CroniCuca 5: ¡viviendo
las mil y una noches!
Tuvimos tanta suerte que una tardecita, mientras cruzaba el lobby del hotel para buscar al chofer que nos llevaría a comer a un restaurante a orillas del lago Pichola, notamos gran alboroto entre algunos huéspedes. Varias mujeres y hombres lujosamente vestidos se dirigían a las limusinas más largas que pudiéramos imaginar. Me despertó curiosidad el sonido de tambores y la algarabía que llegaba de los jardines cercanos y al acercarme vi a un joven montado en un caballo blanco con riendas plateadas, sudaderas de seda y penachos de colores que, vestido como un marajá y rodeado de personas que lo festejaban, se había detenido frente a los músicos. Mi emoción era indescriptible. Estaba frente a un novio que partía con toda la comitiva hacia su boda
Tuvimos tanta suerte que una tardecita, mientras cruzaba el lobby del hotel para buscar al chofer que nos llevaría a comer a un restaurante a orillas del lago Pichola, notamos gran alboroto entre algunos huéspedes. Varias mujeres y hombres lujosamente vestidos se dirigían a las limusinas más largas que pudiéramos imaginar. Me despertó curiosidad el sonido de tambores y la algarabía que llegaba de los jardines cercanos y al acercarme vi a un joven montado en un caballo blanco con riendas plateadas, sudaderas de seda y penachos de colores que, vestido como un marajá y rodeado de personas que lo festejaban, se había detenido frente a los músicos. Mi emoción era indescriptible. Estaba frente a un novio que partía con toda la comitiva hacia su boda
Deslumbrada por
los turbantes y los brocatos de las levitas de los hombres y por las gasas,
sedas, brillos y joyas de las mujeres, me acerqué lo suficiente como para
formar parte del festejo y confundirme entre ellos. Seguramente divertido con
mi entusiasmo, un señor muy elegante me explicó que este joven y su familia
(¡eran muchísimos!) se dirigían a la casa de la novia, que lo esperaba para
celebrar la boda; que cuando alguno de los presentes movía graciosamente
algunas rupias delante del novio era para asegurarle prosperidad; y que los
músicos soltaban frases auspiciosas. El sonido de los tambores me hacía
estremecer, y me sentí sumergida en un cuento de las mil y una noches.
El Marajá, más discreto, se mantuvo a una distancia
prudente para recordarme nuestra cita con unas amigas de Pigue (lo entendí
perfectamente, un marajá que se precie no acepta segundos planos). Cuando
finalmente fui empujada hasta el restaurante que teníamos reservado, Rinku, el
chofer, me explicó que era una boda de gente muy rica y que seguramente
la novia lo esperaba en un hotel cercano, que sería como su casa para esta
celebración.
(Mientras escribo al borde de la pileta, entre chapuzón y
chapuzón para soportar el calor de mediodía, una pequeña ardilla come con
refinamiento los bocaditos que dejamos y nos mira con bastante curiosidad. No
puede negar que es india, prefiere los snaks picantes y desprecia los suaves).
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