viernes, 6 de mayo de 2016

Buzios All Inclusive

Desde que adoptamos Emirates como línea aérea favorita para viajar a Brasil, llegamos a Buzios de madrugada, cuando todo duerme, y la ruta principal extrañamente vacía nos permite llegar en tiempo récord a la cama para recobrar el sueño perdido.



Hospedados en una espléndida casa Buziana, que balconea sobre el mar desde lo alto de la Bahía de Ferradura, adoramos despertar con cielo despejado y la proa de los barcos de pescadores apuntando al mar abierto. Pero si acaso nos sorprende el repiqueteo de la lluvia en la ventana, siempre queda la esperanza de consultar al Weather Channel alternativo: Antonio, el heladero de los enormes rulos negros, amigo de la casa, y un empedernido optimista que siempre avizora días de sol.
En Buzios todo es posible, lluvia de noche, nubarrones al amanecer y un sol que asoma tímidamente hasta convertirse en una firme invitación a disfrutar de la playa, donde tenemos un espacio propio con las reposeras siempre dispuestas a recibirnos.



La casa es encantadora desde su puerta de entrada, en la que escenas con mitos y leyendas pintadas por una artista buziana en ocasión de una boda familiar, dan una bienvenida de cuento de hadas. Su interior es tan transparente como para fraternizar con el exuberante paisaje que la rodea, y tan íntimo como para proteger la privacidad de sus ocupantes.
Allí no hay reglas establecidas, sin embargo, a las 5pm tenemos una cita a la que acudimos con galas veraniegas, el almuerzo, en el que con una cocina ecléctica
los dueños de casa mantienen bien alto el prestigio alcanzado, con platos que enaltecen los productos locales: cavaquinhas que crujen entre nuestros dedos cuando buscamos la carne; tentadoras fuentes de camarao crocante; pez olho do cao dorado a la llama con salsa de alcaparras, la especialidad del dueño de casa; pez namorado en los ceviches; frangos do primo canto pequeños y crujientes; abóbora rellena de queso catupiri. Todos muy festejados por huéspedes que comparten la vocación gourmand con los anfitriones, y celebran su maridaje con buenos vinos y excelente champagne.


En Buzios vivimos cada día como un festejo, que comienza con la más increíble vista de la bahía frente a una apetitosa mesa de desayuno. Tan estimulante que inspira conversaciones dignas de una charla TED. Es el momento erudito del día y el inicio de una movida que remata en un continuado de cine y series sin horario de cierre.
El ritmo playero merece un capítulo aparte. Tiene programas para todos los gustos. Hacemos placenteras caminatas por la bahía que, dada la popularidad de nuestros amigos, suelen tener varias escalas: el rande-vous a una vendedora de cocos que, por tradición familiar, tiene notable destreza con el machete; una tentadora parada frente al Rei do Milho que con astucia marketinera ploteó en su carroza las bondades nutricionales del choclo; otras pausas para compartir una brochette de queijo na brasa, tomar una cerveza o saborear un helado; curiosear los nuevos modelos de camisas, anteojos y sombreros; y, mi escala favorita, la elección de bikinis en la boutique ambulante de Lía, una simpática costurera que exhibe sus creaciones ensartadas en un palo de madera.


El regreso tiene rumbos variados. Algunos eligen caminar un buen trecho y nadar el tramo final para esquivar el sendero de las rocas. Nosotros formamos parte del equipo que cruza la bahía a nado, y llevamos un llamativo torpedo naranja (like Baywatch) para estar más visibles durante el trayecto.
El
esfuerzo es bien recompensado con una caipiroshka en la línea de llegada, un equivalente vernáculo a la subida al podio de los campeones.
Por otro lado, la puesta a punto de la flota de mar forma parte de los desvelos del dueño de casa, indiscutido jefe de mantenimiento y aficionado a los deportes náuticos. El es quien capitanea el crucero en el recorrido por las playas locales y en ocasiones se aventura por el mar océano para llegar hasta Arraial do Cabo.


Para quienes miran las grandes olas con recelo, los gomones son las embarcaciones disponibles para navegar por la ferradura, hacer ski y divertirse en sinuosos recorridos con la boia, para que los chicos reboten sobre el oleaje.
La jornada playera culmina con un evento que suma varias estrellas al All Inclusive: el copetín. A esa hora no hay visión más esperada que las bandejas contorneándose por la escalera repletas de apetitosos bocados, bajando al ritmo del tintineo de vasos llenos de caipiroshkas y licuados tropicales.


Es el lugar ideal para evocar el Buzios apacible de los primeros tiempos. Sin embargo, a muy poca distancia, todo se diferencia del pueblecito donde frecuentábamos bares y boutiques con pisos de arena. Cuando el pareo era la prenda habitual y las Hawaianas solo se diferenciaban por el color.
La Rua das Pedras se ha transformado en un paseo muy trendy en el que tengo algunos imperdibles: Sobral, Richard’s, Farm, y muchos otros que desde la vidriera tienen el mismo efecto que una nave nodriza.
En ocasiones regresamos cargados de compras. Otras veces hacemos visitas tardías con intención de comer una rica pizza de mozzarella de búfala en Capricciosa, un bife en Don Juan, tomar unos tragos en Havana o pasar por el tradicional Bar do Ze.


El puerto de pescadores es otro polo comercial y gastronómico encantador. Un lugar donde la naturaleza, las luces y el colorido de los Resto, conforman un escenario digno de visitar, que frecuentamos para deleitarnos con el excelente Beef tartare de Dona Jo.
En Buzios el tiempo no se pierde ni se detiene, se disfruta. Es sin duda el lugar ideal para gozar de unas vacaciones inolvidables.

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