CroniCuca 9: en la Ciudad
Sagrada
Con
bastante atraso y seguramente más de un olvido, retomo las CroniCucas después
de un periodo de tiempo bastante acontecido.
Varanasi es la ciudad sagrada para los hindúes, y se nos hace evidente que todos quieren estar aquí, ya que desplazarse de un lugar a otro no es para gente con apuro. Sus habitantes se muestran orgullosos y se sienten privilegiados por estar cerca del Ganges, o Ganga como lo llaman con veneración, por considerar que fluye desde el cielo para purificarlo todo con sus aguas.
Varanasi es la ciudad sagrada para los hindúes, y se nos hace evidente que todos quieren estar aquí, ya que desplazarse de un lugar a otro no es para gente con apuro. Sus habitantes se muestran orgullosos y se sienten privilegiados por estar cerca del Ganges, o Ganga como lo llaman con veneración, por considerar que fluye desde el cielo para purificarlo todo con sus aguas.
La
navegación por este río sagrado para el hinduismo fue una excelente oportunidad
para introducirnos a la vida y a las celebraciones de los ghats. Hay en
Varanasi más de 80 ghats (escalinatas de acceso al río), donde todo parece
ocurrir con serenidad, tal como se manifiesta en el Saludo al Sol que hacen los
niños de la Escuela
de Yoga mientras se
asoma el día. Es el lugar donde las personas hacen sociales, se bañan, lavan su
ropa, practican rituales de purificación, creman a sus muertos y, cada tarde a
la puesta del sol, acuden a las ceremonias del Ganga, algunas de ellas, con
varios "concelebrantes" que, con una coordinación impecable, evocan
el fuego, el aire, el agua y la tierra con movimientos semejantes a los de un
ballet.
Aunque no todo es induismo en Varanasi, ya que también hay lugares sagrados para los budistas, como la gran estupa, ubicada en el preciso lugar en que Buda dio sus primeras enseñanzas. Verla, tocarla y caminar a su alrededor fue asimismo emocionante.

Si navegar al atardecer fue la introducción perfecta ala Ciudad Sagrada, hacerlo nuevamente al amanecer fue fantástico, porque la salida del sol sobre el río y el despertar de la gente parece esparcir una placidez contagiosa. Es como si todo asomara con una atrapante espiritualidad; hay silencio, armonía, y nada hace sospechar que en muy poco tiempo y a solo unos metros de ese lugar estaríamos en medio de ensordecedoras bocinas, un tránsito caótico, un bullicio incesante y una polvareda que no da respiro.
Poco a poco Varanasi nos fue atrapando, y dejamos de ser espectadores para sentirnos protagonistas cuando, en una visita a la ceremonia de la tarde, en un ghat con escasos turistas, nos invitaron a acercarnos y tomar parte en la celebración. ¡Fue increíble!, nos entregaron las flores, fuimos en procesión con los demás participantes hasta la orilla del río para hacer las ofrendas, y finalmente el celebrante nos pintó el tercer ojo en la frente como al resto de sus feligreses.
Disfrutamos mucho dela Ciudad Sagrada
y, aunque habíamos evitado todo lo posible los rituales de cremación de los
muertos, Varanasi no nos dejó partir sin enfrentarnos a ellos. Perdidos en
calles interminables y buscando alguna salida conocida, quedamos precisamente
en la ruta que llevaba al ghat de las cremaciones y en ese largo camino nos
cruzamos con varios hombres portando camillas de bambú en las que llevaban a
sus muertos, cubiertos con un sudario blanco ornamentado con telas doradas,
plateadas, guirnaldas y demás ofrendas. Se dirigían a orillas del Ganges para
purificarlos en sus aguas y construir la pira para su cremación. Una vez
terminados los rituales, el hijo mayor es quien enciende el fuego, y todos los
deudos permanecen en el lugar varias horas hasta retirar las cenizas.
Aunque no todo es induismo en Varanasi, ya que también hay lugares sagrados para los budistas, como la gran estupa, ubicada en el preciso lugar en que Buda dio sus primeras enseñanzas. Verla, tocarla y caminar a su alrededor fue asimismo emocionante.
Si navegar al atardecer fue la introducción perfecta a
Poco a poco Varanasi nos fue atrapando, y dejamos de ser espectadores para sentirnos protagonistas cuando, en una visita a la ceremonia de la tarde, en un ghat con escasos turistas, nos invitaron a acercarnos y tomar parte en la celebración. ¡Fue increíble!, nos entregaron las flores, fuimos en procesión con los demás participantes hasta la orilla del río para hacer las ofrendas, y finalmente el celebrante nos pintó el tercer ojo en la frente como al resto de sus feligreses.
Disfrutamos mucho de
Tampoco faltó en Varanasi el encuentro insólito, al verme frente a frente con un travesti vistiendo un abrillantado sari rojo, maquillado y enjoyado como para asistir a una fiesta. No salía de mi asombro cuando una turista francesa me explicó que son personas muy bienvenidas y de buen augurio en las bodas, pero con las que es mejor evitar altercados. En India hay miles de dioses y tantas creencias que difícilmente uno pueda llegar a conocer todo aquello que despierta devoción o temor.
No quisimos tener una despedida nostálgica, de modo que el programa de la última noche en el país que tanto nos atrapó fue un simpático encuentro con nuevos amigos brasileños para tomar cerveza en un bar cerca del jardín. Era para decir Námaste a India y, entre nosotros, ¡Salud!
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