, 30 de septiembre de 2014

CroniCucas En el circo

Cronicuca del circo: contenta como unas pascuas


Después de largos años volví a entrar en la carpa de un circo, nada menos que del Cirque Du Soleil, para ver Corteo. Disfruté del programa desde el día en que sacamos las entradas porque tuve el tiempo suficiente para evocar cuánto celebrábamos, en nuestra infancia, la llegada de un circo.

Recordé el desfile de carromatos por las calles del pueblo: un acontecimiento del que participábamos escoltándolos a toda carrera hasta el lugar en el que establecían su campamento generalmente ubicado cerca de casa, lo que nos permitía hacer tantas visitas como fuera necesario para adivinar la proximidad del estreno. Ir a las primeras funciones y sentarnos cerca de la pista era todo un privilegio, porque nos permitía ayudar al payaso a buscar a su compañero escondido (siempre a los gritos porque eran bastante sordos) y recibir el baldazo final que, afortunadamente, no tenia agua sino papel picado.

Una vez finalizado el espectáculo, toda nuestra vida se teñía de circo; éramos domadores, malabaristas, acróbatas y trapecistas hasta el día sombrío en que volvíamos a ver un terreno vacío con las marcas de los postes, de las estacas y con las huellas profundas de los carromatos que habían partido.

Esta vez también llego el gran día. La carpa del Cirque du Soleil se alzaba majestuosa y, a medida que nos adentrábamos, crecía nuestro entusiasmo.


La escenografía y el decorado eran un buen anticipo de lo que unos minutos más tarde disfrutaríamos. El telón lucía como una obra de arte en la que el juego de las luces iba develando imágenes del cortejo. Me sentía extasiada y no podía dejar de mirar una y otra vez esa procesión, y cada repetición me permitía descubrir personajes diferentes.

De pronto irrumpieron payasos y acróbatas con espléndido vestuario, y entre ellos un viejo conocido al que solíamos llamar “caballo de trapo”, esta vez en versión fashion, pero con las mañas de siempre: morder el pelo de los espectadores como si fuera pasto tierno.

¡El espectáculo nos deslumbró! Había ángeles balanceándose sobre la pista, enormes candelabros con caireles que hacían de trapecio, camas con colchones elásticos que daban lugar a las acrobacias mas audaces, malabaristas que nos dejaban boquiabiertos, trapecistas que volaban en lo mas alto de la carpa, simpáticos payasos, y cuadros de acrobacia que sumaban, a la notable destreza de los artistas, el refinamiento estético de sus composiciones.

Toda una celebración que, acompañada de una música magnífica, contribuía a crear un ambiente especial para cada escena y comprometía todos nuestros sentidos en el goce de un programa que parecía creado por arte de magia.


sábado, 6 de septiembre de 2014

CroniCucas Montevideo

CroniCuca Montevideo: metiendo las narices del otro lado del río 

Siempre nos resulta agradable llegar a Montevideo e instalarnos en el antiguo edificio Rambla, para el que parece haber sido pensada la vieja expresión “la casa es chica pero el corazón es grande”; ¿quién puede sentirse atrapado entre cuatro paredes cuando una de ellas se abre a una costanera en la que palpita el corazón de la ciudad?


Ver la rambla ya es todo un espectáculo, y cada hora del día tiene un encanto especial, ya que abrir la ventana para ver la salida del sol por la mañana es tan deslumbrante como tomar una copa en el balcón por la tarde, observando el reflejo de las luces en el agua. Es un lugar concurrido; hasta allí llegan locales y visitantes para hacer deportes, leer el diario o compartir un amigable mate —algo así como el trago oficial del lugar—.

El día de nuestro arribo solemos hacer un programa que favorece la adaptación al saludable ritmo local: caminar unas pocas cuadras hasta Av. Brasil para comer un chivito con un chop de excelente cerveza uruguaya; hacemos el trayecto por una ruta que nos permite disfrutar de la brisa costera en verano y que constituye todo un desafío cuando, durante el invierno, las ráfagas de viento nos obligan a practicar un deporte casi extremo. 


Si nuestra estadía montevideana incluye un domingo, no dudamos en visitar Tristán Narvaja, una ecléctica feria en la que flores y verduras se codean con antigüedades que nos encanta descubrir. Caminarla de punta a punta calzando cómodos championes, ¡¡¡es todo un programón!!!

Durante la semana, pasear por la Ciudad Vieja, visitar el Museo Torres García y almorzar en la bodega de Rara Avis resulta un plan perfecto porque, después de disfrutar de algún plato delicioso y una copa de vino, partimos inspirados a caminar por las calles cercanas o a explorar nuevos recorridos en el Distrito de Diseño.
Por la noche hay programas excelentes entre los que un buen espectáculo en el Teatro Solís o en el Sodre lideran nuestro ranking de preferencias. Aunque una escapada a Carrasco también está en nuestro Top 10 de favoritos; hasta allí llegamos con amigos para darnos un festín de tiraditos, sushi u otra de las especialidades de Café Misterio, siempre acompañados de buen vino ya que su bodega es sorprendente.



Pero eso no es todo porque, para quienes disfrutamos metiendo la nariz en cocinas varias, hay buenas propuestas gastronómicas: Jacinto, en la peatonal Sarandí; una siempre excelente parrilla en La Perdiz; el encantador Paullier y Guana, con una novedosa oferta en un viejo lugar; y hasta la oportunidad de comer en un vivero, casi como un colibrí.

Y en esta ciudad amable, hay un programa que consideramos imperdible: hacer largas caminatas por la rambla, formar parte del nutrido grupo de vecinos que disfrutan de ese espacio que distingue a Montevideo, y terminar nuestro periplo con un cafecito en la librería Yenny leyendo los diarios locales.


martes, 26 de agosto de 2014

CroniCucas New York

CroniCuca New York 1: calzando zapatos cómodos.


Un viaje relámpago a Nueva York resulta un programa divertido, sobre todo cuando pasaron varios años desde nuestra última visita, y se acumularon demasiadas ganas para despilfarrar en pocos días.

Alojados por una amiga en un precioso departamento del Upper West Side, la ciudad nos invitaba a caminar hasta que los pies, más fatigados que nuestros ojos imploraban por un descanso. 

Siguiendo al pie de la letra el lema de mi marido "para sufrir hay tiempo", cada pausa era una oportunidad inmejorable para tomar café, elegir algo rico en el Whole Foods Market o disfrutar del espléndido paisaje de primavera del Central Park. Nos parecía entretenido observar tanto personaje variopinto en un entorno en el que todos parecían ser bienvenidos: jóvenes con blocs de dibujo buscando inspiración; ciclistas a toda carrera; niñeras con la atención repartida entre los niños a su cuidado y la animada charla con amigas del parque; chicos jugando sobre el césped; picniqueros desplegando su menú de mediodía; y turistas caminando a paso rápido detrás de un guía que, enarbolando un paraguas cerrado, pretendía llegar de inmediato a la siguiente parada.

Broadway fue para nosotros como la columna vertebral de Manhattan y nuestra calle de referencia en los desplazamientos a lo largo de la ciudad. Cuando las caminatas se nos hacían cuesta arriba y el destino elegido parecía inalcanzable, nos sumergíamos en la Red Line, en la que nuestro único inconveniente fue la torpeza inicial en el uso de la Metro Card (esto me hizo pensar en la necesidad de aprender a marcar mejor los tiempos y a mirar de reojo a Juilliard School, el lugar en que deambulan esos saberes). 

Durante 5 días, mapa en mano y familiarizados con los medios de transporte, fuimos visitando la ciudad: recorrimos las calles arboladas del Greenwich Village; nos refugiamos a la sombra en el Washington Square Park; y paseamos por las encantadoras callecitas del Soho cruzando de vereda en vereda para no perdernos de nada. Cuando mi entusiasmo en las boutiques se prolongaba más de la cuenta, buscábamos un bar con onda para hacer más llevadera la espera de un marido al que vestidos, zapatos y accesorios femeninos le aburren soberanamente. También visitamos galerías de arte en Tribeca y llegamos hasta el Ground Zero para admirar de cerca la Freedom Tower que, construida en el lugar de las Torres Gemelas, es actualmente la mas alta de New York; ¡¡me encantó!!, es linda desde donde se la mire y todo un símbolo que hace honor a su nombre.

Tratando de poner en práctica el apolillado dicho "al mal tiempo buena cara", un penoso día de lluvia se transformó en un programón gracias a la buena onda de nuestra amiga, que nos prestó un inteligentísimo BMW para ir a Woodbury. En el camino nos deleitamos con un paisaje de verdes resplandecientes, que bien podrían haber ilustrado un cuento de hadas, igual que las impecables casitas blancas que conformaban una pequeña ciudad de outlets con tantas ofertas tentadoras que el tiempo parecía esfumarse. 

Afortunadamente, en los museos todo el año es temporada, y una visita al MOMA fue un excelente programa para un día nublado porque, además de recorrer varias salas para visitar las mejores obras de arte moderno y contemporáneo, me deleitaba mirando la ciudad mientras permanecía a buen resguardo. Al finalizar el recorrido, y con el interés que despiertan las colecciones de diseño gráfico e industrial, el Moma Store parecía llamarnos como una nave nodriza para tentarnos con objetos sorprendentes por su diseño, color y practicidad.

Otro de los museos elegidos en este viaje fue el Frick Collection, la magnífica mansión sobre la Quinta Avenida, que nos gusta tanto como los tesoros que alberga. Recorrerlo con la audioguía nos pareció ideal ya que, además de una interesante descripción de las obras, explica la razón por la que forman parte de la colección (me parece que el buen ojo del señor Frick para el arte no tenía mucho que envidiar al que tuvo para los negocios).


CroniCuca New York 2: no solo engordamos las valijas y alimentamos el espíritu.

Como en la mayoría de los viajes, disfrutar de la buena cocina es el complemento ideal, y esta vez fue particularmente atractivo porque lo compartimos con amigos locales. Con ellos fuimos a wd~50, un restaurante fashion en el sur de la ciudad, en el que un chef muy creativo nos sorprendió con un menú superoriginal. ¿Quién podía imaginar un tartare de entraña, peras y salsa bernesa?, ¿un gazpacho de girasol, miso y huevas de trucha?, ¿o un lomo de cordero con cebada y queso de cabra? Pues allí disfrutamos de esta interesante degustación acompañada de buenos vinos, entre los que el Pinot Noir de Napa Valley resultó memorable.

En una visita al West Village almorzamos en Buvette, un simpático bistrot en el que la lista de espera se anota con tiza en los marcos de la puerta. Al observar que nuestro nombre estaba casi a la altura del dintel, salimos como una hélice a dar vueltas por Grove Street, la encantadora calle del restaurante, en la que se puede adivinar con facilidad la bohemia neoyorkina.

El menú de Buvette tiene platos simples y una extensa carta de bebidas, de modo que ceviche, croque monsieur, croque madame y vino blanco de “Napa” fueron más que suficiente para disfrutar de un ambiente simpático y divertido.

En el Soho aprovechamos un precioso día de sol para almorzar en Felix, un restaurante con una buena oferta de tragos, muy concurrido, bullicioso y bien dispuesto a celebrar cualquier conmemoración. Ubicados en una mesita al lado de la ventana, saboreamos una ensalada con queso de cabra tibio, un delicioso confit de canard y unas copas de vino blanco, mientras nos divertía tanto la movida callejera como los brindis y festejos de comensales a los que nos sumábamos levantando nuestra copa o cantando Happy birthay.

En 5th Ave. fuimos a comer al University Club, un elegante y exclusivo club de New York, en el que nos deleitamos con un formidable buffet. Al salir de allí la noche estaba brumosa, y decidimos caminar por la avenida descubriendo el perfil de los edificios emblemáticos apenas visibles a través de un borrón de luces. Era nuestra última noche en NY y no teníamos apuro por llegar porque el paisaje urbano lucía esplendoroso. 

Nuestras incursiones por el barrio de Chelsea fueron especialmente interesantes en cuestiones de gastronomía. Un paseo nocturno por el Meatpacking District nos permitió hacer un pormenorizado reconocimiento de bares y restaurantes entre los que optamos por el Spice Market, un restaurante especializado en comida asiática, con espaciosos ambientes de doble altura decorados con muebles y tallas de medio oriente. Tiene una enorme cocina vidriada y una barra desde la que se puede ver el trabajo de los cocineros y percibir el perfume de las especias. Los platos son de inspiración tailandesa, vietnamita e india. Me decidí por una sopa de pollo con leche de coco —realmente imperdible— y unas ribs glaceadas impecablemente deshuesadas para lograr un plato de estilo oriental. ¡Fue una excelente elección!

El Chelsea Market nos tentó a hacer más de una visita. La primera vez llegamos desafiando una copiosa lluvia y, aunque estábamos bien pertrechados para resistirla, debimos compensar el esfuerzo con un buen capuchino y lo más tentador que encontramos en la patisserie. 

Una vez repuestos empezamos la visita por el local de las especias: un lugar en el que parecían estar atrapados todos los aromas y sabores del mundo. Con un pote de la última cosecha de pimienta verde de Madagascar y otro de chily mexicano, para condimentar nuestro mentado matambre, seguimos el recorrido hasta llegar a Bowery Kitchen, el local en el que un cocinero puede encontrar prácticamente todo lo que necesita. Aunque mi marido no es un profesional en el tema, puede invertir tanto tiempo en ese lugar como si su futuro dependiera de ello. Obviamente no siento la misma atracción por cuchillos y afines, de modo que para preservar la buena onda del viaje me permití un divertido paréntesis en Anthropologie (negocio arrebatador) probándome vestidos, accesorios y unos delantales de cocina muy fashion. 



Volvimos al Chelsea Market antes de partir al aeropuerto para despedirnos de Manhatan con un almuerzo tardío en The Lobster Place. El Mercado estaba a full y para conseguir alguna de las escasas mesas que bordean la pescadería, hice un cuidadoso espionaje y negocié con tres coreanos que tenían cercada una de ellas con bolsos y valijas porque partían a Seúl esa misma tarde.

Temiendo que se nos enfriaran las langostas y se solidificara la salsa termidor, me comprometí a velar su equipaje mientras daban un último paseo. Todo parecía perfecto salvo la proximidad de la partida; entonces recordé un viejo dicho español: “A lo que no tiene remedio, litro y medio”.

sábado, 23 de agosto de 2014

CroniCucas Dubai

CroniCuca 12: Dubai a vuelo de pájaro.

Llegamos a Dubai tarde y cansados después de mas de 20 horas de haber saltado de la cama con la ilusión de sobrevolar el Himalaya.

El trámite de la visa me hizo pensar que mi nacionalidad no era muy bienvenida ya que, mientras mi marido pasó orondo entre los europeos, yo tuve varias demoras en un aeropuerto cuyas dimensiones me hicieron añorar la bicicleta. Sin embargo, la atención fue inmejorable, y hasta tuvimos una asistente personal de Emirates que me ayudó a obtener una visa rápida.
Afortunadamente, una vez ingresados solo restaba llegar al hotel y dormir apurados para aprovechar las escasas horas de estadía en Dubai. Una taxista con vestimenta musulmana tradicional y auto supermoderno nos condujo en el largo viaje hasta el hotel mientras nosotros, absolutamente deslumbrados frente a una ciudad luminosa con edificios impactantes, nos disponíamos a partir en breve con la prontitud del correcaminos.
Como experimentados viajeros entendimos que la oferta turística que nos hacían en el hotel no era la adecuada, y partimos en un taxi hacia la ciudad vieja. Nuestra meta era el Gold Souk, solo que en lugar de joyas buscábamos hacer valer nuestro escaso tiempo, y lo logramos!!!

El Big Bus City Tour de 24 horas con audio en español fue la solución perfecta para recorrer Dubai a vuelo de pájaro. Enarbolando el ticket subimos y bajamos sin descanso para admirar la belleza y originalidad de edificios como el Burj Khalifa (alucinante!!), el Burj Al Arab (la vela), y urbanizaciones como Atlantis On the Palm. Visitamos El water park y Jumeirah Beach, incursionamos en el zoco de especias y curioseamos el Dubai Mall.
Terminamos el tour en el Creek Cruise contemplando la puesta del sol sobre el agua y el reflejo dorado que proyectan los cristales de las torres cercanas.

La ciudad de Dubai nos impactó por su bien planificada urbanización, el transporte publico es puntual y confortable, las paradas tienen cerramientos con aire acondicionado y el metro, totalmente automatizado, en el que viajamos para atravesar la ciudad de regreso nos dio la oportunidad de poner a prueba nuestros conocimientos identificando los edificios emblemáticos desde una perspectiva diferente. Dubai también valió la pena.

Este, nuestro último largo día como turistas, y una noche corta debido a que el avión sale al alba, resultaron ser el prólogo ideal para el prolongado viaje de regreso a casa.

jueves, 21 de agosto de 2014

CroniCucas Nepal

CroniCuca 11: muy próximos al top de la tierra.


Otra visita interesante fue la que hicimos a la estupa de Boudhanath, la mas grande y antigua de Nepal, que tiene 2500 años y es un lugar sagrado para los peregrinos. Muchos exilados tibetanos viven en la cercanía, dando testimonio de su fe y preservando sus costumbres y tradiciones. ¡Son gente realmente encantadora! El recorrido alrededor de la estupa, haciendo girar cuanto cilindro encontrábamos inmóvil, nos llevó un buen tiempo debido a que matizábamos la devoción budista con una mirada curiosa a las tiendas de recuerdos. 


Al ingresar a uno de los templos, hicimos una pequeña donación para el mantenimiento del lugar, y uno de los monjes nos dio una bendición personal. Era imposible descifrar lo que decía mientras daba suaves golpes en la cabeza con algo parecido a un abanico de papeles con escrituras, después de lo cual me ató en el brazo un cordón amarillo con varios nudos. Cuál seria mi desconsuelo cuando al día siguiente el cordón se desató y estuve a punto de perderlo aunque, después de varios lamentos, me conformé pensando que tal vez era para que hiciera las ataduras por mi cuenta (todavía la tengo y la hice tan a mi manera que resultó curiosa, pretende inmiscuirse en cuanta masa preparo en la cocina).


En Kathmandu no todas fueron cuestiones "devocionales" ya que hay mucha gente joven que llega a explorar sus propios límites y que por las noches acude a bares divertidos como OR2K, un lugar donde se dejan los zapatos en la entrada para caminar sobre alfombras y se puede comer sentado o recostado sobre mullidos almohadones. Tiene una decoración muy simpática y su barra de tragos es ¡¡excelente!!
La última noche en Kathmandu, volvimos con nuestros nuevos amigos al restó Rosemary Kitchen, esta vez con un Pinot Noir australiano, dispuestos a comer el delicioso Mongolian Chicken: trocitos de pollo salteados con cebolla y aderezados con salsa de ostras y salsa de soja. Fue una comida estupenda, y armamos tal revuelo que el personal, divertido, salió a saludarnos hasta el taxi como a sus más destacados parroquianos.


Durante toda nuestra estadía en Nepal, las montañas que la rodean nos habían resultado invisibles, estuvieron siempre escondidas detrás de oscuros nubarrones. Sin embargo, mi marido no perdía las esperanzas de sobrevolar el Himalaya y fue perseverante en el seguimiento de los vuelos. Finalmente, cuando pensábamos que ya no había esperanzas de lograrlo, nos avisaron que saldríamos a las 5 de la mañana del día de nuestra partida para intentarlo.
En el pequeño aeropuerto de Tribhuvan, hay un lugar bastante precario con destino montaña, en el que durante más de una hora nos mantuvieron en vilo, hasta que se iluminó la pantalla con el anuncio mountain flight. Mas rápidos que un buscapié, 20 emocionados pasajeros abordamos el Beechcraft de Buddha Air que nos llevaría al encuentro más buscado: el monte Everest.


Nunca las nubes nos habían parecido tan odiosas, hasta que poco a poco se fueron dispersando, y pudimos reconocer los picos del Himalaya, que teníamos dibujados en un magnífico perfil de la cadena montañosa. Uno a uno fuimos pasando a la cabina del avión para ver emerger el monte Everest, con la majestad de sus 8848 metros, entre los montes Nuptse y Lhotse.


¡Fue grandioso! No escalamos el Everest pero, como dice nuestro diploma de vuelo, "lo tocamos con el corazón".