martes, 26 de agosto de 2014

CroniCucas New York

CroniCuca New York 1: calzando zapatos cómodos.


Un viaje relámpago a Nueva York resulta un programa divertido, sobre todo cuando pasaron varios años desde nuestra última visita, y se acumularon demasiadas ganas para despilfarrar en pocos días.

Alojados por una amiga en un precioso departamento del Upper West Side, la ciudad nos invitaba a caminar hasta que los pies, más fatigados que nuestros ojos imploraban por un descanso. 

Siguiendo al pie de la letra el lema de mi marido "para sufrir hay tiempo", cada pausa era una oportunidad inmejorable para tomar café, elegir algo rico en el Whole Foods Market o disfrutar del espléndido paisaje de primavera del Central Park. Nos parecía entretenido observar tanto personaje variopinto en un entorno en el que todos parecían ser bienvenidos: jóvenes con blocs de dibujo buscando inspiración; ciclistas a toda carrera; niñeras con la atención repartida entre los niños a su cuidado y la animada charla con amigas del parque; chicos jugando sobre el césped; picniqueros desplegando su menú de mediodía; y turistas caminando a paso rápido detrás de un guía que, enarbolando un paraguas cerrado, pretendía llegar de inmediato a la siguiente parada.

Broadway fue para nosotros como la columna vertebral de Manhattan y nuestra calle de referencia en los desplazamientos a lo largo de la ciudad. Cuando las caminatas se nos hacían cuesta arriba y el destino elegido parecía inalcanzable, nos sumergíamos en la Red Line, en la que nuestro único inconveniente fue la torpeza inicial en el uso de la Metro Card (esto me hizo pensar en la necesidad de aprender a marcar mejor los tiempos y a mirar de reojo a Juilliard School, el lugar en que deambulan esos saberes). 

Durante 5 días, mapa en mano y familiarizados con los medios de transporte, fuimos visitando la ciudad: recorrimos las calles arboladas del Greenwich Village; nos refugiamos a la sombra en el Washington Square Park; y paseamos por las encantadoras callecitas del Soho cruzando de vereda en vereda para no perdernos de nada. Cuando mi entusiasmo en las boutiques se prolongaba más de la cuenta, buscábamos un bar con onda para hacer más llevadera la espera de un marido al que vestidos, zapatos y accesorios femeninos le aburren soberanamente. También visitamos galerías de arte en Tribeca y llegamos hasta el Ground Zero para admirar de cerca la Freedom Tower que, construida en el lugar de las Torres Gemelas, es actualmente la mas alta de New York; ¡¡me encantó!!, es linda desde donde se la mire y todo un símbolo que hace honor a su nombre.

Tratando de poner en práctica el apolillado dicho "al mal tiempo buena cara", un penoso día de lluvia se transformó en un programón gracias a la buena onda de nuestra amiga, que nos prestó un inteligentísimo BMW para ir a Woodbury. En el camino nos deleitamos con un paisaje de verdes resplandecientes, que bien podrían haber ilustrado un cuento de hadas, igual que las impecables casitas blancas que conformaban una pequeña ciudad de outlets con tantas ofertas tentadoras que el tiempo parecía esfumarse. 

Afortunadamente, en los museos todo el año es temporada, y una visita al MOMA fue un excelente programa para un día nublado porque, además de recorrer varias salas para visitar las mejores obras de arte moderno y contemporáneo, me deleitaba mirando la ciudad mientras permanecía a buen resguardo. Al finalizar el recorrido, y con el interés que despiertan las colecciones de diseño gráfico e industrial, el Moma Store parecía llamarnos como una nave nodriza para tentarnos con objetos sorprendentes por su diseño, color y practicidad.

Otro de los museos elegidos en este viaje fue el Frick Collection, la magnífica mansión sobre la Quinta Avenida, que nos gusta tanto como los tesoros que alberga. Recorrerlo con la audioguía nos pareció ideal ya que, además de una interesante descripción de las obras, explica la razón por la que forman parte de la colección (me parece que el buen ojo del señor Frick para el arte no tenía mucho que envidiar al que tuvo para los negocios).


CroniCuca New York 2: no solo engordamos las valijas y alimentamos el espíritu.

Como en la mayoría de los viajes, disfrutar de la buena cocina es el complemento ideal, y esta vez fue particularmente atractivo porque lo compartimos con amigos locales. Con ellos fuimos a wd~50, un restaurante fashion en el sur de la ciudad, en el que un chef muy creativo nos sorprendió con un menú superoriginal. ¿Quién podía imaginar un tartare de entraña, peras y salsa bernesa?, ¿un gazpacho de girasol, miso y huevas de trucha?, ¿o un lomo de cordero con cebada y queso de cabra? Pues allí disfrutamos de esta interesante degustación acompañada de buenos vinos, entre los que el Pinot Noir de Napa Valley resultó memorable.

En una visita al West Village almorzamos en Buvette, un simpático bistrot en el que la lista de espera se anota con tiza en los marcos de la puerta. Al observar que nuestro nombre estaba casi a la altura del dintel, salimos como una hélice a dar vueltas por Grove Street, la encantadora calle del restaurante, en la que se puede adivinar con facilidad la bohemia neoyorkina.

El menú de Buvette tiene platos simples y una extensa carta de bebidas, de modo que ceviche, croque monsieur, croque madame y vino blanco de “Napa” fueron más que suficiente para disfrutar de un ambiente simpático y divertido.

En el Soho aprovechamos un precioso día de sol para almorzar en Felix, un restaurante con una buena oferta de tragos, muy concurrido, bullicioso y bien dispuesto a celebrar cualquier conmemoración. Ubicados en una mesita al lado de la ventana, saboreamos una ensalada con queso de cabra tibio, un delicioso confit de canard y unas copas de vino blanco, mientras nos divertía tanto la movida callejera como los brindis y festejos de comensales a los que nos sumábamos levantando nuestra copa o cantando Happy birthay.

En 5th Ave. fuimos a comer al University Club, un elegante y exclusivo club de New York, en el que nos deleitamos con un formidable buffet. Al salir de allí la noche estaba brumosa, y decidimos caminar por la avenida descubriendo el perfil de los edificios emblemáticos apenas visibles a través de un borrón de luces. Era nuestra última noche en NY y no teníamos apuro por llegar porque el paisaje urbano lucía esplendoroso. 

Nuestras incursiones por el barrio de Chelsea fueron especialmente interesantes en cuestiones de gastronomía. Un paseo nocturno por el Meatpacking District nos permitió hacer un pormenorizado reconocimiento de bares y restaurantes entre los que optamos por el Spice Market, un restaurante especializado en comida asiática, con espaciosos ambientes de doble altura decorados con muebles y tallas de medio oriente. Tiene una enorme cocina vidriada y una barra desde la que se puede ver el trabajo de los cocineros y percibir el perfume de las especias. Los platos son de inspiración tailandesa, vietnamita e india. Me decidí por una sopa de pollo con leche de coco —realmente imperdible— y unas ribs glaceadas impecablemente deshuesadas para lograr un plato de estilo oriental. ¡Fue una excelente elección!

El Chelsea Market nos tentó a hacer más de una visita. La primera vez llegamos desafiando una copiosa lluvia y, aunque estábamos bien pertrechados para resistirla, debimos compensar el esfuerzo con un buen capuchino y lo más tentador que encontramos en la patisserie. 

Una vez repuestos empezamos la visita por el local de las especias: un lugar en el que parecían estar atrapados todos los aromas y sabores del mundo. Con un pote de la última cosecha de pimienta verde de Madagascar y otro de chily mexicano, para condimentar nuestro mentado matambre, seguimos el recorrido hasta llegar a Bowery Kitchen, el local en el que un cocinero puede encontrar prácticamente todo lo que necesita. Aunque mi marido no es un profesional en el tema, puede invertir tanto tiempo en ese lugar como si su futuro dependiera de ello. Obviamente no siento la misma atracción por cuchillos y afines, de modo que para preservar la buena onda del viaje me permití un divertido paréntesis en Anthropologie (negocio arrebatador) probándome vestidos, accesorios y unos delantales de cocina muy fashion. 



Volvimos al Chelsea Market antes de partir al aeropuerto para despedirnos de Manhatan con un almuerzo tardío en The Lobster Place. El Mercado estaba a full y para conseguir alguna de las escasas mesas que bordean la pescadería, hice un cuidadoso espionaje y negocié con tres coreanos que tenían cercada una de ellas con bolsos y valijas porque partían a Seúl esa misma tarde.

Temiendo que se nos enfriaran las langostas y se solidificara la salsa termidor, me comprometí a velar su equipaje mientras daban un último paseo. Todo parecía perfecto salvo la proximidad de la partida; entonces recordé un viejo dicho español: “A lo que no tiene remedio, litro y medio”.

sábado, 23 de agosto de 2014

CroniCucas Dubai

CroniCuca 12: Dubai a vuelo de pájaro.

Llegamos a Dubai tarde y cansados después de mas de 20 horas de haber saltado de la cama con la ilusión de sobrevolar el Himalaya.

El trámite de la visa me hizo pensar que mi nacionalidad no era muy bienvenida ya que, mientras mi marido pasó orondo entre los europeos, yo tuve varias demoras en un aeropuerto cuyas dimensiones me hicieron añorar la bicicleta. Sin embargo, la atención fue inmejorable, y hasta tuvimos una asistente personal de Emirates que me ayudó a obtener una visa rápida.
Afortunadamente, una vez ingresados solo restaba llegar al hotel y dormir apurados para aprovechar las escasas horas de estadía en Dubai. Una taxista con vestimenta musulmana tradicional y auto supermoderno nos condujo en el largo viaje hasta el hotel mientras nosotros, absolutamente deslumbrados frente a una ciudad luminosa con edificios impactantes, nos disponíamos a partir en breve con la prontitud del correcaminos.
Como experimentados viajeros entendimos que la oferta turística que nos hacían en el hotel no era la adecuada, y partimos en un taxi hacia la ciudad vieja. Nuestra meta era el Gold Souk, solo que en lugar de joyas buscábamos hacer valer nuestro escaso tiempo, y lo logramos!!!

El Big Bus City Tour de 24 horas con audio en español fue la solución perfecta para recorrer Dubai a vuelo de pájaro. Enarbolando el ticket subimos y bajamos sin descanso para admirar la belleza y originalidad de edificios como el Burj Khalifa (alucinante!!), el Burj Al Arab (la vela), y urbanizaciones como Atlantis On the Palm. Visitamos El water park y Jumeirah Beach, incursionamos en el zoco de especias y curioseamos el Dubai Mall.
Terminamos el tour en el Creek Cruise contemplando la puesta del sol sobre el agua y el reflejo dorado que proyectan los cristales de las torres cercanas.

La ciudad de Dubai nos impactó por su bien planificada urbanización, el transporte publico es puntual y confortable, las paradas tienen cerramientos con aire acondicionado y el metro, totalmente automatizado, en el que viajamos para atravesar la ciudad de regreso nos dio la oportunidad de poner a prueba nuestros conocimientos identificando los edificios emblemáticos desde una perspectiva diferente. Dubai también valió la pena.

Este, nuestro último largo día como turistas, y una noche corta debido a que el avión sale al alba, resultaron ser el prólogo ideal para el prolongado viaje de regreso a casa.

jueves, 21 de agosto de 2014

CroniCucas Nepal

CroniCuca 11: muy próximos al top de la tierra.


Otra visita interesante fue la que hicimos a la estupa de Boudhanath, la mas grande y antigua de Nepal, que tiene 2500 años y es un lugar sagrado para los peregrinos. Muchos exilados tibetanos viven en la cercanía, dando testimonio de su fe y preservando sus costumbres y tradiciones. ¡Son gente realmente encantadora! El recorrido alrededor de la estupa, haciendo girar cuanto cilindro encontrábamos inmóvil, nos llevó un buen tiempo debido a que matizábamos la devoción budista con una mirada curiosa a las tiendas de recuerdos. 


Al ingresar a uno de los templos, hicimos una pequeña donación para el mantenimiento del lugar, y uno de los monjes nos dio una bendición personal. Era imposible descifrar lo que decía mientras daba suaves golpes en la cabeza con algo parecido a un abanico de papeles con escrituras, después de lo cual me ató en el brazo un cordón amarillo con varios nudos. Cuál seria mi desconsuelo cuando al día siguiente el cordón se desató y estuve a punto de perderlo aunque, después de varios lamentos, me conformé pensando que tal vez era para que hiciera las ataduras por mi cuenta (todavía la tengo y la hice tan a mi manera que resultó curiosa, pretende inmiscuirse en cuanta masa preparo en la cocina).


En Kathmandu no todas fueron cuestiones "devocionales" ya que hay mucha gente joven que llega a explorar sus propios límites y que por las noches acude a bares divertidos como OR2K, un lugar donde se dejan los zapatos en la entrada para caminar sobre alfombras y se puede comer sentado o recostado sobre mullidos almohadones. Tiene una decoración muy simpática y su barra de tragos es ¡¡excelente!!
La última noche en Kathmandu, volvimos con nuestros nuevos amigos al restó Rosemary Kitchen, esta vez con un Pinot Noir australiano, dispuestos a comer el delicioso Mongolian Chicken: trocitos de pollo salteados con cebolla y aderezados con salsa de ostras y salsa de soja. Fue una comida estupenda, y armamos tal revuelo que el personal, divertido, salió a saludarnos hasta el taxi como a sus más destacados parroquianos.


Durante toda nuestra estadía en Nepal, las montañas que la rodean nos habían resultado invisibles, estuvieron siempre escondidas detrás de oscuros nubarrones. Sin embargo, mi marido no perdía las esperanzas de sobrevolar el Himalaya y fue perseverante en el seguimiento de los vuelos. Finalmente, cuando pensábamos que ya no había esperanzas de lograrlo, nos avisaron que saldríamos a las 5 de la mañana del día de nuestra partida para intentarlo.
En el pequeño aeropuerto de Tribhuvan, hay un lugar bastante precario con destino montaña, en el que durante más de una hora nos mantuvieron en vilo, hasta que se iluminó la pantalla con el anuncio mountain flight. Mas rápidos que un buscapié, 20 emocionados pasajeros abordamos el Beechcraft de Buddha Air que nos llevaría al encuentro más buscado: el monte Everest.


Nunca las nubes nos habían parecido tan odiosas, hasta que poco a poco se fueron dispersando, y pudimos reconocer los picos del Himalaya, que teníamos dibujados en un magnífico perfil de la cadena montañosa. Uno a uno fuimos pasando a la cabina del avión para ver emerger el monte Everest, con la majestad de sus 8848 metros, entre los montes Nuptse y Lhotse.


¡Fue grandioso! No escalamos el Everest pero, como dice nuestro diploma de vuelo, "lo tocamos con el corazón".









martes, 19 de agosto de 2014

CroniCucas Nepal


CroniCuca 10: finalmente los caminos nos trajeron a Kathmandu.

Kathmandu nos recibió con mal tiempo, aunque nada impidió que nos aventuráramos hasta el barrio mas movido de la ciudad. Alucinamos con sus tiendas y cumplimos religiosamente con la cita y reserva, programada con más de un mes de anticipación, en el restaurante Rosemary Kitchen & Cofee, al que llevamos un vino sudafricano seleccionado con esmero en un negocio nepalés. Una sabrosa sopa de vegetales nos permitió soportar mejor los pies fríos y mojados en las calles encharcadas y el Chicken Rosemary Kitchen, rostizado con romero y limón y acompañado de verduras salteadas, resultó delicioso.


Viendo que el tiempo no mejoraba y desafiando una llovizna que se empeñaba en aguarnos la visita, decidimos recorrer la ciudad caminando por la ruta de las caravanas que partían hacia el Tibet, hasta la plaza Durbar. Estoy absolutamente convencida de que el anegado camino conserva las heridas que dejaron tantos camellos cargados de mercancías, y aunque afortunadamente las calles son demasiado angostas como para que circulen autos, las motos y los rickshaw nos salpicaron barro hasta la nariz.

El patrimonio de Nepal suma al estilo hindú la arquitectura newari: pagodas con techos superpuestos, en cuyas esquinas cuelgan encantadoras campanitas de metal; enormes leones de piedra que custodian la entrada de templos y palacios; y maravillosas ventanas de madera tallada. Tal parece que el numero de ventanas tenía que ver con el estatus de quienes lo habitaban, los mas pobres tenían una; los trabajadores, dos, y así se sumaban hasta llegar a palacios con ventanas que cubrían prácticamente todo un muro. Una arquitectura bien pensada para evitar los sofocones de verano.

También en Nepal hay mucho colorido, como el de las guirnaldas con banderitas de colores con las enseñanzas de Buda, que descienden del punto más alto de las estupas. Debido a que las estupas son macizas y nadie puede entrar en ellas, los devotos caminan a su alrededor haciendo girar enormes cilindros que tienen grabadas las oraciones (una practica que incorporamos con diligencia).


A 20 km de Kathmandu está la ciudad de Patán, que fue sede del reino en sus años de gloria. La plaza Durbar (algo así como la Plaza Real) es una de las más lindas que vimos, por sus palacios, templos y pagodas. Visitamos la Pagoda 
Dorada, donde también educan a los niños con los principios de Buda. Fue genial ver la gracia con que un niño de cabeza rapada y vestido del mismo color que su maestro cumplía las órdenes haciendo tareas que no le daban respiro. No aplaudí al maestro y a su discípulo, para no quebrar la solemnidad de la clase, solo alcancé a pensar que si este lúcido maestro pidiera traslado a nuestras tierras, sería posible que se le quemaran los papeles.


Casi al finalizar nuestra visita a esta preciosa ciudad, atraída por la música de tambores y trompetas que sonaban muy cerca de la pagoda dorada, pude observar la partida de una novia hacia su boda, mientras hacía equilibrio sobre escalones extra small con insospechada destreza. Aunque mi posición no era lo suficientemente privilegiada para verla, me pareció que la novia estaba dentro de un auto totalmente decorado, al que un hombre de traje oscuro cubría con un manto de seda y con flores. Mientras los músicos se adelantaban tocando y abriendo  camino, el auto inició su marcha, y los perdí de vista, pero nadie me quitaba la alegría de haber visto una boda nepalesa.

Cuando tomamos el congestionado camino de regreso estaba anocheciendo, y nuestro driver, que era budista, resultó ser un magnífico guía para la visita al Templo Swayambhunath, situado en lo alto de una colina con una excelente vista de la ciudad. Me sentía apenada por llegar de noche a un sitio tan especial, ya que en Nepal los monumentos se iluminan poco, y a duras penas pudimos trepar más de 300 escalones para alcanzar el templo principal. Allí nos encontramos con una estupa gigante que tenía los ojos vigilantes de Buda dibujados en sus cuatro caras. 
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El esfuerzo bien valió la pena, vimos algunos monjes caminando y moviendo los cilindros para la oración, varios músicos tocando diversos instrumentos y cantando con devoción, y una familia budista que hacia sus ofrendas, interrumpida por los monos que subían y bajaban de los techos a la pesca de algo para comer. Yo observaba a cierta distancia hasta que, en el momento de las purificaciones, me invitaron a acercarme para poner mis manos sobre el fuego, susurrándome que era una suerte y una oportunidad para mí. Me sentí realmente afortunada e imité todos los movimientos; entonces mi marido, bien rápido de reflejos, se sumó a la ceremonia, y aunque más tarde pretendería restarle seriedad a su gesto argumentando que siempre es bueno poner una ficha al cero, fue muy lindo que compartiéramos ese momento.




 







jueves, 14 de agosto de 2014

CroniCucas India 9

CroniCuca 9: en la Ciudad Sagrada



Con bastante atraso y seguramente más de un olvido, retomo las CroniCucas después de un periodo de tiempo bastante acontecido.
Varanasi es la ciudad sagrada para los hindúes, y se nos hace evidente que todos quieren estar aquí, ya que desplazarse de un lugar a otro no es para gente con apuro. Sus habitantes se muestran orgullosos y se sienten privilegiados por estar cerca del Ganges, o Ganga como lo llaman con veneración, por considerar que fluye desde el cielo para purificarlo todo con sus aguas.

La navegación por este río sagrado para el hinduismo fue una excelente oportunidad para introducirnos a la vida y a las celebraciones de los ghats. Hay en Varanasi más de 80 ghats (escalinatas de acceso al río), donde todo parece ocurrir con serenidad, tal como se manifiesta en el Saludo al Sol que hacen los niños de la Escuela de Yoga mientras se asoma el día. Es el lugar donde las personas hacen sociales, se bañan, lavan su ropa, practican rituales de purificación, creman a sus muertos y, cada tarde a la puesta del sol, acuden a las ceremonias del Ganga, algunas de ellas, con varios "concelebrantes" que, con una coordinación impecable, evocan el fuego, el aire, el agua y la tierra con movimientos semejantes a los de un ballet.

Aunque no todo es induismo en Varanasi, ya que también hay lugares sagrados para los budistas, como la gran estupa, ubicada en el preciso lugar en que Buda dio sus primeras enseñanzas. Verla, tocarla y caminar a su alrededor fue asimismo emocionante. 


Si navegar al atardecer fue la introducción perfecta a la Ciudad Sagrada, hacerlo nuevamente al amanecer fue fantástico, porque la salida del sol sobre el río  y el despertar de la gente parece esparcir una placidez contagiosa.  Es como si todo asomara con una atrapante espiritualidad; hay silencio, armonía, y nada hace sospechar que en muy poco tiempo y a solo unos metros de ese lugar estaríamos en medio de ensordecedoras bocinas, un tránsito caótico, un bullicio incesante y una polvareda que no da respiro.


Poco a poco Varanasi nos fue atrapando, y dejamos de ser espectadores para sentirnos protagonistas cuando, en una visita a la ceremonia de la tarde, en un ghat con escasos turistas, nos invitaron a acercarnos y tomar parte en la celebración. ¡Fue increíble!, nos entregaron las flores, fuimos en procesión con los demás participantes hasta la orilla del río para hacer las ofrendas, y finalmente el celebrante nos pintó el tercer ojo en la frente como al resto de sus feligreses.


Disfrutamos mucho de la Ciudad Sagrada y, aunque habíamos evitado todo lo posible los rituales de cremación de los muertos, Varanasi no nos dejó partir sin enfrentarnos a ellos. Perdidos en calles interminables y buscando alguna salida conocida, quedamos precisamente en la ruta que llevaba al ghat de las cremaciones y en ese largo camino nos cruzamos con varios hombres portando camillas de bambú en las que llevaban a sus muertos, cubiertos con un sudario blanco ornamentado con telas doradas, plateadas, guirnaldas y demás ofrendas. Se dirigían a orillas del Ganges para purificarlos en sus aguas y construir la pira para su cremación. Una vez terminados los rituales, el hijo mayor es quien enciende el fuego, y todos los deudos permanecen en el lugar varias horas hasta retirar las cenizas. 




Tampoco faltó en Varanasi el encuentro insólito, al verme frente a frente con un travesti vistiendo un abrillantado sari rojo, maquillado y enjoyado como para asistir a una fiesta. No salía de mi asombro cuando una turista francesa me explicó que son personas muy bienvenidas y de buen augurio en las bodas, pero con las que es mejor evitar altercados. En India hay miles de dioses y tantas creencias que difícilmente uno pueda llegar a conocer todo aquello que despierta devoción o temor. 

No quisimos tener una despedida nostálgica, de modo que el programa de la última noche en el país que tanto nos atrapó fue un simpático encuentro con nuevos amigos brasileños para tomar cerveza en un bar cerca del jardín. Era para decir Námaste a India y, entre nosotros, ¡Salud!









martes, 12 de agosto de 2014

CroniCucas India 8

CroniCuca 8: de amores eternos y otras hierbas.

Arribamos a Agra en la tarde de un sábado, y nuestro driver, que a esa altura del recorrido tenía bastante claro que nos gustaban tanto los monumentos como la buena cocina, nos hizo preparar un plato con lo mejor de la gastronomía local. Llegamos al Restaurante con un vino Indio de la Bodega Sula, y la fuente de manjares vernáculos se presentó con luz propia: una vela encendida adentro de un mango tallado en forma de flor, un buen recurso para una ciudad con tantos cortes de luz.


Cuenta la leyenda gastronómica que este plato impronunciable  era el preferido del sultan Sha Yahan, el mismo que hizo construir el Taj Mahal, por lo que resultó un buen prólogo para la visita.



(Lamentablemente, el Maraja perdió algunos privilegios desde que ingresamos al territorio de sus equivalentes musulmanes, los sultanes. El cambio no estuvo nada mal, porque se estaba poniendo demasiado exigente con el reclamo de sus prerrogativas).



Vimos amanecer en el Taj Mahal y, tal vez por su romántica historia y porque muy justificadamente es una de las maravillas del mundo, en la primera contemplación se colaron algunas lágrimas. Es de una belleza conmovedora!!!

Fue bastante mágico debido a que, durante el viaje hasta el sitio y en la fila para comprar las entradas, se desato una tormenta de cielo negro, relámpagos e intensa lluvia, y aunque nos propusieron postergar la visita, yo estaba convencida de que lo veríamos  en todo su esplendor. Al descender del carrito eléctrico que nos transportaba hasta el portal de ingreso, el cielo se fue aclarando, y la luz resulto digna de una producción de Bollywood.



Nuestro guía, encantado con el fenómeno climático, se posicionó cual Roberto Testino, dándonos indicaciones sobre el lugar preciso, la pose a adoptar y adonde dirigir la mirada. En fin!, llegue a la conclusión de que ni en 5 reencarnaciones podría rivalizar con Kate Moss.

Afortunadamente, tuvimos bastante tiempo libre como para admirar el monumento, ver de cerca las espléndidas incrustaciones de piedras preciosas y el tallado de los muros y también tocar el mármol blanco que no ha perdido su belleza con el paso del tiempo. Todo tiene una simetría perfecta: el portal, la fuente, la cúpula, los motivos florales de la decoración y la tumba de la mujer del Sultán, pequeña y delicada. Esta simetría solo se rompe con la tumba de él, debido a que este espacio no fue pensado para albergarla (aunque en mi opinión lo tuviera bien merecido).


El Fuerte de Agra es también una muestra del poderío y el refinamiento del sultán Sha Yahan, cuyas dependencias privadas eran asimismo de mármol blanco; pero el pobre no tuvo mucha suerte con su descendencia, ya que su sexto hijo lo puso prisionero en este mismo sitio temiendo que dilapidara su fortuna en nuevos monumentos.


Llegamos al final del recorrido con nuestro driver y al comienzo de un nuevo desafío: cargar con un equipaje cada vez más incómodo, controlar y equilibrar su peso por las restricciones de los vuelos internos y partir hacia Varanasi.