CroniCuca New York 1: calzando zapatos cómodos.
Un viaje relámpago a Nueva York resulta un
programa divertido, sobre todo cuando pasaron varios años desde nuestra última
visita, y se acumularon demasiadas ganas para despilfarrar en pocos días.
Alojados por una amiga en un precioso
departamento del Upper West Side, la ciudad nos invitaba a caminar hasta que
los pies, más fatigados que nuestros ojos imploraban por un descanso.
Siguiendo al pie de la letra el lema de mi
marido "para sufrir hay tiempo", cada pausa era una oportunidad
inmejorable para tomar café, elegir algo rico en el Whole Foods Market o
disfrutar del espléndido paisaje de primavera del Central Park. Nos parecía
entretenido observar tanto personaje variopinto en un entorno en el que todos parecían
ser bienvenidos: jóvenes con blocs de dibujo buscando inspiración; ciclistas a
toda carrera; niñeras con la atención repartida entre los niños a su cuidado y
la animada charla con amigas del parque; chicos jugando sobre el césped;
picniqueros desplegando su menú de mediodía; y turistas caminando a paso rápido
detrás de un guía que, enarbolando un paraguas cerrado, pretendía llegar de
inmediato a la siguiente parada.
Broadway fue para nosotros como la columna
vertebral de Manhattan y nuestra calle de referencia en los desplazamientos a
lo largo de la ciudad. Cuando las caminatas se nos hacían cuesta arriba y el
destino elegido parecía inalcanzable, nos sumergíamos en la Red Line , en la que
nuestro único inconveniente fue la torpeza inicial en el uso de la Metro Card (esto me
hizo pensar en la necesidad de aprender a marcar mejor los tiempos y a mirar de
reojo a Juilliard School, el lugar en que deambulan esos saberes).
Durante 5 días, mapa en mano y familiarizados
con los medios de transporte, fuimos visitando la ciudad: recorrimos las calles
arboladas del Greenwich Village; nos refugiamos a la sombra en el Washington
Square Park; y paseamos por las encantadoras callecitas del Soho cruzando de
vereda en vereda para no perdernos de nada. Cuando mi entusiasmo en las
boutiques se prolongaba más de la cuenta, buscábamos un bar con onda para hacer
más llevadera la espera de un marido al que vestidos, zapatos y accesorios
femeninos le aburren soberanamente. También visitamos galerías de arte en
Tribeca y llegamos hasta el Ground Zero para admirar de cerca la Freedom Tower que,
construida en el lugar de las Torres Gemelas, es actualmente la mas alta de New
York; ¡¡me encantó!!, es linda desde donde se la mire y todo un símbolo que
hace honor a su nombre.
Tratando de poner en práctica el apolillado
dicho "al mal tiempo buena cara", un penoso día de lluvia se
transformó en un programón gracias a la buena onda de nuestra amiga, que nos
prestó un inteligentísimo BMW para ir a Woodbury. En el camino nos deleitamos
con un paisaje de verdes resplandecientes, que bien podrían haber ilustrado un
cuento de hadas, igual que las impecables casitas blancas que conformaban una
pequeña ciudad de outlets con tantas ofertas tentadoras que el tiempo parecía
esfumarse.
Afortunadamente, en los museos todo el año es
temporada, y una visita al MOMA fue un excelente programa para un día nublado
porque, además de recorrer varias salas para visitar las mejores obras de arte
moderno y contemporáneo, me deleitaba mirando la ciudad mientras permanecía a
buen resguardo. Al finalizar el recorrido, y con el interés que despiertan las
colecciones de diseño gráfico e industrial, el Moma Store parecía llamarnos
como una nave nodriza para tentarnos con objetos sorprendentes por su diseño,
color y practicidad.
Otro de los museos elegidos en este viaje fue
el Frick Collection, la magnífica mansión sobre la Quinta Avenida , que
nos gusta tanto como los tesoros que alberga. Recorrerlo con la audioguía nos
pareció ideal ya que, además de una interesante descripción de las obras,
explica la razón por la que forman parte de la colección (me parece
que el buen ojo del señor Frick para el arte no tenía mucho que envidiar al que
tuvo para los negocios).
CroniCuca New York 2: no solo engordamos las
valijas y alimentamos el espíritu.
Como en la mayoría de los viajes, disfrutar de la buena cocina es el complemento ideal, y esta vez fue particularmente atractivo porque lo compartimos con amigos locales. Con ellos fuimos a wd~50, un restaurante fashion en el sur de la ciudad, en el que un chef muy creativo nos sorprendió con un menú superoriginal. ¿Quién podía imaginar un tartare de entraña, peras y salsa bernesa?, ¿un gazpacho de girasol, miso y huevas de trucha?, ¿o un lomo de cordero con cebada y queso de cabra? Pues allí disfrutamos de esta interesante degustación acompañada de buenos vinos, entre los que el Pinot Noir de Napa Valley resultó memorable.
En una visita al West Village almorzamos en
Buvette, un simpático bistrot en el que la lista de espera se anota con tiza en
los marcos de la puerta. Al observar que nuestro nombre estaba casi a la altura
del dintel, salimos como una hélice a dar vueltas por Grove Street, la
encantadora calle del restaurante, en la que se puede adivinar con facilidad la
bohemia neoyorkina.
El menú de Buvette tiene platos simples y una extensa carta de bebidas, de modo que ceviche, croque monsieur, croque madame y vino blanco de “Napa” fueron más que suficiente para disfrutar de un ambiente simpático y divertido.
En el Soho aprovechamos un precioso día de sol para almorzar en Felix, un restaurante con una buena oferta de tragos, muy concurrido, bullicioso y bien dispuesto a celebrar cualquier conmemoración. Ubicados en una mesita al lado de la ventana, saboreamos una ensalada con queso de cabra tibio, un delicioso confit de canard y unas copas de vino blanco, mientras nos divertía tanto la movida callejera como los brindis y festejos de comensales a los que nos sumábamos levantando nuestra copa o cantando Happy birthay.
El menú de Buvette tiene platos simples y una extensa carta de bebidas, de modo que ceviche, croque monsieur, croque madame y vino blanco de “Napa” fueron más que suficiente para disfrutar de un ambiente simpático y divertido.
En el Soho aprovechamos un precioso día de sol para almorzar en Felix, un restaurante con una buena oferta de tragos, muy concurrido, bullicioso y bien dispuesto a celebrar cualquier conmemoración. Ubicados en una mesita al lado de la ventana, saboreamos una ensalada con queso de cabra tibio, un delicioso confit de canard y unas copas de vino blanco, mientras nos divertía tanto la movida callejera como los brindis y festejos de comensales a los que nos sumábamos levantando nuestra copa o cantando Happy birthay.
En 5th Ave. fuimos a comer al University Club, un
elegante y exclusivo club de New York, en el que nos deleitamos con un
formidable buffet. Al salir de allí la noche estaba brumosa, y decidimos
caminar por la avenida descubriendo el perfil de los edificios emblemáticos
apenas visibles a través de un borrón de luces. Era nuestra última noche en NY
y no teníamos apuro por llegar porque el paisaje urbano lucía
esplendoroso.
Nuestras incursiones por el barrio de Chelsea
fueron especialmente interesantes en cuestiones de gastronomía. Un paseo
nocturno por el Meatpacking District nos permitió hacer un pormenorizado
reconocimiento de bares y restaurantes entre los que optamos por el Spice
Market, un restaurante especializado en comida asiática, con espaciosos
ambientes de doble altura decorados con muebles y tallas de medio oriente.
Tiene una enorme cocina vidriada y una barra desde la que se puede ver el
trabajo de los cocineros y percibir el perfume de las especias. Los platos son
de inspiración tailandesa, vietnamita e india. Me decidí por una sopa de pollo
con leche de coco —realmente imperdible— y unas ribs glaceadas impecablemente
deshuesadas para lograr un plato de estilo oriental. ¡Fue una excelente
elección!
El Chelsea Market nos tentó a hacer más de una
visita. La primera vez llegamos desafiando una copiosa lluvia y, aunque
estábamos bien pertrechados para resistirla, debimos compensar el esfuerzo con
un buen capuchino y lo más tentador que encontramos en la patisserie.
Una vez repuestos empezamos la visita por el local de las especias: un lugar en el que parecían estar atrapados todos los aromas y sabores del mundo. Con un pote de la última cosecha de pimienta verde de Madagascar y otro de chily mexicano, para condimentar nuestro mentado matambre, seguimos el recorrido hasta llegar a Bowery Kitchen, el local en el que un cocinero puede encontrar prácticamente todo lo que necesita. Aunque mi marido no es un profesional en el tema, puede invertir tanto tiempo en ese lugar como si su futuro dependiera de ello. Obviamente no siento la misma atracción por cuchillos y afines, de modo que para preservar la buena onda del viaje me permití un divertido paréntesis en Anthropologie (negocio arrebatador) probándome vestidos, accesorios y unos delantales de cocina muy fashion.
Una vez repuestos empezamos la visita por el local de las especias: un lugar en el que parecían estar atrapados todos los aromas y sabores del mundo. Con un pote de la última cosecha de pimienta verde de Madagascar y otro de chily mexicano, para condimentar nuestro mentado matambre, seguimos el recorrido hasta llegar a Bowery Kitchen, el local en el que un cocinero puede encontrar prácticamente todo lo que necesita. Aunque mi marido no es un profesional en el tema, puede invertir tanto tiempo en ese lugar como si su futuro dependiera de ello. Obviamente no siento la misma atracción por cuchillos y afines, de modo que para preservar la buena onda del viaje me permití un divertido paréntesis en Anthropologie (negocio arrebatador) probándome vestidos, accesorios y unos delantales de cocina muy fashion.
Volvimos al Chelsea Market antes de partir al
aeropuerto para despedirnos de Manhatan con un almuerzo tardío en The Lobster
Place. El Mercado estaba a full y para conseguir alguna de las escasas mesas
que bordean la pescadería, hice un cuidadoso espionaje y negocié con tres
coreanos que tenían cercada una de ellas con bolsos y valijas porque partían a
Seúl esa misma tarde.
Temiendo que se nos enfriaran las langostas y se solidificara la salsa termidor, me comprometí a velar su equipaje mientras daban un último paseo. Todo parecía perfecto salvo la proximidad de la partida; entonces recordé un viejo dicho español: “A lo que no tiene remedio, litro y medio”.
Temiendo que se nos enfriaran las langostas y se solidificara la salsa termidor, me comprometí a velar su equipaje mientras daban un último paseo. Todo parecía perfecto salvo la proximidad de la partida; entonces recordé un viejo dicho español: “A lo que no tiene remedio, litro y medio”.